"Es un programa discriminatorio, porque no se hizo en todas las partes de la ciudad, solo fue para algunos barrios" pobres, dice a la AFP Wilson Niño, del colectivo SURVAMOS, que pinta sus propios murales en Ciudad Bolívar como acto de "resistencia" contra las intervenciones del gobierno local.Desde 2012 Niño y otros artistas invitan a grafiteros a intervenir esta barriada de callejones intrincados y anclados a una montaña en el extremo sur de Bogotá.Bautizada "Museo Libre", la iniciativa buscaba "descentralizar" la oferta artística que suele concentrarse en barrios acomodados de esta ciudad de ocho millones de habitantes. Pero luego de que la alcaldía interviniera entre 2016 y 2019 casi 15.000 fachadas de la zona como parte de un proyecto de "arte urbano responsable", el festival tomó un nuevo significado:"Acá habíamos pintado nosotros pero vinieron ellos y no se tomaron el tiempo de buscar otros espacios. Pintaron en donde estaba pintado y no les interesó", reclama Niño, quien asegura haber visto una decena de murales del colectivo "tapados" por la alcaldía."Teníamos que ver cómo resistir a esas entidades públicas o megaproyectos", agrega el artista de 32 años. Desde entonces, el colectivo ha pintado una treintena de nuevos murales.Consultada por la AFP, la alcaldía de Ciudad Bolívar defendió el proceso de "embellecimiento" del barrio sobre la base de "la teoría de las ventanas rotas", según la cual los espacios deteriorados fomentan la delincuencia. Popular en Nueva York durante la década de 1990, esta política divide opiniones en las grandes urbes."Maquillar la pobreza"Sicarios en moto se escabullen por los callejones de Ciudad Bolívar. Es una escena que se repite en la exitosa serie de televisión "Pandillas, guerra y paz", emitida y retransmitida desde 1999. La producción -junto a los indicadores de violencia- cargó a los 770.000 habitantes de la empobrecida localidad con el estigma de la delincuencia.En un esfuerzo por "cambiarle la cara" a la zona, la Alcaldía de Bogotá inauguró a finales de 2018 un teleférico de 3,3 kilómetros para acceder a las colinas más lejanas y marginales. También construyó parques, vías y las coloridas intervenciones que SURVAMOS cuestiona:"Yo he vivido acá y he visto que las necesidades de la gente no son pintura (...) es como una burla a la misma comunidad cuando la gente necesita otra clase de mejoras", anota Luisa Forero, quien firma sus murales como M de Maga. Desde el cielo, las pequeñas casas del barrio forman una colcha de retazos con techos de hojalata que se defienden del viento sostenidos por ladrillos. Programas similares encienden el debate en Río de Janeiro, La Paz, Ciudad de México y otras ciudades.CARDO, un muralista chileno que participó en esta edición del Festival, cree que el esfuerzo gubernamental "puede ayudar" aunque "hay matices" que no comparte "como el de 'hermosear' o maquillar la pobreza". Pero la alcaldesa de Ciudad Bolívar, Tatiana Piñeros, que asumió en 2020, defiende las intervenciones:"Cuando recuperamos espacios sucios o deteriorados cambian las situaciones asociadas al delito (...) han venido mejorando los indicadores (de seguridad)", dice a la AFP. Según Piñeros la administración de Bogotá aspira a llevar el programa a más barrios."Concentrar todas las intervenciones en un solo sitio sería discriminatorio (...) Nuestra tarea ha sido democratizar el tema. Queremos llegar a más puntos", explica. En 2022, Ciudad Bolívar fue la localidad (agrupación de barrios) con más homicidios de la capital (179), aunque la cifra es menor a los 191 casos del año anterior.¿Gratis?Cada año, los integrantes de SURVAMOS ofrecen su trabajo a cambio de materiales para el festival. Esta vez recibieron aerosoles y otros insumos en retribución por murales privados y talleres.La décima edición de Museo Libre contó con la participación de una veintena de artistas, entre ellos extranjeros y nombres de peso en la escena local como Stinkfish, cuyos murales han estado en la pasarela de Prada, una de las principales casas de moda italianas. Ninguno cobró por su trabajo.Las pinturas de la Alcaldía y las del festival conviven en la fachada de Ramiro Muñoz, un hombre de 52 años que ve con buenos ojos ambos proyectos. La iniciativa del Distrito le dio un toque de color al barrio y pavimentó la calle de tierra que pasaba frente a su casa. Museo Libre dibujó en su fachada una mujer desnuda y una pantera.Él mismo invitó a los artistas a intervenir su casa. "Solo les pregunté si era gratiniano (gratis)" admite entre risas. Recuerde conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
"Contar con esta exposición significa que estoy entrando en un sueño, porque después de 15 años de trabajo tener este espacio en el primer museo del grafiti que existió del mundo hace que entienda que mi obra tiene reconocimiento", señaló Diana Ordóñez, conocida como Ledania, en una entrevista este lunes con Efe.La artista de 35 años, uno de los exponentes en la escena del arte callejero o urbano, dice que "Private Spaces" (Espacios Privados), como se denomina la exposición del Museo del Grafiti, no es "lineal" sino una "experiencia", porque "hay una instalación y sonido".La exposición se inaugura este jueves y la artista bogotana aún está trabajando en los murales."Toda las instalaciones de mi trabajo están pintadas, ya que el aerosol es la materia prima con la que creo, es la materia básica. Es un juego entre el aerosol y donde se aplica", subraya la artista formada en las calles de Bogotá, quien reconoce que la experiencia internacional ha condicionado su estilo. El museo inaugura cada tres meses una nueva exposición de arte urbano.El arte sin sinceridad no trasciende"En los últimos años he estado viviendo en culturas muy alejadas de Latinoamérica. Tuve la oportunidad de estar en Asia, diferencias que han hecho que tenga un montón de herramientas distintas", explicó sobre su estilo y lo que podrá verse en la exposición.Respecto a cuál es la clave para que haya conseguido destacar entre tantos artistas del género, la colombiana aseguró que cree que ha sido importante no compararse con otros creadores. Simplemente, dijo, "hacer lo que me sale de mi ser". "Por último la sinceridad. Siento que en el arte si no hay sinceridad no se llega a ningún lado", apuntó.El Museo del Grafiti subraya en su web que "el trabajo de Ledania celebra el color y la naturaleza en escenarios poblados por criaturas imaginarias en un lugar improvisado, entre mágico y místico". Lea también: "Bruma", exposición para homenajear a la artista Beatriz González.Según la presentación, el arte de Ledania conjuga la formación clásica -tiene una maestría en Artes Visuales y Plásticas