El 11 de septiembre de 2001 tuvo lugar el atentado más grave en la historia de Estados Unidos. Cerca de 2.750 personas perdieron la vida en el colapso de las Torres Gemelas y en medio de las labores de rescate. Sin embargo, 20 años después del fatal día hay varios puntos que merecen ser aclarados. Aquí enumeramos algunos.El “enemigo” de Estados UnidosOsama bin Laden fue el creador y líder de la organización islámica Al-Qaeda —que traducido del árabe significa la base—, quienes buscaban establecer un orden político que uniera a todos los musulmanes, a partir de un Estado Islámico.Luego del retiro de Estados Unidos de Vietnam, en 1970, y posteriormente, del Líbano en 1993, Bin Laden se convenció de la vulnerabilidad del país y empezó a referirse a este como un “tigre de papel”. Pero no fue hasta 1996 que la idea de un gran golpe se convirtió en un plan. Sucedió en Afganistán, luego de conocer a Khalid Sheikh Mohammed, quien le presentó una propuesta de operación que incluía pilotos y aviones que harían colapsar edificios y puntos estratégicos en el país.Al-Qaeda se fortaleció con los años y para finales de la década de los 90 tenía alcances globales. Bin Laden y sus agentes se encargaron de tejer relaciones con militantes en todo el mundo.El ataqueFue en 2001 cuando el plan se accionó. 19 agentes suicidas de todo Oriente Medio participaron en el secuestro de 4 aviones que cumplían líneas nacionales en la Costa Oeste del país y además, llevaban cargas completas de combustible. El primero, con destino a Boston, fue desviado hacia la torre norte del World Trade Center en la ciudad de Nueva York. El segundo avión cumplía la misma ruta y fue estrellado contra la torre sur.El Pentágono fue el tercer objetivo. El vuelo 77 de AA estaba cerca de Washington y chocó contra el ala sur del lugar. El cuarto avión se estrelló en un campo en Pensilvania, cuando algunos de los tripulantes trataron de tomar el control.Las investigaciones y los errores por buscar capturasPara garantizar la seguridad nacional se autorizaron las detenciones indefinidas contra los “sospechosos” de actividades que pudieran poner en riesgo dicha seguridad.De acuerdo con la investigación de Luis E. Bosemberg, se aprobaron decretos en los que se establecían tribunales militares para juzgar a extranjeros sin posibilidad de que estos pudieran recurrir su sentencia ante la justicia civil.También se expandieron los poderes de vigilancia del gobierno reduciendo los criterios mínimos exigibles para su autorización y limitando la competencia de los tribunales a la hora de autorizar el espionaje.La ley “Homeland Security” (2002) permitía al Departamento de Seguridad Nacional recabar todo tipo de información sobre los ciudadanos, incluso accediendo a los correos electrónicos personales. Todas estas nuevas leyes fueron aprobadas sin debate público, ni plenarias en el Congreso. A pesar de que recortaban los derechos cívicos se aprobaron por aclamación y al calor del ferviente del patriotismo que reclamaba una situación de amenaza nacional.Esta política dio pie a cientos de abusos policiales. Es el caso de los servicios secretos y la policía, quienes bajo la excusa de recoger información sobre los ciudadanos sin estar sujetos siquiera a la supervisión judicial, detenían arbitrariamente bajo la premisa de las leyes antiterroristas y la medida de prevención. Sin embargo, se presentó como objetivo en el marco de la contra el terrorismo que creó un vasto aparato de seguridad que por muy escaso margen podía actuar con intenciones represoras.Bush y la lucha contra el terrorismo"No haremos distinción entre los terroristas que cometieron estos actos y los que los albergan", aseguró el presidente Grorge Bush en su primera alocución, luego del atentado del 11 de septiembre. Luego de volar por todo el país, visitar las ruinas y programar varios concejos de seguridad, Bush anunció una "Campaña contra el terrorismo", basada en intervenciones militares en Afganistán, con el apoyo del Gobierno de Sadam Husein.La decisión del Gobierno Bush tuvo el respaldo de la comunidad internacional y desde ese momento, la seguridad internacional fue el primer