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Dilma Rousseff y la promesa inconclusa

La política brasilera se presentó en el Hay Festival de Cartagena. En medio de un auditorio que la aplaudía e increpaba, Dilma Rousseff apuntó al consenso neoliberal como el gran error de la izquierda latinoamericana.

Dilma Rousseff
Dilma Rousseff, es una economista y política brasileña que ocupó la presidencia de su país desde el 1 de enero de 2011 hasta el 31 de agosto de 2016.
AFP

Ante un público reacio con cualquiera que quiera direccionar la política en otro sentido que no sea la derecha, tomó la palabra. Una mujer de 72 años, con el carácter lo suficientemente fuerte como para hacerse la primera presidenta de Brasil el 1 de enero de 2011. En los años setenta había sufrido la cárcel y la tortura a causa de su militancia en la dictadura militar, alejada de la política durante muchos años, regresó para vincularse al Partido de los Trabajadores (PT) de la mano de Lula da Silva. A mi derecha la tildan de pedante, de soberbia. A mi izquierda un hombre que podría ser mi papá, menos mal no, twittea con rabia porque el entrevistador no ha mencionado la palabra corrupción. “Corrupción”, esa palabra que nació en el limbo dantesco, la que todos repiten y señalan como el problema de la política latinoamericana. La corrupción, esa que les alivia para decir que el problema no es el sistema neoliberal sino unas cuantas manzanas podridas. Corrupción, el caballito de batalla de la tibia derecha latinoamericana. La obsesión con la corrupción de la izquierda que puso como presidente al lobo solitario, como lo llama Dilma Rousseff. El nuevo presidente de Brasil que cree que la dictadura militar en la que torturaban gente no tenía nada malo.

El entrevistador es Javier Moreno, señala que el conversatorio se llama “Qué le pasa a la izquierda” y él pregunta a su entrevistada si cree que a la izquierda le pasa algo. “Nos hemos equivocado”, contesta Rousseff. “Creímos que el espacio de consenso entre la izquierda y la derecha es el neoliberalismo. Creímos que el neoliberalismo es inevitable”. Se toma la palabra y el periodista en contadas ocasiones puede volver a su papel de preguntador, Dilma Rousseff se impone y direcciona la conversación hacia lo que cree debe ser el debate sobre política continental.

La crisis de la política en el mundo tiene un nombre: neoliberalismo. “El problema empieza con la disminución del papel del Estado. La pobreza y la desigualdad son el resultado cada vez que se reduce la capacidad del Estado para que sea autosuficiente.” Insiste Rousseff. Abajo una pareja de colombianos hace mofa de la afirmación. Una mujer pretendidamente rubia, con aretes gigantescos, un vestido digno de pasarela y gafas de sol en la cabeza, un hombre con camisa y pantalones de lino, con los colores elegidos cuidadosamente, sentados en su propio privilegio solo pueden reír cuando escuchan la palabra desigualdad. ¿Qué fue lo que entendimos los colombianos cuando hablamos de democracia normalizando la pobreza?

Rousseff no se cansa, sospecho que sabe que una parte del auditorio del Centro de Convenciones de Cartagena la odia, la otra aplaude con fuerza, como queriendo poner el sonido en los oídos de los otros. Lanza otra vez una red gigantesca, la pesca es mejor en río revuelto. “Nuestras equivocaciones y el consenso alrededor del neoliberalismo han alimentado los populismos de derecha en el continente”. Así como en 2011 se convirtió en la primera mujer que llegaba al cargo de presidente, durante 2016, en medio de una jugarreta política de su vicepresidente avalado por el senado, fue la primera mandataria de la historia brasileña en sufrir un impeachment. Se le acusaba de corrupción con la empresa de petróleos más gran de Brasil, Petrobras. También de “pedaleadas fiscales”, una especie de engaño al fisco. Todo fue de mal en peor para el Partido de los Trabajadores, después Lula estaba en la cárcel y Bolsonaro en el poder a punta de campañas goebbelianas por redes sociales.

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“No hay futuro posible si no hablamos de desigualdad. Entender que la democracia es brutalmente herida por la desigualdad es el problema de nuestro tiempo. Ser de izquierda es darle importancia a la gente que no tiene nada”. Afirma la ex mandataria, yo la veo lejanamente. Ha decidido hablar con el cuerpo dirigido al entrevistador, como deshaciéndose de la tarea de confrontar al público. Ser una mujer en la vida pública es someterse a los ojos que juzgan constantemente, muchos hombres alegan que el machismo no existe, pero sienten miedo vivo cuando una mujer habla duro y la votan 54 millones de personas.

Javier Moreno ha interrumpido para preguntar si puede existir la izquierda sin feminismo, o si puede existir la izquierda sin la lucha contra la crisis climática. Señala ejemplos de mandatarios de izquierda que no han atendido los reclamos de las mujeres, se habla de la Amazonía. Todo se confunde porque hay tantas necesidades en este continente que la agenda no ha quedado clara en el progresismo. Dilma refuta, la agenda del PT siempre tuvo a las mujeres, minorías sexuales y la crisis climática en cuenta. Pero ella sabe que la izquierda no está conformada por partidos políticos, son los movimientos sociales los que la mantienen viva. Es la gente y el trabajo colectivo lo que sostiene ese monstruo amorfo que es la izquierda. La palabra más temida en las buenas familias. Tanta gente muerta para que la izquierda no nos quite todo, mis vecinos de adelante quieren que se pregunte por los derechos humanos en Venezuela, no sé cómo decirles que en los primeros veinte días de enero mataron veinte personas por liderar procesos con sus comunidades en Colombia.

Luego Moreno cita a Pepe Mujica: “Hay que aprender de los errores cometidos y volver a empezar”. Dilma añade: “No hay derrotas definitivas y tampoco hay victorias definitivas”. Y muchas aplaudimos como queriendo romper la sordera del privilegio. Entonces Dilma recuerda una frase de lucha en el movimiento chileno contra Piñera: “No había paz, solo había silencio, hasta que las voces llegan”.

Aquí seguimos.