en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá- con la experiencia de años dedicados a los grafitis en las calles. Pero no todo es el arte urbano, Ledania es una artista multimedia, con trabajos en fotografía, diseño gráfico, publicidad, maquillaje artístico y elementos decorativos como ropa y accesoriosLa artista, cuyo nombre se deriva de la unión de Leda, seducida por Zeus en la mitología griega, y su nombre de pila, Diana, continúa exhibiendo en todo el mundo en lugares como la Bienal de Curitiba en Brasil, Art Expo Malaysia y el Festival Artscape en Suecia.Un cambio de aires por Asia"Mi arte no solo refiere a Bogotá, sino también a Tokio y Singapur, por citar a las dos ciudades en las que me quedé durante la pandemia", señala sobre las influencias de sus trabajos repartidos por los muros de las ciudades de todo el mundo y que ahora trae a Miami. "Pero a pesar de ello mi escuela fueron las calles de Bogotá pintando grafiti", subraya Ledania, una artista que es parte de la comunidad LGBT, a la que trata de ayudar desde su compromiso social."Mi estilo es raro, ya que aunque es abstracto tiene muchas figuraciones de por medio y siento que son muy característicos los personajes que no tienen género", asegura Ledania, que reconoce escapar de toda norma social estricta "que separa entre macho y hembra".El prestigio ganado estos años le llevó a colaborar con Disney en la película "Encanto", donde intervino en el diseño de vestuario y en un muro de 22 pisos de altura. La colombiana ha sido reclamada además por la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) para un trabajo en un estadio en Alemania, tareas que, subraya, "salen de la norma del artista pero que aunque parecieran comerciales en realidad me permite pintar lo que me plazca".Allison Freidin, una de las fundadoras del Museo del Grafiti de Miami, señaló a Efe que contar con Ledania, cuya exposición se podrá visitar hasta el 18 de noviembre, es importante porque es una de las pocas mujeres que destacan en el género y por estar tradicionalmente alejado el grafiti de los centros de arte.Escuche lo mejor de la música clásica por la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Entre los relatos breves que condujeron a que la escritora canadiense Alice Munro fuera galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2013, Radicales libres, contenido en su obra Demasiada felicidad (2011), destaca por presentar a una viuda reciente que busca reconstruir su vida. Sin embargo, es al enfrentarse a su condición de enferma terminal donde encuentra la fuerza necesaria para afrontar una situación extrema.*Al principio la gente llamaba por teléfono para cerciorarse de que Nita no estaba demasiado deprimida, ni demasiado sola, ni comía demasiado poco o bebía demasiado. (Había sido una bebedora de vino tan diligente que muchos olvidaban que tenía completamente prohibido beber.) Ella mantenía las distancias, sin parecer ni dignamente afligida ni anormalmente animada, ni distraída ni confundida. Decía que no necesitaba que le hicieran la compra, que se las arreglaba con lo que tenía a mano. Tenía las medicinas que le habían recetado y suficientes sellos para las cartas de agradecimiento. Sus mejores amigos probablemente sospechaban la verdad: que no se molestaba en comer mucho y que si llegaba alguna carta de pésame la tiraba a la basura. Ni siquiera había escrito a personas que vivían lejos, para evitar dichas cartas. Ni siquiera a la anterior esposa de Rich, que vivía en Arizona, ni al hermano, que vivía en Nueva Escocia y del que estaba bastante distanciado, a pesar de que ellos quizá entenderían mejor que la gente más cercana por qué había seguido adelante con el no funeral como lo había hecho. Rich le gritó que se iba al pueblo, a la ferretería. Eran como las diez de la mañana; había empezado a pintar la verja de la terraza. Es decir, estaba raspándola para pintarla y la vieja rasqueta se le rompió en las manos.A Nita no le dio tiempo a pensar por qué tardaba Rich. Él se inclinó sobre el cartel que había en la acera, delante de la ferretería, que anunciaba cortacéspedes de oferta. No le dio tiempo ni a entrar en la tienda. Tenía ochenta y un años y buena salud, salvo una leve sordera en el oído derecho. El médico le había hecho un reconocimiento hacía solo una semana. Nita se enteraría de que el reciente reconocimiento, el certificado médico favorable, se repetía en un sorprendente número de los casos de muerte súbita con que se encontró de repente. Casi te da por pensar que habría que evitar tales visitas, dijo. Solamente debería haber hablado en esos términos con sus malhabladas amigas Virgie y Carol, sus íntimas, mujeres casi de su misma edad, sesenta y dos años. A los más jóvenes ese lenguaje les parecía indecoroso y ambiguo. Al principio estaban más que dispuestos a formar una piña alrededor de Nita. No llegaron a hablar del proceso de duelo, pero Nita se temía que empezaran en cualquier momento. En cuanto se metió con los preparativos, todos menos los más fieles y fiables se replegaron, naturalmente. La caja más barata, a enterrarlo de inmediato, sin ceremonia de ninguna clase. En la funeraria dieron a entender que a lo mejor era ilegal, pero Nita y Rich lo tenían muy claro. Se habían informado hacía casi un año, cuando a Nita le dieron el diagnóstico definitivo. «¿Cómo iba yo a saber que se me iba a adelantar?» La gente no se esperaba un funeral tradicional, pero sí les apetecía algún rito moderno. La exaltación de la vida. Escuchar su música preferida, todos cogidos de la mano, contar anécdotas elogiosas de Rich mientras pasaban de puntillas y con humor sobre sus rarezas y sus perdonables defectos. Esas cosas que Rich decía que le daban ganas de devolver. 💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.De modo que el asunto se despachó enseguida y el revuelo y el calor que la había rodeado se disiparon, si bien ella suponía que algunas personas seguirían diciendo que las tenía preocupadas. Virgie y Carol no lo decían. Únicamente decían que era una vieja bruja y una egoísta si pensaba diñarla antes de lo necesario. Se pasarían por su casa y la resucitarían con Grey Goose; eso decían. Nita decía que no pensaba hacerlo, aunque sí le veía cierta lógica. De momento su cáncer había remitido; a saber qué quería decir eso realmente. No significaba que estuviera «en regresión». O no para siempre. Su hígado es la principal sala de operaciones y mientras ella se limite a comisquear no se queja. Lo único que deprimiría a sus amigas sería recordarles que no puede beber vino. Ni vodka. Después de todo, de algo le había servido la radioterapia de la primavera pasada. Ahora es pleno verano. Piensa que ya no tiene un color