Quedamos de encontrarnos en el pabellón diecisiete de Corferias, le sugerí este lugar como punto de encuentro. El escritor Nicolas Rocha tan pronto me vio me saludó con un fuerte abrazo, luego me dispuse a sacar la sombrilla del bolso en vista de la lluvia que nuevamente caía y le propuse que nos refugiáramos en ella para huir un poco de aquellas gotas, pues debíamos dar toda la vuelta para llegar hasta el pabellón seis. Él esbozó una pequeña sonrisa y me dijo: “No, tranquila. Mi gorrito me protege”. Su calma y tranquilidad ante el frío y la multitud que generó la FILBO me sorprendieron. Sus pasos tranquilos hablaban de un hombre que se reconcilió con su pasado y no tiene ninguna prisa ante lo que suceda en el futuro. Nos sentamos y le pregunto por qué los seres humanos nos empecinamos en quedarnos aferrados al pasado. Me mira a los ojos fijamente: “Básicamente porque creemos que el pasado es un lugar seguro, pero no lo es. El pasado es ficción, el pasado no existe. Lo que recordamos realmente no lo recordamos tal y como sucedió, sino tenemos una versión embelesada de todas las cosas. Siempre terminamos construyendo ficciones que hacen que ese relato vaya cambiando alrededor del tiempo”.
“How I Met your Mother” es su primer libro y lleva el mismo título de la serie estadounidense, su favorita, en la cual el autor se refugió más de una vez para no permitir ser devorado por la depresión. Estas noventa y siete páginas nos conducen hacia Ted, quien es el protagonista de la serie y nos cuenta su vida y la de sus amigos más cercanos. Allí nos enseña que la vida va de una forma tan rápida que es imposible controlarla, es por eso por lo que no vale la pena sumergirse en un pasado pues al final nos sentiremos atrapados por él. También nos habla de su relación sentimental con A y cómo la ausencia suele dejar grietas en cada parte de nuestro cuerpo. Este libro mide exactamente quince centímetros de largo por once de ancho, lo que me inclinó a llevarlo conmigo durante días. Además, me fue imposible no sonreír, pues era la primera vez que podía darme el lujo de guardar un libro que cupiera en el bolsillo derecho de mi chaqueta y así protegerlo de la lluvia.
Rocha no solo logra recordarnos a personajes como Gokú, Batman, Avril Lavigne, rememora programas desde Séptima Puerta, El Chavo del Ocho, hasta Dragon Ball, South Park, el grunge, etcétera, sino que también, mediante su prosa, viajamos a esas primeras miradas que fueron tan trascendentales y que de alguna u otra manera nos hicieron creer que éramos dueños del mundo y que nuestra vida giraba en torno a él. Caemos en cuenta que aquellas series y programas que tanto dilataban nuestras pupilas, nos hicieron reflexionar y cambiar nuestros gestos, nuestra manera de caminar. “Damos por sentado que lo vivido se queda con nosotros unido al hueso, que el cerebro es intocable, que el pasado es sólido, robusto. Pero lo cierto es que no es así. El pasado no es más real que la luz del ocaso. Ese lugar en el que se mezclan el azul con el rojo y el amarillo y el sol…”. Me permití ahondar en este libro y fue al leerlo en voz alta que noté el ritmo y los silencios que dejó el autor plasmado en esta obra. Un momento que me pareció espléndido es cuando nos cuenta de manera detallada cómo Ted Mosby encuentra refugio en Cien Años de Soledad, así como a la vez Rocha se sintió escuchado y acompañado con cada personaje. También, por medio de la serie norteamericana Skins fue con la que entendió que al otro lado del mundo existen personajes que no les interesa la fidelidad y el compromiso; al observar esta serie entendió que no todo en la vida era lindo y, por supuesto, no todos los finales eran felices.
Cuando tenía once años Rocha se enteró del Alzhéimer que enfrentaba su abuela. De una manera sutil y nostálgica comparte con sus lectores cómo sus amigos lo llamaban para decirle que se había escapado y estaba dando vueltas por los pasillos del conjunto en pijama. Fue esa experiencia la que lo obligó cada tanto a recodar cosas específicas de su pasado, quizá por miedo a olvidar. En su obra el autor nos lleva a rememorar junto a él su infancia. No sé si les pasará también a los lectores, pero cuando una termina de leer esta obra siente que la vida vale la pena vivirla, con todo y los miedos, con todas las grietas y secuelas que nos provoca durante el camino, con todas las canciones que no fuimos capaces de dedicar y esas que entonamos solo en la ducha. Esta obra nos da la oportunidad de reconciliarnos con nuestras acciones de ayer y mejorar las de mañana.