punto en la agenda de la ONU.Dos meses después, en noviembre del 2001, Estados Unidos y sus aliados en Afganistán atacaron el régimen talibán, hasta dispersarlo sin provocar su disolución . La base con cientos de militares tuvo presencia hasta agosto del 2021.Afganistán 20 años despuésEn el 2021 hubo un acuerdo con los Talibanes. Justo después, el presidente de Estados Unidos, Joe Bide anunció el retiro de las tropas estadounidenses de Afganistán, lo que provocó una avanzada del grupo militar, hasta tomarse el poder del país. Sin embargo, la OTAN aseguró la permanencia de 650 soldados en el país, con el fin de brindar protección a los diplomáticos y del aeropuerto de Kabul. Le puede interesar: El burka y las mujeres: una historia de maticesLuego de este anuncio se ha cuestionado la operación militar de EEUU, pues a pesar de permanecer 20 años en invasión Al-Qaeda también continúa operando en Afganistán, al igual que los militantes de Estado Islámico. Por el contrario, las pérdidas en el país no pueden ser más aterradoras: más de 60.000 miembros de las fuerzas de seguridad, 111.000 civiles han muerto o han resultado heridos desde que la ONU comenzó a registrar sistemáticamente las bajas civiles en 2009. Para tener un contexto: Cinco libros para comprender el conflicto de Afganistán
A la víspera del 20 aniversario de los atentados más mortíferos de la historia, reivindicados por la organización yihadista Al Qaeda, el director de cine recordó como se había desplazado, "traumatizado", hasta los retos del World Trade Center dos meses después. "No sabía cómo vivir con aquello y sentí que tenía que ir allí y eso me ayudó", explicó en la presentación de la exposición "Wim Wenders: Photographing Ground Zero", abierta hasta el 9 de enero en el Museo Imperial de la Guerra de Londres."Quería que ese lugar me dijera algo, que me diera un mensaje. Y era un mensaje pacífico de esperanza", agregó. Wenders recuerda aún la luz del sol que se filtraba a través de los gigantescos esqueletos de las torres gemelas, entre las ruinas humeantes que yacían en un suelo cubierto por una gruesa capa de ceniza."Apareció una belleza surrealista y lo tomé como una gran señal de esperanza de que estaba surgiendo algo hermoso", relató. "Mi cámara panorámica captó este increíble mensaje: aquí ocurrió algo terrible, infernal, pero por favor, que esto no se convierta en un terreno para más odio", agregó. "Que este lugar sea un símbolo de paz y curación para siempre".Director emblemático de clásicos del cine como "París, Texas" (1984), "El cielo sobre Berlín" (1987) y "Pina" (2011), Wenders se impuso como uno de los directores alemanes más conocidos de su generación gracias a su abundante obra, centrada en el paso del tiempo, la memoria y la pérdida. La fotografía, una gran pasión del director, comenzó a tener una creciente presencia en sus obras en la década de 2000, como en el drama sentimental "Llamando a las puertas del cielo" (2005).Sus fotografías se han publicado y expuesto en todo el mundo.
Cuando recuerda lo que vivió el 11 de septiembre de 2001, Joseph Dittmar oscila entre risas y lágrimas: contar cómo escapó del piso 105 del World Trade Center es su manera de sobrevivir.La historia de su descenso de esos 105 pisos, que conserva 20 años después con una memoria fotográfica, se asemeja a una epopeya trágica. Este padre de cuatro hijos, que asistía ese día a una reunión de corredores de seguros en una sala sin ventanas de la torre sur, debe su supervivencia a decisiones que tomó en segundos. Cuando el primer avión secuestrado por yihadistas se estrelló contra la torre norte, los 54 participantes solo percibieron la luz vacilar.En el piso 90, tras escuchar varios llamados a evacuar, vieron por una ventana el drama en la torre norte. "Fueron los peores 30-40 segundos de mi vida (...) Vimos muebles, papeles, gente que se precipitó al vacío, cosas aterradoras, terribles. Tenía tanto miedo", cuenta.Nativo de Filadelfia, entonces residente de Chicago, no pudo evitar pensar: "¡Cada vez que vengo a esta ciudad pasa algo!". Regresó a las escaleras y se topó con un colega, un "gigante" exjugador de fútbol americano, Ludwig