tan bilioso, pero a lo mejor eso solo significa que se ha acostumbrado. Se levanta temprano, se lava y se viste con lo que tenga a mano. Pero al menos se viste y se lava, se cepilla los dientes y se arregla un poco el pelo, que ha vuelto a salirle bastante bien, canoso alrededor de la cara y oscuro por detrás, como antes. Se pinta los labios y se oscurece las cejas, que se le han quedado muy despobladas, y por la misma consideración de toda la vida hacia una cintura estrecha y unas caderas moderadas, comprueba los progresos que ha hecho en ese sentido, aunque sabe que la palabra adecuada para calificar todo su cuerpo en esos momentos sería «escuálido». Se sienta en su amplio sillón de costumbre, rodeada de montones de libros y revistas sin abrir. Da unos sorbos cautelosos a la infusión aguada que ahora sustituye al café. En su momento pensó que no podría vivir sin café, pero resulta que en realidad lo que quiere entre las manos es el tazón caliente; eso es lo que ayuda a pensar o a hacer lo que haga durante la sucesión de las horas, o de los días. Esa casa era de Rich. La compró cuando estaba con su esposa Bett.No iba a ser sino un sitio para los fines de semana, cerrado durante el invierno. Dos dormitorios minúsculos, una cocina adosada, a un kilómetro del pueblo. Pero al cabo de poco tiempo ya estaba trabajando en ella: aprendió carpintería, construyó un ala con dos dormitorios y dos cuartos de baño y otra para su despacho, transformó la casa original en un salón-comedor-cocina. A Bett empezó a interesarle; al principio decía que no entendía por qué había comprado semejante cuchitril, pero siempre se implicaba en las mejoras prácticas y compró dos mandiles de carpintero a juego. Necesitaba algo a lo que dedicarse cuando terminó y publicó el libro de cocina que le había llevado varios años. No tenían hijos. Y mientras Bett le contaba a la gente que había encontrado su lugar en la vida como ayudante de carpintero y que eso los había unido más a Rich y a ella, Rich se enamoraba de Nita. Ella trabajaba en la secretaría de la universidad donde Rich daba clase de literatura medieval. La primera vez que hicieron el amor fue entre las virutas y la madera serrada de lo que llegaría a ser la habitación principal con techo arqueado. Nita se dejó las gafas de sol, no a propósito, aunque Bett, que jamás se dejaba nada en ningún sitio, no se lo creyó. Después vino la consabida y dolorosa trifulca, tras la cual Bett se marchó a California y después a Arizona, Nita dejó su trabajo por sugerencia de la secretaría y Rich perdió la oportunidad de ser decano de letras. Él se prejubiló y vendió la casa de la ciudad. Nita no heredó el mandil de carpintero más pequeño y se dedicó a leer de buena gana sus libros en medio del desorden, a preparar cenas elementales en un hornillo, a dar largos paseos de exploración de los que volvía con desaliñados ramilletes de lirios atigrados y zanahorias silvestres que metía en latas de pintura vacías. Más adelante, cuando Rich y ella ya se habían instalado, se avergonzaba un poco al pensar en lo dispuesta que había estado a desempeñar el papel de la mujer joven, la feliz rompehogares, la ingenua risueña y atolondrada. En realidad era una mujer —no precisamente una chica— seria, físicamente torpe, tímida, capaz de enumerar todas las reinas de Inglaterra, no solo los reyes sino también las reinas, y que se sabía de memoria la guerra de los Treinta Años, pero a quien le daba vergüenza bailar en público y que jamás aprendería a subirse a una escalera de mano, al contrario que Bett. Su casa tiene una hilera de cedros a un lado y el terraplén de la vía del tren al otro. El tránsito ferroviario nunca ha sido gran cosa, y ahora pueden pasar solo un par de trenes al mes. Entre los raíles la maleza crecía profusamente. Una vez, a las puertas de la menopausia, Nita incitó a Rich a hacer el amor allí arriba, no sobre las traviesas, naturalmente, sino en el estrecho arcén de al lado, y después bajaron exageradamente contentos. Nita pensaba con detenimiento, cada mañana al sentarse, en los sitios donde Rich no estaba. No estaba en el cuarto de baño pequeño, donde seguían sus cosas para afeitarse y las píldoras para diversos achaques, molestos pero no graves, que Rich se negaba a tirar. Tampoco en el dormitorio del que Nita acababa de salir después de haberlo recogido. Ni en el cuarto de baño grande, al que Rich solamente entraba para bañarse. Ni en la cocina, que se había convertido en el dominio casi exclusivo de Rich durante el último año. Por supuesto, tampoco estaba en la terraza con la verja a medio raspar, dispuesto a atisbar en broma por la ventana, frente a la cual en otros tiempos a veces Nita fingía iniciar un striptease. Ni en el despacho. Ese era el sitio donde su ausencia tenía que establecerse con más firmeza. Al principio Nita necesitaba abrir aquella puerta y quedarse allí, contemplando los montones de papeles, el ordenador moribundo, las carpetas desbordantes, los libros que se habían quedado abiertos o boca abajo y los que se apiñaban en las estanterías. Después empezó a conformarse con imaginarse las cosas.Un día de estos tendría que entrar. Lo veía como una invasión. Tendría que invadir el cerebro muerto de su marido. Algo que jamás se había planteado. Rich le parecía tal pilar de eficacia y capacidad, una presencia tan enérgica y firme que siempre había creído, absurdamente, que viviría más que ella. Después, durante el último año, aquella convicción absurda se convirtió en una certeza para los dos, o eso pensaba ella. Primero arreglaría el almacén de abajo. En realidad era un almacén subterráneo, no un sótano. Unos tablones servían de pasarelas sobre el suelo de tierra, y las altas ventanitas estaban cubiertas de telarañas sucias. Allí abajo no había nada que fuera a necesitar. Solamente estaban las latas de pintura medio vacías de Rich, varias tablas de diversas longitudes que algún día podían venir bien, herramientas en buen uso o que más valía tirar. Había abierto la puerta y bajado los escalones solo en una ocasión, para ver si había alguna luz encendida y para comprobar que allí estaban los interruptores, con etiquetas al lado para que supiera cuál correspondía a qué. Cuando subió echó el cerrojo como de costumbre, por el lado de la cocina. Rich se reía de esa costumbre suya, y le preguntaba qué amenaza creía que podía entrar allí, por las paredes de piedra y las ventanas del tamaño de un elfo. De todos modos sería más fácil empezar por allí, cien veces más fácil que por el despacho. Hacía la cama y arreglaba lo que había dejado tirado en la cocina o el cuarto de baño, pero el esfuerzo de una limpieza a fondo era algo superior a sus fuerzas. Apenas