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Andrea Lucchesini: la naturaleza del sonido

La vida de este pianista italiano transcurre entre los escenarios, las clases que da en la Escuela de Música de Fiesole, su estudio personal, los paseos a campo abierto con su perro y el fútbol, del cual se siente un espectador aficionado.

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Las interpretaciones de Lucchesini de Chopin son elogiadas internacionalmente.
Cortesía

El sueño de infancia que no cumplió Andrea Lucchesini fue convertirse en futbolista. Desde sus seis años, la música fue su centro y fue configurándose, más que en un sueño, en una realidad definida y en un proyecto de vida al que ha entregado toda su energía. Lucchesini cambió el balón blanquinegro por otro juguete de los mismos colores: las teclas del piano. Hoy, 48 años más tarde, es uno de los pianistas más aclamados, un maestro apasionado y un gran amante de las músicas del mundo.

El piano estaba en su casa, pues su padre era un talentoso multiinstrumentista, maestro y arreglista. “Aunque su instrumento principal era la trompeta, sabía tocar casi todo: desde la guitarra, hasta la percusión y el piano”, dice Lucchesini. “Me acerqué al instrumento e intenté reproducir lo que sentía. La facilidad con que lo hice no pasó desapercibida, por lo que mi padre me escribió una pequeña improvisación en estilo jazz y me llevó al Conservatorio de Florencia, donde la gran pianista María Tipo, quien escuchaba por casualidad, se convirtió en mi maestra”.

Fue bajo la tutoría de esta célebre pianista, con quien siempre estará profundamente agradecido, que Lucchesini se formó como artista y obtuvo la suficiente inspiración y compromiso con el piano. A los 18 años se convirtió en el primer italiano en ganar el prestigioso Premio Dino Ciano de La Scala de Milán y, sumado a su contrato de grabación con el sello Angel Records de EMI, comenzó su reconocimiento internacional.

Tocar solamente las obras que lo seducen es una de las reglas de oro de Andrea Lucchesini. “No creo posible hacer y compartir música si el intérprete no es el primero que está fascinado por su mensaje”, dice con convencimiento y recalca que solo una pequeña parte de su repertorio lo dedica a la música contemporánea de compositores como Luciano Berio, con quien trabajó de la mano.

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Schubert y Beethoven son sus pilares, aquellos que conoce a cabalidad y que integran sus programas de concierto en el Cartagena Festival de Música 2020. De Schubert tocará los Cuatro impromptus Op. 90 y la Sonata para piano No. 20. A Beethoven lo interpretará junto al violonchelista colombiano Santiago Cañón Valencia, a quien observa como un intérprete extraordinario. Cañón lo aprecia por ser “completamente genuino en lo que transmite, un músico real y una excelente persona”.

Para Lucchesini, la música de Schubert es aparentemente simple, pero contiene una gran profundidad que oscila, según el artista, entre la espiritualidad, la emoción y el patetismo. “Schubert me conquistó por completo. Es la profundidad de su música lo que me fascina, especialmente por la sorpresa que genera en el intérprete: puedes leerlo sin dificultad y luego ser raptado hacia un laberinto sonoro maravilloso en el cual sigues descubriendo detalles preciosos”.

Curiosamente, esta descripción de Schubert es muy similar a la percepción que tiene Federica Bortoluzzi, estudiante de Lucchesini, sobre su maestro. “Es un poeta lírico. Cada vez que lo escuchas ocurre el mismo hechizo: eres arrastrado a una dimensión similar a un sueño, del que luego te levantas con alivio interno y emoción intensa, quizá no por lo que has visto, sino por lo que has intuido”. Lo describe como un músico profundamente expresivo, natural, con una alta capacidad de emoción y asombro, humilde, generoso y comprometido como maestro. La conexión entre Lucchesini y Schubert no es casual, pues uno solo se conecta con aquel que refleja buena parte de uno mismo.

Lucchesini vive en Florencia con su esposa, Valentina Pagni, quien también es pianista, profesora y literata, y con su perro Ibla, al que adoptaron en la ciudad. Sus dos hijos heredaron el talento musical y estudiaron violín y violonchelo, pero sus carreras universitarias las dedicaron a las leyes y la economía. “Casi nunca logramos estar todos juntos, pero el cariño que nos une es una de las mayores alegrías de mi vida”, asegura con emoción desbordada.

Su vida transcurre entre los escenarios, las clases que da en la Escuela de Música de Fiesole, su estudio personal, los paseos a campo abierto con su perro, el fútbol, del cual se siente un espectador aficionado, la lectura junto a la chimenea y el cultivo de una pequeña huerta que tiene en su casa. La trompeta de Chet Baker le recuerda a su padre, las canciones de Tom Jobim lo apasionan; juntos logran su relajación perfecta.

“Siento una gran responsabilidad al hacer música, por eso, después de 40 años de vida artística, la emoción de subir a un escenario no ha cambiado. Me siento ansioso de establecer contacto con el oyente y llamar su atención resaltando los paisajes sonoros que más me entusiasman. Después de tocar me siento feliz de compartir tanta belleza con otros, aunque creo, como todos los intérpretes, que siempre puedes hacerlo mejor”. Tal vez por ese vínculo genuino que establece Lucchesini con la música y el oyente es que Federica Bortoluzzi lo describe como un águila que “con el primer batir de alas ha conquistado la cumbre”.