La Sinfonía N° 8 en Mi bemol mayor de Gustav Mahler es con frecuencia llamada Sinfonía de los mil, debido a que requiere una enorme cantidad de instrumentistas y solistas.Acerca de esta obra escribió James L. Zychowicz musicólogo especialista en la música de Gustav Mahler y quien actualmente es académico residente en la Biblioteca Newberry de Chicago:“La Sinfonía 8 de Gustav Mahler es única entre sus obras por su gran tamaño y la amplitud de su concepción. Cuando la terminó en el verano de 1906, Mahler consideró la Octava como lo mejor que había hecho hasta ahora, y procedió a sugerir una imagen de ella como la música de las esferas, con estrellas y planetas en movimiento”Y agrega que “esta metáfora es apropiada, ya que en la Octava Mahler intenta reconciliar elementos cósmicos. La pieza recibe a menudo el sobrenombre de Sinfonía de los mil, herencia del empresario Emil Gutmann, que coordinó el estreno en Múnich el 12 de septiembre de 1910: en la interpretación participaron 858 cantantes y 171 instrumentistas”.El musicólogo explica que la “Octava Sinfonía no es simplemente una obra larga, sino una vasta pieza musical: Mahler pide una orquesta ampliada, que incluya órgano, ocho solistas, dos coros mixtos y un coro de niños. Al componer esta obra para fuerzas tan masivas, Mahler creó sonoridades notablemente intensas y otras contrastantemente delicadas extraídas del conjunto más grande. Dentro de las inmensas texturas que lo enmarcan, Mahler también utiliza sonidos de música de cámara más íntimos. La gama de sonidos y colores subraya los textos, que dominan el final.Si bien los primeros planes de Mahler para la octava requerían una estructura tradicional de cuatro movimientos con títulos programáticos; la obra terminada es una sinfonía en dos grandes partes sin más divisiones internas.La primera parte es un gran movimiento de sonata que concluye con una doble fuga, pero las estrictas distinciones formales dan paso a los procesos musicales que Mahler utiliza para revelar el texto. Toda la segunda parte es un escenario de la escena final de la Parte II del Fausto de Goethe, la representación metafísica de la salvación de Fausto a través de la intervención de la Mater Gloriosa.Las incorporaciones de Mahler parecen irreconciliables. El texto de la primera parte tiene su origen en un himno latino del siglo IX atribuido a Hrabanus Maurus, y el de la segunda parte del drama en verso de Goethe del siglo XIX, sin conexiones verbales directas entre ellos. Pero, en un nivel más profundo, el contenido de los dos escenarios está más estrechamente relacionado. El himno latino "Veni, Creator Spiritus" es un texto asociado a la fiesta de Pentecostés. En este himno, la humanidad invoca a la Divinidad para que le infunda gracia más allá de la mera salvación y para sanar sus imperfecciones temporales y espirituales.El texto del Fausto de Goethe expresa un deseo similar de superar las limitaciones de la existencia terrenal y participar de la vida celestial. Las figuras alegóricas del Pater Ecstaticus. Pater Profundis, Doctor Marianus, Magna Peccatrix ("la gran mujer pecadora"), Mulier Samariana (la mujer samaritana) y Maria Aegyptica (María, la egipcia), describen cada uno, en parte, las alegrías de la vida eterna. A ellos llega la penitente Gretchen, quien suplica por la oportunidad de llevar el alma de Fausto a las alegrías más profundas del cielo.Mahler utilizó conscientemente el himno latino como contraste para su escena y confió sus intenciones al crítico Richard Specht en agosto de 1906. Un año más tarde le escribió a su esposa Alma y le habló de su comprensión de la escena de Fausto como lo eterno masculino: la fuerza que busca y lucha sin cesar para encontrar su reposo en lo eterno femenino, que él equiparaba con la "eterna bienaventuranza" de la fe cristiana.Para Mahler, la Octava Sinfonía fue una obra importante y la consideró como su "regalo a la nación". También le dio importancia personal al dedicársela a su esposa Alma. Esta última es especialmente reseñable, ya que es la única vez que hizo tal dedicatoria.No importa cuáles sean las razones, la Octava Sinfonía se considera con razón una de las obras más grandiosas de Mahler, un resumen y una visión del futuro que, en última instancia, desafía la racionalización. Es una obra maestra de la madurez de Mahler y es al mismo tiempo una de sus expresiones musicales más públicas y personales.”En esta edición de Canto y música coral escucharemos la Sinfonía N° 8 en Mi bemol mayor en versión de Alessandra Marc, Sharon Sweet y Elizabeth Norberg-Schultz, sopranos; Vesselina Kasarova y Ning Liang, contraltos; Ben Heppener, tenor; Sergei Lieferkus, barítono, René Pape, bajo; el Coro de la Radio Bávara dirigido por Michael Gläser; el Coro de la Radio de Berlín dirigido por Robin Gritton; el Südfunk Choir de Stuttgart, bajo la dirección de Rupert Huber; el Coro de niños Tölzer y la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera bajo la dirección de Sir Colin Davis.Podrá escuchar la obra completa en la nueva edición de Canto y Música Coral este domingo, 15 de septiembre a las 9:00 p.m. por la señal en vivo de la HJCK.