era capaz de tirar un clip torcido o un imán de la nevera que hubiera perdido la fuerza de atracción, por no hablar del plato de monedas irlandesas que se habían traído Rich y ella de un viaje hacía quince años. Todo parecía haber adquirido un peso y una extrañeza propios.Carol o Virgie llamaban todos los días, normalmente a la hora de cenar, cuando pensaban que a Nita la soledad debía de resultarle menos soportable. Ella decía que estaba bien, que pronto saldría de su guarida, que necesitaba tiempo, que se dedicaba a pensar y a leer. Y que comía bien y dormía. También eso era verdad, salvo lo de leer. Se sentaba en el sillón, rodeada de libros, y no abría ninguno. Siempre había leído tanto —una de las razones por las que según Rich era la mujer adecuada para él: se sentaba a leer y lo dejaba en paz—, y ahora no aguantaba ni media página seguida. Nita no era de los que nunca vuelven a leerse un libro. Los hermanos Karamazov, El molino del Floss, Las alas de la paloma, La montaña mágica una y otra vez. Cogía uno, pensando en leer un trocito concreto, y se veía incapaz de dejarlo hasta volver a tragárselo entero. También leía novela moderna. Siempre novela. Detestaba la palabra «evasión» aplicada a la ficción. Podría haber argumentado, y no solo por llevar la contraria, que la evasión era la vida real. Pero esto era demasiado importante para discutirlo. Y de repente, aunque pareciera mentira, todo aquello había desaparecido. No solo con la muerte de Rich, sino con la inmersión en su enfermedad. Después pensó que se trataba de un cambio temporal y que resurgiría la magia cuando le retirasen ciertas medicinas y el tratamiento que la dejaba agotada. Al parecer no fue así. A veces intentaba explicar el porqué a un interrogador imaginario.—Tengo mucho que hacer.—Es lo que dice todo el mundo. ¿Qué tienes que hacer?—Prestar atención.—¿A qué?—Quiero decir pensar.—¿En qué?—Da igual.Una mañana, después de estar un rato sentada, pensó que hacía mucho calor. Debía levantarse y poner los ventiladores. O bien, para ser más respetuosa con el medio ambiente, podía abrir las puertas de delante y de atrás y dejar que la brisa, si la había, entrase a la casa por la tela metálica. Primero descorrió el cerrojo de la puerta delantera. E incluso antes de que se hubiera colado un centímetro de la luz de la mañana, vio una raya oscura que le cerraba el paso a esa luz. Había un joven ante la puerta de tela metálica, que tenía el gancho puesto.—No quería asustarla —dijo—.Estaba buscando un timbre o algo. He dado un golpecito en el marco, pero supongo que no me ha oído.—Perdone —dijo Nita. —Tendría que echarle un vistazo a su caja de fusibles. Si me dice dónde está. Nita se apartó un poco para que el joven entrase. Tardó unos momentos en recordarlo.—Sí. Abajo —dijo—. Voy a encender la luz para que lo vea. Él cerró la puerta y se agachó para quitarse los zapatos.—No se preocupe —dijo Nita—. No es como si estuviera lloviendo.—No está de más. Es una costumbre. En lugar de barro igual le dejaba huellas de polvo. Nita entró en la cocina, incapaz de volver a sentarse hasta que aquel hombre se marchase. Le abrió la puerta mientras él subía las escaleras.—¿Todo bien? —preguntó Nita—. ¿Lo ha encontrado?—Sí. Bien.Nita se adelantó para acompañarlo hasta la puerta y se dio cuenta de que no oía pisadas detrás. Se volvió y lo vio de pie, en la cocina.—No tendrá por casualidad algo que pueda prepararme para comer, ¿no? Se había producido un cambio en su voz, un estallido, con un tono ascendente, que a Nita le hizo pensar en un humorista de la televisión imitando un gañido con acento rural. Bajo la claraboya de la cocina vio que no era tan joven. Al abrir la puerta solamente se había fijado en un cuerpo flacucho, una cara oscura recortada contra el resplandor de la mañana. Al volver al verlo, el cuerpo era efectivamente flacucho, pero más consumido que juvenil, con una simpática caída de hombros. Tenía la cara alargada y como gomosa, y unos ojos prominentes azul claro. Una mirada jocosa, pero persistente, como si siempre se saliera con la suya.—Es que resulta que soy diabético —dijo—. No sé si conoce a algún diabético, pero el caso es que cuando te entra el hambre tienes que comer, o se te pone el organismo raro. Debería haber comido antes de venir, pero me entraron las prisas. ¿Le importa que me siente?—Ya se había sentado a la mesa de la cocina—. ¿Tiene café?—Tengo té. Una infusión, si le apetece.—Claro, claro.Nita puso una medida de té en una taza, enchufó el hervidor y abrió la nevera.—No tengo gran cosa —dijo—. Unos huevos. A veces hago un huevo revuelto y le pongo salsa de tomate. ¿Le apetece? Y podría tostar unos bollos de pan inglés.—Inglés, irlandés, abisinio… Lo mismo me da. Nita cascó un par de huevos en la sartén, rompió las yemas y lo removió todo con un tenedor; después cortó un bollo y lo puso en la tostadora. Sacó un plato del aparador, lo colocó delante del hombre. Luego sacó cuchillo y tenedor del cajón de la cubertería.—Bonito plato —dijo él levantándolo como para verse la cara. Justo cuando Nita se daba la vuelta para seguir con los huevos oyó que se estrellaba contra el suelo. —Vaya por Dios —dijo él con otro tono de voz, chillón y decididamente desagradable—. Mire lo que he hecho. —No pasa nada —contestó Nita, sabiendo que sí pasaba. —Se me habrá escurrido de la mano. Nita sacó otro plato, lo dejó en la encimera hasta que las rebanadas de pan estuvieron tostadas y después puso los huevos cubiertos de salsa de tomate encima. Mientras tanto el hombre se había agachado para recoger los trozos de loza. Cogió un trozo que tenía la punta afilada. Cuando Nita dejó la comida sobre la mesa el hombre se raspó ligeramente un antebrazo con la punta. Brotaron minúsculas gotitas de sangre, al principio separadas, después formando un hilillo. —No es nada —dijo—. Solo una broma. Sé cómo hacerlo para gastar una broma. Si hubiera querido hacerlo en serio no habríamos necesitado salsa de tomate, ¿no? Quedaban unos trozos en el suelo que él no había visto. Nita se dio la vuelta, con la intención de coger la escoba, que estaba en un armario cerca de la puerta trasera. Él la agarró por un brazo como un rayo. —Usted siéntese. Quédese aquí sentada mientras yo como. Levantó el brazo ensangrentado para volver a enseñárselo. Después se hizo un bocadillo con los huevos y el pan y se lo comió de unos cuantos mordiscos. Masticaba con la boca abierta. El agua estaba hirviendo. —143— —¿La bolsa de té está en la taza? —Sí. Bueno, es té en hebras. —No se mueva. No la quiero cerca del agua hirviendo, ¿me entiende? Echó agua en la taza. —Parece heno. ¿No tiene otra cosa? —Lo siento. No. —Deje de decir que lo siente. Si no tiene otra cosa, no tiene otra cosa. No se ha creído que venía a ver la caja de fusibles, ¿verdad? —Pues sí —dijo Nita. —Ahora ya no. —No. —¿Está asustada? Nita decidió no tomárselo como una burla sino como una pregunta en serio. —No lo sé. Supongo que estoy más sorprendida que asustada. No sé. —Hay una cosa, una cosa de la que no debe tener miedo. No voy a violarla. —No se me había ocurrido. —Nunca se sabe. —El hombre tomó un sorbo de té y torció el gesto—. Solo porque es usted una mujer vieja. Hay cada uno por ahí… Se lo harían a cualquier cosa. Niños pequeños, perros, gatos o viejas. Viejos. No son tiquismiquis. Pero yo sí. A mí solo me interesa lo normal, y con una señora agradable que me gusta y que le gusto. O sea que quédese tranquila. —Lo estoy, pero gracias por decírmelo —dijo Nita. El hombre se encogió de hombros, aunque dio la impresión de sentirse satisfecho de sí mismo. —¿El coche de ahí enfrente es suyo?