Oscura e incomprensible. Así ha sido retratada por la crítica una de las obras más prominentes del cine artístico europeo de vanguardia de los años sesenta: Persona. Y a pesar de que el director quería hacer de esta obra una poesía visual, acaba por convertirse en una travesía hacia un callejón sin salida, estético y existencial, donde la identidad, el significado y el lenguaje se hunden por fin, y destruyen el concepto de Bergman cuando la película se funde antes de volver a empezar.
La película está llena de detalles y de referencias habituales del estilo de este cineasta sueco que constituirá un preludio artístico de su obra: la herencia cristiana (escenas del cordero camino al matadero o la crucifixión misma), el Dios-Araña (ya usado en su película de 1961 "Como en un espejo" ) e incluso la ilusión como construcción misma del filme.
El argumento de la cinta, que este año cumple cincuenta y cinco años de haber sido presentada al público por primera vez, está constituido como una variación del juego de poder femenino en la pieza de August Stringberg, "La más fuerte" , en la que se libra una competencia brutal y casi aniquiladora que no permite arrepentimientos.
En un principio, la más fuerte de las dos mujeres protagonistas parece ser la enfermera psiquiátrica Alma (encarnada por una esbelta Bibi Anderson), no solo porque aparece segura de sí misma y es la única que habla, tomando control de su silenciosa y enigmática paciente, la famosísima Elisabet Vogler (Liv Ullmann) que ha sido internada en ese lugar tras perder la voz durante una representación teatral de la tragedia Electra , de Sófocles.
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Sin embargo, el aparente mundo de la enfermera empieza poco a poco a desmoronarse. Sus métodos terapéuticos, que acaban por convertirse en confesiones de sus más profundos deseos y secretos escondidos, poco a poco van despojándola de su personaje y liberándola de esa máscara de mentiras.
Aunque es la individualidad y el entorno que consume al individuo y la tragedia misma de vivir, el escaso uso de recursos cinematográficos manifiestan ese malsano equilibrio que nos sujeta como individuos entre la locura y una cordura que pronto comprendemos que ni puede ni debe existir. Es omnipresente. En una constante simultaneidad de escenas, acentúa más en esa sensación. Es quizás la famosa escena en la que están las dos mujeres sentadas, la una frente a la otra y vestidas con idénticas ropas negras, la que revela ese oxímoron de la existencia. El proyector se detiene. Oscuridad.