EditorialEn este trabajo, mucho más que en otros, es fácil engrosar el ego con la nostalgia del pasado. Por eso resulta problemático celebrar el aniversario de una marca, festejar una fecha que a ciencia cierta solo la conocen quienes trabajan en ella y que les sirve tal vez para renovar el deseo de mantenerse haciendo lo que hacen todos los días: escribir, locutar, manejar redes sociales, producir un video. Aplaudir el cumpleaños de un medio de comunicación sirve, también, para olvidarse por un día del cansancio de simular que no nos importa estar pendientes de Google Analytics todos los minutos del día.La HJCK es un anciano en el cuerpo de un bebé. Hoy cumple 71 años y apenas estamos entendiendo cómo mantener una emisora cultural en la web, cómo hacer que camine, pero además de los desafíos claros de la actualidad: la cacería casi que indiscriminada de clics, la información que se desecha como basura porque todos los días las tendencias en redes sociales son diferentes y tener que “convencer” a una audiencia de que nosotros somos la mejor opción; lo más difícil de todo es cargar en los hombros tantos años de historia y serles dignos.El trabajo de Álvaro castaño, Gloria Valencia, Gonzalo Caro Rueda y todo el equipo de trabajo dejaron un estandarte que tiene la merecida fortuna de que su nombre sea recordado aún a pesar de haber estado muchos años fuera del aire. Aunque la HJCK nunca ha estado en silencio fue un golpe casi mortal su traslado al internet. Y, sin embargo, acá estamos: con un archivo que supera los 20.000 registros y con la imperante necesidad de grabar, escribir y registrar las voces de hoy.No hay una nueva o antigua HJCK, hoy como hace más de setenta años nos esmeramos por escuchar en un país aturdido. Pero hoy, más que nunca, creemos que es momento de que los micrófonos y en nuestro espacio tengan un lugar determinante los que sí han sido la inmensa minoría: las mujeres, los indígenas, la comunidad LGBT... No somos una organización de beneficencia, como podría tomarse la anterior afirmación, pero creemos que la misión de este medio ha sido y será siempre retratar la cultura desde los creadores y ya no existen justificaciones para dejar por fuera a los que casi siempre han sido marginados. No creemos en un mundo sin lecturas en voz alta, sin especiales de poesía, sin entrevistas a cineastas y aunque muchas veces nos preguntemos para qué sirve lo que hacemos, si con esto no salvamos a nadie, aterrizamos en la realidad y es que sí, tal vez un poema no le va a dar comida al hambriento, o refugio al migrante, pero podría dar sosiego, compañía y eso es justo lo que buscamos, que en un mundo donde defendemos la diferencia a toda costa, la individualidad como mayor virtud, haya algo que nos haga sentir acompañados y parecidos. La música académica, los conciertos, la ópera seguirán siendo protagonistas de nuestra programación y acompañan a las cumbias, a la salsa, al rock, reggae, indie y toda la música que podamos compartir con ustedes. Esperamos que todos sigamos construyendo esta oreja gigante que imaginamos debería ser un medio cultural, nos pensamos como oyentes de ustedes. Creemos en el arte de escuchar.
El Doctor, por antonomasia, para mí y no sólo para mí, se llamó en el siglo Álvaro Castaño Castillo, fundador y director de HJCK, una de las mayores hazañas culturales cumplidas por Colombia a lo largo de su Historia. Conocí al Doctor alrededor de 1980 en Colonia, donde sobrevivo. Estuvo aquí para visitar mi emisora, la Radio Deutsche Welle, y nos debimos caer bien recíprocamente, de lo contrario no se explica que la relación continuase ininterrumpida por carta y por teléfono. Nuestro siguiente encuentro tuvo lugar en Estocolmo, diciembre 1982, cuando la entrega del Premio Nobel a GGM. Y gracias al Doctor tuve entrada libre desde el primer momento al santuario colombiano de la fiesta, una que solía iniciarse cuando los suecos se iban a la cama, y más o menos duraba hasta que los pobres suecos se levantaban para iniciar su jornada laboral. Creo que fue allí cuando el Doctor y yo descubrimos que somos Géminis con un solo día de diferencia en el nacimiento: él festejaba sus aniversarios el 9.6., yo sigo lamentando los míos a las 24 horas.No sabría qué comentar acerca del Doctor que no esté ya trillado de sobra en la bibliografía entretanto existente acerca de su persona. Pero sí puedo contar algo que sabe muy poca gente: que el 9 de junio de 1999, en París, le dí una de las mayores sorpresas y alegrías de su vida, con nuestro regalo por su cumpleaños, el cual festejamos con Álvaro Mutis y Juan David Botero, amén de las respectivas esposas, en una brasería cerca de los Inválidos.Y fue porque cuando estuve el año anterior en Bogotá con motivo de la feria del libro –aquella vez con Alemania como invitado de honor–, un día, en su despacho de la HJCK, el Doctor se quejó amargamente de que ahí faltaba uno de los objetos más valiosos de su carrera: la estatuilla del caballo alado Pegaso, el Premio Ondas que le habían otorgado en Barcelona hacía añares, y algún visitante se la “llevó” sin que nadie se diese cuenta.Me explicó que había recurrido desesperado al orfebre español que fragua las estatuillas del premio, encargándole un duplicado, pero el hombre se negó porque su contrato estipula que ese modelo es único y exclusivo de la SER y no se puede hacer un ejemplar más de los que se entregan anualmente como premios.Cuál no sería la sorpresa del Doctor cuando desempacó el regalo que le habíamos llevado Diny y yo, ¡y era la dichosa estatuilla! No la que le habían robado, claro está, pero sí una auténtica. El Doctor casi bailaba de contento, pero a pesar de su mucha insistencia nunca le revelé cómo se la conseguí. Tampoco lo voy a revelar aquí y ahora. Un poco de misterio siempre le viene bien a la prosa de la vida. Y lo que importa es que la estatuilla regresó al lugar de donde nunca debió salir: a la colección de trofeos del Doctor.