—De mi marido. —¿De su marido? ¿Dónde está? —Ha muerto. Yo no sé conducir. Quiero venderlo, pero todavía no lo he hecho. Qué estúpida, qué estúpida era por contárselo. —¿Dos mil cuatro? —Creo que sí. Sí. —Por un momento he pensado que iba a engañarme con lo del marido, pero no habría funcionado. Es que lo huelo, si una mujer está sola. Lo sé nada más entrar en una casa. En cuanto me abren la puerta. Instinto. ¿Y va bien? ¿Sabe el último día que lo cogió? —El siete de junio. El día que murió. —¿Tiene gasolina? —Supongo que sí. —Estaría bien que lo hubiera llenado. ¿Tiene las llaves? —Aquí no, pero sé dónde están. —Vale. —Empujó la silla y le dio un golpe a un trozo de loza. Se levantó, sacudió la cabeza, como sorprendido, y volvió a sentarse—. Estoy hecho polvo. Tengo que sentarme un momento. Pensaba que me sentiría mejor comiendo. Lo de ser diabético me lo he inventado. Nita empujó su silla y el hombre se levantó de un salto. —Usted se queda donde está. No estoy tan hecho polvo para dejarla escapar. Es que me he pasado la noche andando. —Iba a por las llaves. —Usted se espera hasta que yo lo diga. He venido por la vía del tren. Ni un tren he visto. He venido andando hasta aquí y no he visto ni un tren. —Raramente pasa un tren. —Sí. Mejor. Bajé a la cuneta al pasar por esos poblachos de catetos. Cuando amaneció todavía estaba bien, salvo cuando atravesaba —145— la carretera y tuve que echar a correr. Y cuando al mirar para aquí vi la casa y el coche, pensé, ahí lo tengo. Podría haberme llevado el coche de mi viejo, pero todavía me queda un poco de cabeza. Nita sabía que aquel hombre quería que le preguntase qué había hecho. También estaba segura de que cuanto menos supiera, mejor para ella. Y de pronto, por primera vez desde que aquel hombre entró en la casa, Nita pensó en su cáncer. Pensó en cómo la liberaba, en que la salvaba del peligro. —¿Por qué sonríe? —No sé. ¿Estaba sonriendo? —Me imagino que le gusta que le cuenten cosas. ¿Quiere que le cuente una historia? —A lo mejor preferiría que se marchase. —Me marcharé, pero primero le voy a contar una cosa. Metió la mano en uno de los bolsillos traseros. —Mire. ¿Quiere ver una foto? Mire. Era una fotografía de tres personas, en un salón con las cortinas de flores echadas como telón de fondo. Un hombre mayor —no viejo, tal vez de sesenta y tantos años— y una mujer más o menos de la misma edad sentados en un sofá. Una mujer más joven, enorme, en una silla de ruedas junto a un extremo del sofá, un poco adelantada. El hombre era grueso, canoso, con los ojos entrecerrados y la boca ligeramente abierta, como si tuviera dificultades para respirar pero se esforzaba por sonreír. La mujer era mucho más menuda, llevaba el pelo teñido de oscuro, los labios pintados y lo que antes se llamaba una blusa de campesina, con lacitos rojos en el cuello y las muñecas. Sonreía con decisión, casi con ardor, con los labios estirados sobre una dentadura quizá en mal estado. Pero era la mujer más joven quien monopolizaba la fotografía.Claramente definida y monstruosa con su vestido hawaiano de vivos colores, el pelo oscuro recogido en una serie de ricitos sobre la frente y las mejillas desparramadas sobre el cuello. Y a pesar de la mole de carne, una expresión de cierta satisfacción y astucia. —Son mi madre y mi padre. Y mi hermana Madelaine. La de la silla de ruedas. »Nació rara. No pudieron hacer nada, ni los médicos ni nadie. Y comía como un cerdo. Nos tuvimos tirria desde que siempre. Era cinco años mayor que yo y me hacía la vida imposible. Me tiraba todo lo que tenía a mano, me pegaba e intentaba atropellarme con su puta silla. Usted perdone. —Debió de pasarlo usted mal. Y sus padres. —Sí, ya. Ellos miraban para otro lado y lo permitían. Es que iban a una iglesia de esas, y el predicador les decía: es un regalo de Dios. Se la llevaban a la iglesia y ella se ponía a aullar como un puto gato y ellos decían: oh, intenta hacer música, que Dios la bendiga, me cago en… Usted perdone otra vez. »Así que yo no paraba mucho en casa y hacía mi vida. Vale, decía yo, no tengo por qué soportar esta mierda. Hacía mi vida. Tenía trabajo. Casi siempre tenía trabajo. Nunca me quedaba tocándome los huevos y bebiéndome el dinero del gobierno. O sea, haciendo el zángano. Nunca le pedí ni un centavo a mi viejo. Me levantaba y me iba a poner alquitrán a un tejado a más de treinta grados o a fregar el suelo de un puto restaurante o de ayudante de mecánico en un garaje de mierda. Y lo hacía.Pero como no siempre estaba dispuesto a tragar quina no duraba mucho. Esa gentuza siempre anda mangoneando a la gente como yo y yo no tengo por qué tragar. Soy de una familia como es debido. Mi padre trabajó hasta que estuvo demasiado enfermo, trabajó en los autobuses. A mí no me criaron para tragar quina. Pero bueno, eso da igual. Lo que siempre me habían dicho mis padres es: la casa es tuya. La casa está pagada, está en buenas condiciones y es tuya. Eso es lo que me dijeron. Sabemos que aquí tuviste las cosas difíciles cuando eras joven y que si no hubieras tenido las cosas tan difíciles igual podrías haber estudiado, de modo que queremos compensarte como podamos. Así que no hace mucho estaba yo hablando con mi padre por teléfono y me dice: bueno, supongo que comprenderás el trato. Y yo digo: ¿qué trato? Y él: solo hay trato si firmas los papeles para ocuparte de tu hermana mientras viva. La casa es tuya solo si también es su casa, me dice. »Dios santo. Yo no sabía eso. Yo no sabía que ese fuera el trato.Yo siempre había pensado que el trato era que cuando se murieran, ella se iría a una casa de acogida. Que no iba a ser mi casa. »Así que le dije a mi viejo que no era así como yo lo entendía y él me dice: está todo arreglado para que firmes, y si no quieres firmar, no tienes que