Picarro, que quiso ir al baño. No sobrevivió. En el piso 78, una colega le gritó que se tomara con ella el ascensor exprés, para bajar más rápido.Pero este corredor de seguros sabía que hay que evitar el ascensor y se abalanzó por la escalera, "la mejor decisión de mi vida". "En algún momento entre el piso 74 y 75" la caja de la escalera "comienza a oscilar violentamente, los pasamanos se desprenden de la pared, los escalones ondulan bajo nuestros pies como olas en un océano, sentimos una pared de calor, olemos combustible", recuerda. Otro avión acababa de estrellarse contra su torre, justo por encima de ellos, entre los pisos 77 y 82."¿Cómo podemos ser tan fuertes?"A pesar del miedo, se acuerda de una "solidaridad" increíble, como aquel hombre que cargaba a una mujer discapacitada en la espalda. Pero las lágrimas regresan cuando evoca a los "verdaderos héroes" que se cruzó en la escalera en esos 50 minutos de descenso, comenzando por los bomberos y rescatistas del piso 31, que subían a contracorriente para salvar a las personas atrapadas."Su mirada delataba que ya no había esperanza (...), sabían que no regresarían", dijo. "¿Cómo podemos ser tan valientes, tan fuertes?", se pregunta. En el piso 15 escuchó a un guardia de seguridad cantar por el megáfono "God Bless America", mientras urgía a evacuar el edificio con humor.Cantaba "horrible" pero "intentaba distender el ánimo de las personas (...) como el capitán del Titanic que hacía tocar a sus músicos mientras la gente embarcaba en los botes de emergencia". Al llegar a la planta baja, Dittmar y un colega atravesaron el centro comercial subterráneo del WTC y salieron a la superficie. De pronto sintieron un estruendo detrás suyo. Era el colapso de la torre sur. Y escucharon "el grito" de decenas de miles de personas. Esos gritos Dittmar los escucha todavía "todos los días"."Seguir contando"Dittmar ha contado su historia cientos de veces a escolares de todo del país. "Es mi terapia", dice. "Supe bastante pronto que para sobrevivir debía seguir contándola". Con la fecha "911" tatuada en su muñeca, un prendedor de las torres gemelas en el cuello de la chaqueta y una piedra que acaricia siempre en el bolsillo, el 11/9 le acompaña "como una sombra".Dittmar, que sigue trabajando en seguros pero se ha mudado a Delaware, dice que admira enormemente a los neoyorquinos. Él también, diabético, tuvo covid-19 pero resistió. Y con la ayuda de su mujer se puso a comer más sano, a caminar 5 km por día, y perdió 23 kilos. "La pandemia, un poco como el 11 de septiembre, me transformó... Me dije que puedo mejorar".
Era una perfecta mañana soleada de verano en Nueva York, de cielos totalmente despejados. Pero el 11 de septiembre de 2001 acabó por convertirse en la jornada más oscura de la mayor ciudad de EE.UU. Una serie de atentados dejaron casi 3.000 muertos y cambiaron el rumbo de la historia.Poco antes de las 08h00, 19 yihadistas, la mayoría de Arabia Saudita, abordaron cuatro aviones en aeropuertos de Boston, Washington y Newark, cerca de Nueva York. Llevaban cuchillos, permitidos entonces si la hoja era de menos de 10 cm. En el sur de Manhattan, cientos de empleados ya estaban en sus oficinas en Wall Street, donde se alzaban las Torres Gemelas, de 115 metros de altura, cuando a las 08h46 el vuelo 11 de American Airlines que había despegado de Boston hacia Los Ángeles, secuestrado por cinco yihadistas, se estrelló entre los pisos 93 y 96 del edificio norte.Los 87 pasajeros y tripulantes murieron en el instante, así como centenares de las 50.000 personas que trabajaban en el World Trade Center (WTC), símbolo del poderío económico estadounidense. Muchos quedaron atrapados por encima del piso 91, sin acceso a escaleras de emergencia. Joseph Dittmar, un experto en seguros basado en Chicago, estaba a esa hora en una reunión con decenas de corredores de seguros de todo el país en el piso 105 de la torre de enfrente, el edificio sur del WTC.Nadie "vio nada, ni sintió nada, solo la luz vaciló", contó Dittmar a la AFP casi 20 años después. A las 08h50, el presidente George W. Bush, de visita en una escuela primaria de Sarasota, Florida, fue