Rajmáninov fue un prodigio musical desde que era un niño, su padre y abuelo lo apoyaron en primer lugar y a los 10 años ganó una beca para estudiar en la sección juvenil del Conservatorio de San Petersburgo, sin embargo, no obtuvo frutos. Siguió estudiando por su cuenta y en 1885 el maestro Nikolái Zverev lo aceptó como su alumno dándole clases gratuitas.
Su carrera iba avanzando y en 1897 estrenó la Sinfonía Número 1 la cual fue un fracaso tras su publicación, el pianista se sumió en un bloque creativo hasta que estrenó la Sinfonía Número 2, con la que saltó al estrellato en la escena musical.
A raíz de la revolución soviética su familia se vio forzada a emigrar y a asentarse en los Estados Unidos donde Rajmáninov se dedicó al piano como trabajo completo para poder sobrevivir en medio del caos.
Desde 1935 su carrera como compositor y pianista estalló, se convirtió en uno de los exponentes más importantes del piano para la época, lo llamaban el seguidor del romanticismo ruso y así quedó su legado después de su muerte.
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Rajmáninov logró lo que muy pocos pianistas han hecho, alcanzar una treceava, es decir, el espacio de 13 teclas blancas entre el meñique y el pulgar. Esta particularidad le dio renombre ya que le facilitaba tocar el instrumento y con esto lograba unas melodías que asombraban a la audiencia cada que lo escuchaban.
Una de sus obras más conocidas es “Preludio en Do sostenido menor”, una corta obra para piano solista que pertenece a sus Cinco canciones de fantasía Op. 3. Fue estrenada en 1892 y todavía se toca en conciertos conmemorativos a su creador.
Hoy se conmemoran 79 años de su muerte y recordamos todo lo que le aportó a la escena musical el recordado amante de Chaikovski que con sus manos transportó la música a un mundo distinto.
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