hacerlo. Tu tía Rennie se pasará por aquí y estará pendiente de ti y de que cuando nosotros faltemos te atengas al acuerdo. »Sí, claro, mi tía Rennie. Es la hermana pequeña de mi madre, un bicho de mucho cuidado. »De todas formas me dice: ya te vigilará tu tía Rennie, y de repente cambié de idea. Dije: bueno, supongo que las cosas son así y que es justo. De acuerdo, ¿os va bien que vaya a cenar este domingo? »Claro, me dice. Me alegro de que te lo tomes como es debido. Tú siempre te enciendes demasiado pronto, y a tu edad deberías tener un poco de sentido común. »Qué curioso que tú digas eso, pensé yo. »Así que allí me fui, y mamá había preparado pollo. Olía bien cuando entré en casa. Después me llega el olor de Madelaine, el mismo olor asqueroso de siempre que no sé qué es pero que ahí está aunque mamá la lave todos los días. Pero actué muy bien. Es una ocasión especial, les dije, así que voy a hacer una foto.Les conté que tenía una cámara nueva, estupenda, que revelaba al momento y podrían ver la foto. Te ves en un pispás, ¿qué os parece? De modo que los senté a todos en el salón como le he enseñado a usted. Mamá dice: venga, deprisa, que tengo que volver a la cocina. Si no tardo nada, le digo. Hago la foto, y ella: venga, vamos a ver cómo hemos salido, y yo: un momento, un poco de paciencia, solo tardará un minuto. Y mientras esperan a ver cómo han salido, yo saco mi pistolita y pim, pam, pum, me los cargo. Después hice otra foto, fui a la cocina, comí un poco de pollo y no volví a mirarlos. Pensaba que la tía Rennie estaría allí también, pero mamá dijo que tenía no sé qué en la iglesia. Me la habría cargado igual. Así que mire. Antes y después. La cabeza del hombre estaba caída de lado, la de la mujer hacia atrás. Sus expresiones habían volado por los aires. La hermana había caído hacia delante, de modo que no se le veía la cara, solamente las enormes rodillas envueltas en tela floreada y la cabeza oscura con el peinado enrevesado y pasado de moda. —Podría haberme quedado allí tranquilamente una semana. Estaba tan relajado… Pero me marché al oscurecer. Me lavé bien, me terminé el pollo y pensé que lo mejor era largarme. Estaba preparado para que la tía Rennie se presentara de un momento a otro, pero se me pasaron las ganas, y sabía que tendría que ponerme otra vez de humor para cargármela a ella. Ya no me apetecía. Es que tenía el estómago lleno, porque era un pollo grande.Me lo había comido todo en lugar de llevarme un poco porque me daba miedo que lo olieran los perros y montaran un escándalo cuando me metiera por los senderos del campo, como me figuraba que tendría que hacer. Pensé que el pollo que me había metido entre pecho y espalda me duraría una semana, pero fíjese el hambre que traía cuando llegué aquí. Recorrió la cocina con la mirada.—Supongo que no tendrá nada de beber, ¿no? Ese té es asqueroso. —A lo mejor hay vino —dijo Nita—. No sé. Yo ya no bebo… —¿Es de Alcohólicos Anónimos? —No. Es que no me sienta bien. Se levantó y notó que le temblaban las piernas. Natural. —Me he ocupado del teléfono antes de entrar —dijo el hombre—. Es para que lo sepa. Si bebía, ¿se tranquilizaría un poco y se pondría más amable? ¿O más odioso y bruto? ¿Cómo iba a saberlo ella? Encontró el vino sin necesidad de salir de la cocina. Rich y ella solían beber vino tinto con moderación todos los días, porque se supone que es bueno para el corazón. O malo para algo que no es bueno para el corazón. Con el miedo y la confusión no se acordaba de cómo se llamaba aquello. Porque tenía miedo. Por supuesto. El cáncer no iba a servirle de ayuda en ese momento, de ninguna ayuda. El hecho de que fuera a morirse al cabo de un año se empeñaba en no anular el hecho de que podía morirse en aquel mismo momento. —Oiga, este es del bueno —dijo él—. Sin tapón de rosca. ¿No tiene un sacacorchos? Nita fue hacia un cajón, pero él se levantó de un salto y la apartó, sin demasiada brusquedad. —No, no, ya lo cojo yo. Usted ni se acerque a este cajón. Vaya, qué cantidad de cosas buenas hay aquí. Puso los cuchillos en el asiento de su silla, donde Nita no pudiera alcanzarlos, y empezó a abrir la botella con el sacacorchos. A Nita no le pasó inadvertido hasta qué punto podía ser perverso aquel instrumento en sus manos, pero ella no tenía la menor posibilidad de poder llegar a usarlo. —Solo iba a coger unos vasos —explicó, pero él dijo que no.—Nada de cristal. ¿No tiene de plástico? —No. —Pues tazas. Y la estoy viendo. Nita sacó dos tazas y dijo: —Para mí solo un poquito. —Para mí también —contestó él, muy formal—. Tengo que conducir. —Pero se llenó la taza hasta el borde—. No quiero que un madero meta la cabeza por la ventanilla para ver cómo estoy. —Los radicales libres —dijo Nita. —¿Y eso qué significa, a ver? —Es algo del vino tinto. O los destruye porque son malos o los refuerza porque son buenos. No me acuerdo. Tomó un sorbo de vino y no le dieron ganas de vomitar, al contrario de lo que esperaba. Él bebió, de pie. —Cuidado con esos cuchillos cuando se siente —dijo Nita. —No empiece a tomarme el pelo. —Cogió los cuchillos, los metió en el cajón y se sentó—. ¿Se cree que soy tonto? ¿Se cree que estoy nervioso? Nita se arriesgó. —Solamente pienso que nunca había hecho una cosa así —dijo. —Claro que no. ¿Qué se ha creído, que soy un asesino? Sí, vale, los maté, pero no soy un asesino. —Es distinto —dijo Nita. —Hombre, claro. —Yo sé lo que es. Sé lo que es librarse de alguien que te ha ofendido. —¿Ah, sí? —He hecho lo mismo que usted. —Venga ya… Empujó la silla hacia atrás pero no se levantó.—No me crea si no quiere, pero lo he hecho —afirmó Nita. —Y una mierda. ¿Cómo lo hizo? —Con veneno. —Pero ¿qué dice? ¿Que les dio ese puto té o qué? —Solo a una persona. Una mujer. Al té no le pasa nada. En teoría alarga la vida. —Yo no quiero que me alarguen la vida si tengo que beber una guarrería así. Además, pueden descubrir el veneno en el cuerpo de un muerto. —No estoy segura de que sea así con los venenos vegetales. De todos modos, a nadie se le habría ocurrido mirar. Era una de esas chicas que tuvo fiebre reumática cuando era pequeña y lo fue arrastrando toda la vida; no podía practicar deporte ni hacer gran cosa, continuamente tenía que sentarse a descansar. Nadie se llevaría una sorpresa si se moría. —¿A usted qué le había hecho? —Era la chica de la que se había enamorado mi marido. Iba a dejarme para casarse con ella. Me lo había dicho. Yo lo había hecho todo por él. Estábamos arreglando esta casa juntos. Él era lo único que tenía. No habíamos tenido hijos porque él no quería. Aprendí carpintería y aunque me daba miedo subirme a las escaleras, lo hacía. Él era mi vida. Y de repente me iba a echar a patadas por