alertado de lo que se asumió inicialmente como un accidente. Dittmar contó que tras un llamado a evacuar la torre sur, todos bajaron al piso 90 y al mirar por la ventana quedaron aterrados."Fueron los peores 30, 40 segundos de mi vida (...) al ver esos enormes agujeros negros en el edificio, llamaradas rojas como nunca habíamos visto en nuestras vidas, volutas de humo gris y negro que salían de esos agujeros". "Vimos muebles, papeles, gente que se precipitó al vacío (...) cosas aterradoras, terribles. Tenía tanto miedo", recordó entre lágrimas.Se estima que entre 50 y 200 personas saltaron o cayeron de ambas torres. Dittmar decidió salir del edificio por la escalera, una decisión que le salvó la vida. El chef Michael Lomonaco emerge del centro comercial subterráneo del WTC y ve horrorizado la torre norte en llamas. A último momento, había decidido pasar por la óptica para cambiar los cristales de sus gafas, antes de subir a su trabajo en el piso 107 de esa torre, en el famoso restaurante Windows on the World."EEUU está bajo ataque""En algún momento, entre el piso 74 y 75" la caja de la escalera "comienza a oscilar violentamente, los pasamanos se desprenden de la pared, los escalones ondulan bajo nuestros pies como olas en un océano, sentimos una pared de calor, olemos combustible", recuerda.Eran las 09h03 y el vuelo 175 de United Airlines con 60 pasajeros, además de cinco terroristas, que había despegado de Boston con destino a Los Ángeles acababa de estrellarse contra los pisos 77 a 85 de la torre sur del WTC, justo encima de ellos, provocando una explosión gigante. Muchas personas que estaban desalojando el edificio quedaron atrapadas en los ascensores y por encima del piso 85. "Estados Unidos está bajo ataque", le susurra a la oreja de Bush su jefe de gabinete.Al llegar al piso 31, Dittmar y un puñado de compañeros de infortunio se cruzaron con bomberos y rescatistas que corrían escaleras arriba. "Su mirada lo mostraba, sabían que no regresarían", dice. Dittmar demoró unos 50 minutos en llegar a la planta baja y luego caminó hacia el norte con un colega en medio de los escombros cuando de repente, a las 09h59, escuchó el ruido ensordecedor del derrumbe de la torre sur. Y casi instantáneamente "el grito de decenas de miles de personas" en pánico, testigos de la tragedia televisada en directo al mundo.Una batalla en el cieloA las 09h58, Edward Felt, pasajero del vuelo 93 de United Airlines que había despegado de Newark, Nueva Jersey, con destino a San Francisco, logra encerrarse en el baño y llamar al teléfono de emergencias 911 para denunciar que su avión fue secuestrado por cuatro yihadistas que se apoderaron de la cabina y desviaron la nave hacia Washington DC. Fue una de las últimas de 37 llamadas de móvil hechas por pasajeros y tripulantes a familiares desde el avión secuestrado.Otro pasajero, Jeremy Glick, logró explicar a su esposa en tierra que los pasajeros votaron y decidieron asaltar la cabina, pero que aguardan sobrevolar una zona rural para actuar. "¿Están listos? Vamos", dice otro, Todd Beamer, mientras habla por teléfono con un interlocutor en tierra. El enfrentamiento fue breve: cinco minutos después de la llamada de Felt, a las 10h03, el avión se estrelló a 900 km/h contra una colina arbolada cerca de la pequeña comunidad de Shanksville, en Pensilvania, a 20 minutos de la capital estadounidense.Gordon Felt, hermano de Edward, se hallaba en el campo, al norte de Nueva York, trabajando en una colonia para jóvenes autistas. Casi 20 años más tarde, en el lugar donde cayó el avión y donde se construyó un memorial en un inmenso parque, recuerda que cuando se enteró de que Edward estaba en el avión secuestrado le dejó un mensaje en el contestador de su celular. "Ed, cuando aterrices llámanos, estamos inquietos". Unas horas más tarde, su cuñada le llamó para decirle que no había ningún sobreviviente, y pidió a Gordon dar la terrible noticia a su madre. A las 10h28 colapsó la torre norte del WTC, envuelta en llamas durante 102 minutos.El alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, llama a la calma desde la zona de los ataques y ordena a la población