¿Por qué seguimos viento telenovelas? La pregunta no tiene una respuesta única. Podríamos decir que el melodrama nos gusta, que es un dispositivo social de enunciación de clase y creación de estereotipos o que han servido para la consolidación de proyectos de nación. Todas esas razones son correctas y, sin embargo, poco definitivas. Las telenovelas, como algún tipo de literatura, música o cine, están consolidadas en el universo de las emociones consideradas banales: los celos, la envidia, el deseo sexual, la ambición por una herencia. Nos presentan historias sencillas sobre familias que sufren, se odian, se hacen la vida imposible, se perdonan, se asesinan, se aman. En su mayoría no tienen pretensiones bíblicas, aunque sin darse cuenta, tienen implantada su estructura narrativa. Y aunque el modo de hacer telenovelas ha cambiado el formato se niega a morir.
La serie argentina "Nada" no es una telenovela. Carece del melodrama romántico o los entramados eternos de 300 capítulos de más de una hora de duración. Tampoco cuenta con una decena de actores y una compleja trama de un árbol familiar disfuncional. Todo lo contrario, esta serie de cinco episodios trabaja su historia con un reparto pequeño pero impactante, un puñado de actores destacados sobre todo en el cine latinoamericano como Luis Brandoni y, por supuesto, el peso de una estrella mundial como Robert de Niro. Sin embargo, "Nada", sí comparte algo con las telenovelas: la obsesión por lo común.
Pese a que esta serie se basa en el día a día de un excéntrico crítico gastronómico y su pequeño círculo de amigos adinerados de Buenos Aires, "Nada", a través de Antonia la empleada doméstica del protagonista, personaje interpretado por la paraguaya Majo Cabrera, se adentra en la incapacidad de este hombre para conectarse con algo más que no sea él mismo y su deseo y obsesión por la comida. Antonia encarna una posibilidad de puente entre el corazón y la memoria. En uno de los capítulos, Manuel (Luis Brandoni) le explica a Antonia los tres momentos de la comida según la tradición china: la comida por necesidad, es decir la que suple el hambre -podría ser cualquier cosa-; la comida por decisión, la que sin hambre nosotros elegimos y la comida del corazón, o sea, esa comida que crea nuevos recuerdos y nuevas sensaciones. La serie va sobre eso: sobre las formas de alimentar el corazón.
Rodeado de un paisaje perfectamente fotografiado, una Buenos Aires retratada con el amor de una agencia de turismo, Manuel avanza irónico y cínico, capítulo a capítulo, hacia el lugar de la vulnerabilidad. No una enorme que signifique la muerte de hombres y batallas, solo una vulnerabilidad tan humana como esporádica. Podría decirse que esta serie apela a ciertos estereotipos de los porteños, de los esnobs, de los escritores, pero de ninguna forma la historia parece una compilación de clichés. Sus escritores, Emanuel Diez, Mariano Cohn y Gastón Duprat, se cercioraron de mantener esta historia como un pasaje del diario de un hombre al que la vida le cambió de forma superlativa con el pestañeo íntimo de la cotidianidad.
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Esta fijación por las historias "pequeñas" está ocurriendo en varios planos. La literatura latinoamericana ha hecho una renunciación deliberada a la herencia de los grandes escritores del pasado. El afán por encontrar "la obra maestra" desapareció muy rápido. El interés de concentrar en una sola obra (libro, película, disco) el carácter general y particular del universo, sus leyes y composiciones ha quedado rebatido por la obsesión por lo minúsculo e innominado. Es un gesto político, también. Es un gesto creativo, sobre todo.
Resulta imposible no pensar en las producciones colombianas que, por pocas excepciones, siguen respondiendo a la folclorización de todas las historias. Nos siguen interesando los acentos como detonantes cómicos o las historias de superación como remedos de sueños colectivos. Nuestra creatividad parece estar siempre empollada en nuestra realidad y hay un mundo imaginario pasándonos debajo de las manos sin darnos mucha cuenta. Ver en "Nada" a Robert de Niro narrando sobre la argentinidad, la comida y sus características, no es emocionante por el asunto pueril del famoso hablando del "tercer mundo", lo es porque pone en evidencia que una buena historia siempre es grande sin importar su tamaño.
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