esa quejica inútil que trabajaba en la secretaría. Todo aquello por lo que habíamos trabajado se lo quedaría ella. ¿Era justo? —¿Cómo se consigue veneno? —Yo no tuve que buscarlo. Estaba en el jardín de atrás. Ahí mismo. Había un huerto con ruibarbos desde hacía años. En las nervaduras de las hojas del ruibarbo hay veneno más que suficiente. No en los tallos. Los tallos son lo que nos comemos. Son buenos, pero las nervaduras rojas y finitas de las hojas, esas son venenosas. Yo lo sabía, —152— aunque tengo que confesar que ignoraba la cantidad exacta que necesitaría para que fuera efectivo, así que lo que hice fue una especie de experimento. Tuve suerte en varias cosas. En primer lugar, mi marido estaba fuera, en un simposio, en Minneapolis. Podría habérsela llevado, claro, pero eran las vacaciones de verano y ella tenía que quedarse a cargo de la oficina.Otra cosa era que a lo mejor no estaba completamente sola, que podía haber otra persona. Y además, ella podría haber sospechado de mí. Tuve que suponer que ella no sabía que yo lo sabía y que seguía considerándome una amiga. La habíamos invitado a casa, nos llevábamos bien. Tuve que confiar en que mi marido, que era de esas personas que lo dejan todo para el final, me lo habría contado a mí para ver cómo me lo tomaba pero no le habría dicho a ella que me lo había contado. Entonces, ¿por qué deshacerse de ella? A lo mejor él no se había decidido. »No. Habría seguido con ella de alguna manera. Y aunque no siguiera, ella nos había envenenado la vida. Había envenenado mi vida, así que yo tenía que envenenar la suya. »Preparé dos tartaletas, una con las nervaduras venenosas y otra sin ellas. Naturalmente, hice una señal en la que no tenía. Fui a la universidad, compré dos cafés y fui a su oficina. Estaba sola. Le dije que tenía que ir a la ciudad y que al pasar por los jardines de la universidad había visto una panadería muy bonita que mi marido siempre elogiaba por su café y sus pasteles, de modo que entré a comprar las tartaletas y los cafés, pensando en que estaría sola cuando el resto de la gente se había ido de vacaciones y en que yo también estaba sola, con mi marido en Minneapolis. Ella estaba encantadora, muy agradecida. Dijo que se aburría un poco y que como la cafetería estaba cerrada tenías que ir al edificio de ciencias a por café y que le ponían ácido clorhídrico. Ja, ja, qué gracia. Así que fue como una fiestecita.—Yo el ruibarbo no puedo ni verlo —dijo el hombre—. Conmigo no habría funcionado. —Pero con ella sí. Tuve que arriesgarme a que empezara a hacer efecto deprisa, antes de que se diera cuenta de lo que pasaba y le hicieran un lavado de estómago, pero no demasiado rápido para que no lo relacionara conmigo. Tenía que quitarme de en medio enseguida. El edificio estaba vacío, y hasta la fecha, que yo sepa nadie me vio entrar ni salir. Naturalmente, conocía algunos atajos. —Se cree muy lista. Se fue de rositas. —Como usted. —Lo que yo he hecho no es tan rebuscado como lo que hizo usted. —Pero para usted era necesario. —Hombre, claro. —Lo mío también era necesario. Salvé mi matrimonio. Mi marido comprendió que ella no le habría hecho ningún bien. Estoy casi segura de que se habría puesto enferma con él. Ella era así. Habría sido una carga para él. Y él lo comprendió. —Más vale que no haya puesto nada en los huevos esos —dijo el hombre—. Como lo haya hecho, se va a arrepentir. —Claro que no. Ni se me habría ocurrido. No es algo que haga con frecuencia. La verdad es que no sé nada de venenos. Me enteré de eso por pura casualidad. El hombre se levantó con tal brusquedad que derribó la silla en la que se sentaba. Nita observó que no quedaba mucho vino en la botella. —Necesito las llaves del coche. Nita fue incapaz de pensar por un instante. —Las llaves del coche. ¿Dónde las ha puesto? Podía ocurrir. En cuanto le diera las llaves del coche podía ocurrir. ¿Serviría de algo contarle que se estaba muriendo de cáncer? Qué estupidez. No serviría de nada. Morir de cáncer más adelante no le impediría hablar hoy. —Nadie sabe lo que le he contado —dijo—. Es usted la única persona con quien he hablado de esto. Sí que iba a remediar eso las cosas. La ventaja que había alegado probablemente le había entrado por un oído y le había salido por el otro. —No lo sabe nadie todavía —dijo el hombre, y Nita pensó: Gracias a Dios. Va por buen camino. Lo comprende. ¿O no? Quizá, gracias a Dios. —Las llaves están en la tetera azul. —¿Dónde? ¿En qué jodida tetera? —En la esquina de la encimera… Se rompió la tapa y la usábamos para guardar cosas… —Cállese. Cállese o la hago callar yo bien callada. —Intentó meter la mano en la tetera azul, pero no le cabía—. ¡Joder, joder, joder! —gritó; volcó la tetera, le dio un golpe contra la encimera, y no solo cayeron al suelo las llaves del coche, las de la casa, monedas diversas y un fajo de dinero antiguo de Canadian Tire, sino que unos cuantos trozos de cerámica azul se desparramaron por el suelo. —Las del cordel rojo —dijo Nita con un hilo de voz. El hombre se puso a dar patadas a las cosas hasta que cogió las llaves que quería. —Bueno, ¿qué va a decir del coche? Que se lo ha vendido a un desconocido, ¿no? Nita tardó unos segundos en comprender la importancia de aquellas palabras. Cuando cayó en la cuenta, la habitación se puso a temblar. —Gracias —dijo Nita, pero tenía la boca tan seca que no sabía si le había salido ningún sonido. Algo debió de salirle, porque el hombre dijo: —155— —No me dé las gracias todavía. Tengo buena memoria —añadió—. Muy buena memoria. Y ese desconocido, no se parecerá en nada a mí. No querrá que se pongan a desenterrar cadáveres en los cementerios, ¿no? Acuérdese: como suelte algo, lo suelto yo. Nita seguía mirando al suelo. Sin moverse ni hablar, solo miraba el revoltijo del suelo. Se había marchado. Se cerró la puerta. Nita siguió sin moverse. Quería cerrar la puerta con llave pero no podía dar ni un paso.Oyó que arrancaba el motor, después se apagó. ¿Qué pasaba? El hombre estaría tan nervioso que lo hacía todo mal. Otra vez arrancaba, volvía a arrancar y giraba. Los neumáticos en la grava. Fue temblando hasta el teléfono y comprobó que aquel hombre había dicho la verdad; lo había cortado. Junto al teléfono había una de las múltiples estanterías que tenían. Aquella estaba llena sobre todo de libros viejos, libros que no se abrían desde hacía años. La torre orgullosa. Albert Speer. Los libros de Rich. Alabanza de las verduras y las frutas conocidas. Platos suculentos y elegantes y nuevas sorpresas, recopilados, probados y creados por Bett Underhill. Cuando terminaron la cocina, Nita cometió el error de intentar cocinar como Bett durante una temporada. Una temporada muy