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En este libro encontré una frase que llamó mucho mi atención. “Soy una parte de una generación a la que le repitieron un sinfín de veces que todo lo podía, que el mundo era suyo, que había nacido con un propósito, que su existencia no era gratuita, que sí quería tocar el cielo lo podía hacer, y gracias a internet creímos todo eso posible”. ¿Qué podemos hacer para dejar a un lado el egoísmo y el orgullo?
Leyendo. Como generación ya no hay nada que hacer. Es decir, si lo queremos plantear desde un punto colectivo, es imposible lograr que todo mundo llegue a un punto de reflexión, nuestra generación salió mal, tratemos de mejorar a la siguiente. Uno no puede asumir la culpa de lo que pasó en el pasado, no puedes culparte por las condiciones y las herramientas que tenías en ese momento tanto educativas como familiares. No puedes llegar afirmar cosas como “Todo es culpa de mis papás porque ellos me dijeron que yo era especial”. Esto no se trata de culpas y odios, no puedes hacer responsable a los demás de tu vida o sino jamás vas a avanzar. Se trata de ser consciente que tú no puedes cambiar tu pasado, pero sí eres responsable de hacer algo bueno con tu presente. Debes cuestionar cada cosa que haces.
Precisamente ese odio del que habló anteriormente hace que le tengamos miedo tanto al fracaso y cada vez tengamos esa tendencia a comparar nuestra vida con la de los demás…
Exactamente, cargar con esos odios, esa culpa y esas rabias son las que avinagran todo. Es ahí cuando se complican las cosas porque empiezas a decir “¿Por qué no lo logré cuando era el momento?”, “¿Por qué no he vendido tal cantidad de libros teniendo esta edad?”. Uno debe comprender que cuando tiene un proyecto en mente debe contemplar el fracaso y lo tiene que contemplar todos los días de su vida. El fracaso hace parte de todo y nos enseña que hay cambios. Por ejemplo, yo ejercí como periodista, hice cosas y todo eso me hizo sentir el caballo ganador por un momento. Entonces dije: “Con veinticuatro años y estoy en el punto más alto de mi carrera, todo el mundo quiere trabajar conmigo, me gané un premio que me hizo resaltar ante la gente”. Luego llega la pandemia, algo que nadie pudo controlar. Entonces, me enfrenté a una crisis económica y emocional. Y cuando me sentía desolado y triste siempre pensaba “pero me queda la escritura”. Con todo eso aprendí que el camino no siempre es constante y lineal, la vida se trata precisamente de eso, de resistir. Al final el camino cambia y si lo aceptas y estás en paz con eso dejas de presionarte y dejas de competir.
Hablando de esos altibajos ¿qué aprendió Nicolás Rocha durante la pandemia y cómo fue su experiencia en esos días de aislamiento?
Yo con la soledad nunca he tenido problema, y durante la pandemia me sentí tranquilo, en medio de todo, precisamente porque estuve escribiendo y la escritura es uno de los oficios en donde menos colectividad hay porque al final eres tú encerrado en un cuarto escribiendo todo lo que se te ocurra. Sin embargo, la pandemia me ayudó, sobre todo, a solucionar mi relación familiar. Ese momento me hizo darme cuenta de que nuestros padres y abuelos también estaban en riesgo. Entonces, a partir de allí me vuelvo más protector.
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¿Cambió en algo su relación con la lectura y la escritura?
Sí, sobre todo con la lectura porque cuando estuve en el punto económicamente más difícil durante la pandemia, no podía comprar libros, todavía podías pagar internet (entre risas). Entonces, conté con la ayuda de un amigo, quien es poeta, a quien amo y le debo mi carrera y mi relación con la literatura. Él estaba viviendo en Medellín por ese momento y sabía que yo estaba pasando por muchas cosas emocionalmente, así que me enviaba constantemente libros. A mí la pandemia me dio la oportunidad de tener un buen ritmo de lectura. Yo siempre había querido tener tiempo libre para leer de esa manera, pero me tocaba salir. En ese momento estaba sin trabajo, así que fue un buen momento para leer poesía. Pasa que cuando mi amigo se muda me deja tres cajas llenas de libros. Tener acceso a la biblioteca de una persona que está tan bien curada, porque tú observas y ningún libro de ahí es malo. Empiezo a leer poesías completas y libros que no puedes conseguir tan fácilmente. Así que, en ese momento leía un par de horas, luego cuidaba a mis papás, tenía una relación más tranquila con mi hermana, iba y visitaba a mi abuelo, sacaba a Moana, mi perrita. Volvía a la casa y me encerraba a escribir. Entonces, la pandemia me dio calma, tuve la oportunidad de parar. Algo que no tuve con el periodismo porque esta carrera es demasiado frenética. Por esos meses, pude gozar del silencio de las calles y pude escuchar el sonido de los pájaros.