El tiempo, los paisajes, los espacios vividos, los animales, las personas, las plantas, las nubes del páramo son elementos que Pilar Copete protagoniza en sus obras. Al detallar su entorno se embarca en un gran recorrido de contornos que reinterpreta en rasgos y gestos en movimientos.
Sus obras parten de tres principios fundamentales: mancha, línea y color. El proceso creativo inicia insitu, en el lugar de la captura del instante y ritmo de sus elementos característicos de sus obras. Del dibujo parte a la pintura, seleccionando la paleta de color, a veces limitada o tan solo cálida o fría, primaria o secundaria... De la mancha general con la que inicia se ajusta el dibujo, afinando con el impulso del movimiento entre la espontaneidad y lo concluyente, dejando líneas inconclusas e indefinidas para un posible pronunciamiento del observador.
La obra de la artista Pilar Copete nos invita a sentir la captura del momento en movimiento a través de líneas continuas entre la sanguina y el carboncillo. La esencia del tiempo va quedando atrapada entre trazos ligeros y sutiles, superponiendo diversos equilibrios en líneas que se van entrelazando. Segundos de la cotidianeidad de la vida van quedando registrados como huellas permanentes en el papel entre contrastes y compases. Figuras inquietas, pasivas, contemplativas, cansadas o alegres danzan en suceso.
Extensos y largos horizontes entre nubes y montañas, entre el color y la mancha, la veladura y los fragmentos de mundos escondidos son instantes por descubrir en el vestigio latente del tiempo. Evocaciones de perspectivas atmosféricas, desfragmentaciones arquitectónicas confusas en superposiciones y gestos son descritos al sonar del tiempo en el lugar contado que nos lleva la obra de Pilar Copete.
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Fondos inherentes de animales simbólicos, hojas y plantas resaltan en la profundidad de diversos trazos abstractos y líneas insinuantes. Caballos galopando, jinetes atravesando aquellos horizontes de colores estridentes y cielos infinitos donde se estampa la atmósfera solidificada.
La composición de cada paisaje es real, un momento de ilusión onírica, donde se condensa la nube en el esplendor del agua, en el cielo sobre la tierra, haciendo reflexionar al espectador entre el presente y la huella, entendiendo lo clásico de la pintura como una sensación donde las tonalidades de cada entorno es un manifiesto que nos transporta en el momento, una abstracción de la pintura según la interpretación en la visión de la mancha de quien observa.