evacuar el sur de Manhattan a las 11h02. Miles de residentes y trabajadores de la zona comenzaron entonces a marchar a pie durante horas por calles y carreteras hacia el norte de Manhattan o cruzando puentes hacia Brooklyn. Decenas de ferrys, yates y barcos pesqueros acuden al rescate para evacuar a cientos de miles de personas por el río Hudson hacia Nueva Jersey.A las 12h16 las autoridades decretaron el cierre total del espacio aéreo tras despejar del cielo estadounidense a más de 4.500 aviones. Durante varias horas los rescatistas y bomberos se afanaron en hallar sobrevivientes de los atentados entre los escombros. Al Kim y otros rescatistas consiguieron salvar al bombero Kevin Shea, enterrado entre los escombros y gravemente herido. Fue el único sobreviviente de los 12 miembros de su brigada.Hacia las 12h30, un grupo de 14 personas fue rescatado de la torre norte, donde quedó protegido por un pedazo de escalera que milagrosamente no se derrumbó. El último rescate exitoso tuvo lugar al mediodía del 12 de septiembre. El chef Lomonaco intenta hacer una lista de los empleados que estaban en el restaurante en el momento de la tragedia. Muchos no responden. Tras varios días se enterará de que eran 72, de un total de 450. Ninguno sobrevivió.Huir de ManhattanBush fue evacuado desde la escuela primaria de Florida a la base aérea de Barksdale, en Luisiana (sur), a las 13h04, y colocó a las fuerzas armadas en "estado de alerta máxima". Más tarde fue trasladado a otra base aérea en Nebraska, y finalmente fue autorizado a regresar a la Casa Blanca.Su vicepresidente, Dick Cheney, que estaba en la Casa Blanca cuando ocurrieron los ataques, fue evacuado de la residencia presidencial en la mañana y llevado a un búnker. Dittmar, que halló refugio en el apartamento de una amiga, solo piensa en una cosa: irse de Nueva York.Finalmente consigue tomarse un metro repleto de gente al final de la tarde -la circulación fue reanudada tras una paralización total de una hora y media- y llegar a la estación de trenes Penn Station, donde compra un billete a Pensilvania, donde viven sus padres.En el tren todo el mundo está en silencio, nadie dice una palabra. Cuando Dittmar, de 44 años, llega a las 19h00, su madre le abraza y acaricia el cabello. "Era exactamente eso lo que precisaba en ese momento". Está exhausto y se pierde el discurso de Bush a las 20h30, que anuncia un saldo de "miles de muertos". Serían 2.753 víctimas en Nueva York, 184 en el Pentágono y 40 en Shanksville."Estamos buscando a quienes cometieron estos actos malvados (...) No haremos distinciones entre los terroristas que cometieron estos actos y quienes los protejan", dijo Bush. Al llegar a su casa esa noche tras cruzar un Washington acordonado por las fuerzas del orden, Karen Baker comenzó a digerir la enormidad de lo ocurrido al abrazar a su marido y a sus dos hijos."La pura tensión los había llevado al límite y estaban llorando. Se desmoronaron. Eso fue realmente duro de ver", contó. El paramédico Al Kim permaneció entre los escombros de las torres hasta la noche, cuando una ambulancia lo llevó hasta su trabajo en Brooklyn.Condujo a su casa aún cubierto de polvo de pies a cabeza por calles completamente desiertas, con las luces de emergencia en el techo del coche para que la policía no lo detuviera. Al llegar, se emocionó. "Era muy tarde, la mitad de la noche. Me duché. Y al día siguiente temprano en la mañana estaba de regreso, había mucho que hacer, y muchos funerales a los que acudir".
Pasaron 20 años, pero al experto en rescates Luis Eduardo Marulanda aún se le corta la voz al recordar sus días en la montaña de escombros del World Trade Center tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Fue entrevistado por la AFP en la madrugada del 14 de septiembre en Nueva York, tras emerger de la Zona Cero y ser aplaudido por cientos de personas después de buscar sobrevivientes durante más 40 horas sin parar. Y luego casi 20 años después, en su hogar de Bogotá, donde aún se pregunta si hubiera podido hacer más para ayudar."Se me pone la piel de gallina. Sabíamos que había mucha gente atrapada ahí", dice emocionado Marulanda, hoy de 