La música para piano del primer Beethoven suene tan vital-y tan diferente de la de sus contemporáneos-es el grado en el que explota un amplio espectro de texturas. Existen, claro está, modelos y técnicas básicos, convencionales, característicos de la música para teclado, que operan en su música y a partir de los cuales puede reconocerse fácilmente una deuda con las generaciones anteriores como, por ejemplo, una entre tantas, la técnica que tomó probablemente de la música de Mozart, el cruce de una mano sobre la otra. Convencionalmente, este procedimiento se utiliza para permitir que la melodía y el bajo se respondan entre sí sobre un acompañamiento continuo en un registro central.
La primera parte del programa de hoy está consagrada a cuatro piezas para mandolina y piano compuestas por Beethoven hacia el año 1796, las cuales a pesar de su brevedad muestran un nivel artístico elevado.
Como niño prodigio se trasladó a Viena para seguir clases con Joseph Haydn, se estableció allí primero como pianista y poco después también como compositor de música para piano: sonatas, variaciones y conciertos.
El primero de los tres Tríos,op.9 escrito en la tonalidad de sol mayor, fue considerado por Beethoven como el mejor de los escritos en esa época juvenil. Lo dedicó al conde Johann Georg Browne.
La culminación de las obras para tríos de cuerdas, la encontró Beethoven en los tres Tríos del opus 9. Por esa época el compositor desarrollaba sus experimentos de contrapunto ejercitando las bases que le había dado su maestro Haydn.
Al contrario de la Primera Sinfonía en la que es perceptible el modelo de Haydn y Mozart, la Segunda Sinfonía de Beethoven se presenta internamente más lacónica y al mismo tiempo más dilatada y en conjunto más imponente. La estructura aparece más cuajada y las confrontaciones rítimico-métricas se hacen sobre todo más tensas. Por primera vez irrumpen acentos heroicos. Beethoven escribe su primer Scherzo sinfónico. El final conforma el contrapeso que equilibra el primer tiempo.