57 años, al recordar esa noche en la que los desaparecidos se contaban por miles.Cuando los yihadistas secuestraron y estrellaron dos aviones contra las Torres Gemelas, Marulanda se hallaba en Nueva York por casualidad, para hacer un curso de instructor de bombero y comprar ambulancias para la Cruz Roja colombiana. Llegó al sur de Manhattan a ofrecerse como bombero voluntario poco después de las 09:00 a.m. del 11 de septiembre, antes del colapso de las torres.Sin rastrosCargando unos 45 kg de equipamiento -tanque de aire comprimido, hacha, tramos de manguera, pitones- fue uno de los primeros que intentó entrar a la torre norte para intentar evacuar personas mientras llegaban las primeras unidades de bomberos."Alcanzamos a subir cinco escalones, nada más. El caos era tremendo, la gente se lanzaba una encima de la otra. Era imposible subir, había una turba humana", recuerda Marulanda, que posee una gran experiencia como rescatista en terremotos, avalanchas y otras catástrofes en Colombia, Ecuador, Perú, México, Haití y Nueva Zelanda, además del 11/9. "Gracias a Dios no nos dejaron subir, porque hubiéramos perecido en el colapso" como muchos bomberos que lograron hacerlo después, asegura.Permaneció en la Zona Cero tres meses, primero buscando sobrevivientes, durmiendo un par de horas junto a otros rescatistas en oficinas desiertas, y luego recogiendo evidencia de todo tipo. Halló desde restos humanos hasta el tren de aterrizaje y la caja negra de uno de los aviones secuestrados."Vi miembros sueltos, troncos sueltos (...) Vi muchos, muchos cuerpos calcinados que quedaron muy pequeños, reducidos, imposibles de identificar", en medio de un fuerte olor "a pura carne asada", contó este experto en estructuras colapsadas hace dos décadas, exhausto y cubierto de polvo y sudor, bajo los enormes focos que iluminaban la Zona Cero, envuelta en humo.El impacto del colapso de las torres fue tan tremendo que nunca se hallaron los restos -ni siquiera rastros de ADN- de cientos de víctimas. Muchas familias no pudieron enterrar a sus muertos. "Vi a una familia mexicana a la cual le entregaron un par de zapatos para enterrar, recuerdo su cara, el traductor les hablaba y la mujer decía: '¿Y usted quiere que me lleve esto?'"."Me tocó encontrar dedos, y un manojo de pelo largo, digo yo que era de una mujer. De ahí sacaban el ADN. Camisas, un brazo, una mano aplastada...", recuerda. De las Torres Gemelas, le conmocionó "la destrucción gigante, y en un espacio muy reducido". Y el recuerdo de muchos inmigrantes sin papeles que no osaban ni siquiera pedir los restos de familiares desaparecidos por temor a ser deportados."¿Hice lo suficiente?"También asistió a varios bomberos atrapados en el derrumbe del edificio 7 del WTC, de 47 pisos, que colapsó siete horas después de las Torres Gemelas. "Corrí a ayudarlos, lavé sus ojos, les di oxígeno, les coloqué líquidos intravenosos", contó hace 20 años.Hoy todavía se pregunta "si los que murieron tenían que morir". "¿Pude haber hecho más? ¿Hice lo suficiente?", se cuestiona. Sentía "un dolor de patria, aunque no era mi patria. Pero uno no necesita ser ciudadano americano para sentir ese dolor. Y eso persiste", reflexiona.Marulanda revivió durante meses la catástrofe del 11/9 en sus sueños. "Mi esposa me decía que brincaba mucho en la cama, me decía que eso le molestaba y la despertaba a cualquier hora. Hubo que empezar a buscar ayuda psicológica profesional, hablar mucho del tema". No tuvo tiempo de pedir la extensión de su visa estadounidense en esos tres meses que trabajó en la Zona Cero. Cuando quiso regresar a Colombia, lo llevaron ante un juez migratorio. "Me quería deportar, decía que yo era un irresponsable, un abusivo. Me prohibió regresar a Estados Unidos durante siete años".
Es el rascacielos que reemplazó en el cielo neoyorquino a las Torres Gemelas, reducidas a cenizas. Inaugurado en 2014, el One World Trade Center, el edificio más alto de Estados Unidos, de 541 metros, se convirtió en una torre emblemática de la capital económica del país, símbolo de resiliencia tras el horror de los atentados del 11 de septiembre.Desde su origen fue concebida como un testimonio de la resiliencia de Nueva York, una visión hacia el futuro a pesar del desastre, afirma Kenneth Lewis, uno de los arquitectos del estudio SOM, que construye rascacielos en todo el mundo. Aunque las imágenes de las Torres Gemelas en llamas fueron trágicas, nadie cuestionó la idea de erigir otro rascacielos en su lugar.Para los arquitectos fue la ocasión de concretar conceptos con los cuales soñaban hace años. "Era el comienzo del milenio, había que encarnar una nueva generación de edificios, tanto en términos de seguridad como de impacto sobre el medio ambiente", dice Lewis."Blindar el corazón"Las imágenes de personas saltando al vacío para escapar del fuego figuran entre las más pesadillescas del 11 de septiembre. Tras los atentados, hubo muchos debates sobre cómo evacuar a las personas más allá de las escaleras: se discutió sobre una suerte de cable al cual la persona podría atarse antes de lanzarse al vacío, o de una especie de túnel de basura gigante por el cual las personas podrían lanzarse, recuerda el arquitecto.Un paracaidista hizo una demostración del cable. "Daba realmente miedo, era inimaginable que alguien con un poco de sobrepeso o un poco timorato saltara por la ventana", recuerda sonriendo. Al final, la única solución era "blindar el corazón del edificio con hormigón reforzado, y hacerlo suficientemente amplio como para que la gente pueda salir por allí".Muchas nuevas normas de seguridad fueron estrenadas en el One WTC y luego se tornaron estándar. Por ejemplo, la ampliación de las cajas de las escaleras para permitir una evacuación rápida de esta torre de 104 pisos, o la instalación de una señal luminosa en el piso como en los aviones.También se instalaron cámaras y herramientas de comunicación resistentes al fuego en cada piso, para permitir a rescatistas seguir la situación en cada momento. El objetivo final, según Lewis, era "evacuar todo el edificio en una hora cómo máximo". Los bomberos fueron invitados a las reuniones de trabajo. "Habían sufrido un trauma tal que debían formar parte de la solución", dice Lewis.Fueron ellos sobre todo quienes exigieron un sistema de rescate capaz de paliar una falla de los generadores, como sucedió el 11 de septiembre de 2001, con el fin de mantener la electricidad el mayor tiempo posible para evacuar el edificio.Un incendio no era la única inquietud. En otoño de 2001 hubo varias cartas anónimas con ántrax enviadas a algunos medios de comunicación, y cinco muertes ligadas a este veneno mortal. "Comenzamos a pensar en un sistema de filtración y en la calidad del aire, no solo en caso de incendio sino también de ataques de este tipo", cuenta. "Había que identificar todas las amenazas con las cuales un edificio debe trabajar "sin transformarlo" en una fortaleza a la cual ya nadie quiere venir"."Bienestar"Casi 20 años más tarde, debido a la pandemia de coronavirus y la extensión del teletrabajo, el One WTC y la mayoría de los célebres rascacielos de Manhattan permanecieron vacíos durante meses. "Pensábamos que las personas regresarían a la oficina mucho más rápido", admite Lewis. "Rápidamente miramos la filtración de aire, cómo circula (...) la mayoría de los edificios recientes tienen filtros muy eficaces, con partículas, que operan también sobre el virus".Aunque las torres aún no han regresado a sus tasas de ocupación anteriores a la pandemia, nadie pone en duda la vigencia de los rascacielos en el cielo neoyorquino. Una torre de 600 apartamentos está en construcción en Brooklyn y para 2022 se convertiría en el primer "super rascacielos" fuera de Manhattan. Y una veintena de proyectos similares se hallan en gestación en Nueva York.A la prioridad ambiental, ya muy presente, se sumó la del bienestar, sostiene Lewis. "Estamos en 2021, hablamos de salud, de crear espacios exteriores donde la gente pueda trabajar, de terrazas como lugar de trabajo, de reunión... Estamos realmente en un cruce de caminos". Mientras tanto, el One WTC se ha hecho un lugar entre las imágenes icónicas de Nueva York. Cuando el Memorial a las víctimas del 11/9 simboliza "el vacío" creado por los atentados, según Lewis, la torre "representa lo positivo", "un lugar de innovación y de reflexión, portador de conceptos modernos de seguridad".
Al Kim se salvó por un pelo cuando la torre sur del World Trade Center colapsó en un diluvio infernal de polvo y acero el 11 de septiembre de 2001. La tragedia lo conmocionó, pero le enseñó que la vida es fugaz y hay que poner los problemas "en perspectiva". Kim, un paramédico de 37 años de la MetroCare Ambulances en Brooklyn, llegó conduciendo a las 09h05 a las Torres Gemelas, en el sur de Manhattan, tras el choque de dos Boeing secuestrados por yihadistas contra los rascacielos.Le pidieron que se encargara de la evacuación de heridos en el lobby del hotel Marriott, situado entre ambas torres. Pero a las 09h59 escuchó un estruendo feroz, como el de un tren a toda velocidad. Instintivamente, se lanzó debajo de una camioneta estacionada bajo un puente peatonal."No puedo creer que voy a morir así", pensó. La torre sur se había desplomado."No podía respirar de tan acre que era el aire. Recuerdo utilizar mi camiseta para taparme la boca. No podía ver mis manos junto a mi cara", contó a la AFP casi 20 años después, al recorrer emocionado por primera vez la explanada del Museo y Memorial de las víctimas de los atentados del 9/11.La ola de calor quemó el pelo de su nariz, sus vías respiratorias superiores y parte de su ceja izquierda. Sus ojos estaban heridos y todo su cuerpo cubierto de una gruesa capa de cenizas. Pronto escuchó las voces de dos colegas, los ubicó y se tomaron de las manos "como niños de escuela". Así avanzaron en la oscuridad, entre escombros y llamas."Mientras caminábamos hacia el área de color más claro nos inundaron las alarmas", recordó. Era el sonido de los sensores con decenas de bomberos, que comienzan a sonar cuando no se mueven durante un cierto tiempo. Escucharon gritos de que había un bombero herido y fueron a su búsqueda. Se llamaba Kevin Shea, y tenía el cuello roto en tres lugares. Tenía la cara cubierta de ceniza y estaba semienterrado entre los escombros.En estado de alertaShea fue rescatado por Kim y otros tres colegas que lo cargaron en una camilla a un lugar seguro minutos antes del colapso de la torre norte. Fue el único sobreviviente de los 12 hombres de su brigada que respondieron a la emergencia. Desde entonces, los recuerdos de Kim son borrosos. "Pensé que este era el fin de nuestro pequeño mundo (...) Todo lo que veía a mi alrededor era un campo de escombros. Para mí la ciudad entera estaba así, y quizás incluso más allá", señaló.Permaneció en la zona destruida hasta la noche y regresó al día siguiente y durante varios días más. "Había mucho que hacer, funerales a los que acudir. No había tiempo para detenerse a reflexionar", dijo. Confesó con cierta vergüenza que durante unos dos años vivió "en estado de alerta constante", con suficiente agua y comida en su coche como para durar dos semanas, y con máscaras de gas.Resiliencia"Estaba listo" para otro ataque, subrayó. "Mi familia me decía que era una tortuga, conduciendo por todos lados mi pequeña camioneta con mi vida dentro". Con el tiempo, superó la ansiedad. Pero hay emociones, sentimientos que perduran. "Los neoyorquinos fueron realmente fuertes y resilientes. No huyeron de la ciudad. Aguantaron. Yo aguanté", expresó con orgullo el paramédico, hoy director ejecutivo de los servicios de emergencia médica de Westchester, en las afueras de Nueva York.Asegura que nunca sintió tanto patriotismo como el que vivió al regresar a la "Zona Cero" en esos primeros días. "Nunca he visto nada como la efusión de apoyo nacional por Nueva York. Hasta hoy no hay nada que lo supere", destacó. La tragedia le ayudó a darse cuenta de "cuán frágil es la vida"."Este año que pasó (con la pandemia) refuerza ese sentimiento, que las cosas son fugaces. Hay cosas difíciles en nuestras carreras, en la vida laboral y personal, y son aún relevantes, pero cuando lo piensas en términos más grandes, pones las cosas en perspectiva", reflexionó.Hace tres años, al participar en la media maratón de Nueva York con su esposa, pasó cerca del pilar que sostiene el puente que le salvó la vida, en general siempre rodeado de tráfico.