corta, porque resultó que Rich no quería que le recordaran todo aquel follón y ella no tenía suficiente paciencia para tanto cortar y hervir. Pero aprendió unas cuantas cosas que la sorprendieron, como las propiedades tóxicas de ciertas plantas conocidas y por lo general inofensivas. Debería escribir a Bett. Querida Bett, Rich ha muerto y yo he salvado la vida haciéndome pasar por ti. ¿Qué le importa a Bett que haya salvado la vida? Solo hay una persona a la que realmente merece la pena contárselo.Rich. Rich. Ahora se da cuenta de lo que es echarlo en falta de verdad. Como si al cielo le chuparan todo el aire. Debería ir al pueblo. Había una comisaría detrás del ayuntamiento. Debería comprarse un teléfono móvil. Estaba tan impresionada, tan terriblemente cansada que apenas podía moverse. En primer lugar, tenía que descansar. La despertó un golpe en la puerta, que seguía abierta. Era un policía, no uno del pueblo, sino de la policía provincial de tráfico. Le preguntó si sabía dónde estaba su coche. Nita miró hacia la grava donde lo aparcaban antes. —Ha desaparecido —dijo—. Estaba ahí. —¿No sabía que lo habían robado? ¿Cuándo fue la última vez que se asomó y lo vio? —Debió de ser anoche. —¿Estaban las llaves dentro? —Supongo que sí. —Tengo que decirle que ha sufrido un grave accidente. Un accidente sin otros coches implicados a este lado de Wallenstein. Al conductor se le fue a la cuneta y lo destrozó. Y eso no es todo. Buscan al hombre por triple asesinato. Esas son las últimas noticias que tenemos. Asesinato en Mitchellston. Ha tenido suerte de no tropezarse con él. —¿Está herido? —Muerto. Instantáneamente. Merecido se lo tiene. Luego siguió un sermón amable pero severo. Dejarse las llaves en el coche. Una mujer que vive sola. Nunca se sabe en los días que corren. Nunca se sabe.No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Entre el 22 y el 26 de mayo, la Casa de Poesía Silva realizará la Semana Libros y Versos para conmemorar los 128 años de la muerte del poeta colombiano José Asunción Silva. Esta edición estará dedicada a explorar la relación entre la poesía y las ciencias médicas.Para ahondar en este tema, los conversatorios, lecturas de poemas, talleres, presentación de libros, caminata poética y venta de libros de poesía tendrán la participación del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Nacional de Colombia, el Doctorado en Neurociencias de la Pontificia Universidad Javeriana y su Laboratorio de investigación Cognición, Neurociencia y Contexto y por supuesto, de la HJCK.Además, participarán Los Impresentables literatura y cultura emergente y la Red de Talleres de Escritura Creativa y Tertulias Literarias, Relata.La relación entre ciencia y poesía, que es transversal en esta programación cultural tiene su origen en el poema titulado Avant – Propos, que da inicio al poemario Gotas Amargas. En él, Silva es el primer poeta en Colombia que establece la equivalencia que puede existir entre la poesía y la medicina al proponer que, así como aquella medicina popular de la época, conocida bajo el nombre de Gotas Amargas, era capaz de mejorar un estómago estragado, de la misma manera los poemas de este poemario son capaces de sanar el alma. De allí que se decidiera que el propósito de esta semana sea el de resaltar la relación entre la poesía y las ciencias médicas, mostrando cómo ambas pueden enriquecerse mutuamente. A través de conversatorios, lecturas de poemas, talleres y presentaciones de libros, se busca promover un diálogo interdisciplinario que honre la memoria y el legado de José Asunción Silva.Programación de la Semana Libros y Versos 2024Miércoles, 22 de mayoConversatorio y lectura de poemas: «Autopsia al corazón del poeta»Es noticia bien difundida que José Asunción Silva aparece muerto en su casa debido a un disparo en el corazón propiciado por un revólver Smith & Wesson que reposa cerca de su mano. Hoy en día existen varias teorías al respecto de la muerte del poeta que se dividen principalmente entre aquellas que asumen que su muerte es debida a la propia mano y aquellas otras que siguen la teoría expuesta por Enrique Santos Molano en la cual se establece el posible asesinato del poeta. En este interesante conversatorio los doctores, de la Universidad Nacional de Colombia, Franklin Escobar (Psiquiatra forense de la Universidad Nacional de Colombia) y Nelson Téllez (Médico patólogo forense, escritor y editor) conversarán con Rodolfo Ramírez Soto (poeta y experto en la vida y obra de José Asunción Silva) al respecto de las señales que se deben buscar, según sus especializaciones médicas, para poder tomar partido por una u otra teoría.🕒 6:30 p.m.📍 Auditorio de la Casa de Poesía SilvaJueves, 23 de mayoPresentación de libros: Editorial independiente Matera LibrosSe tiene documentado que la noche del sábado 23 de mayo de 1896 José Asunción Silva realizó una velada literaria en su casa en la cual recitó varios poemas de su autoría. Con el ánimo de rememorar la actividad de aquella noche la Semana Libros & Versos destinó la actividad del jueves 23 para presentar la obra de tres poetas emergentes que recientemente han publicado su primer poemario con el sello Editorial Matera.🕒 6:30 p.m.📍 Auditorio de la Casa de Poesía Silva💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Viernes, 24 de mayoConversatorio y lectura de poemas: «Gotas amargas: la poesía como cura desde 1891»Gotas amargas quizá sea el poemario más particular, cercano a lo antipoético, compuesto en Colombia entre 1891 y 1895. En él el autor propone que sus textos alivian el alma de la sociedad Bogotana que está entregada a los excesos formales románticos. Su poemario, además de crítico con las costumbres sociales del momento, también apunta a sanar los vicios del oficio poético y la mayor enfermedad de la época: la depresión, conocida en aquellos días como el Mal del siglo. Los doctores Hernando Santamaría (Director del Departamento de Psiquiatría – Universidad Nacional de Colombia) y Lucas Herrera Leiva (Poeta, médico psiquiatra y doctorante en neurociencias) hablarán con la periodista Camila Builes (Directora de la HJCK y magister en literatura) y nos contarán, a la luz de la documentación científica contemporánea, qué tan cierta es aquella idea de que un poema sea capaz de aliviar los males del cuerpo.🕒 6:30 p.m.📍 Auditorio de la Casa de Poesía SilvaSábado, 25 de mayoTalleres de creación y apreciación poéticaCon el ánimo de dar una parte práctica a la conversación realizada el viernes el Laboratorio de investigación: Cognición, Neurociencia y Contexto, de la Universidad Javeriana de Colombia, desarrollará algunos ejercicios experimentales con los asistentes del Taller de Poesía Ciudad de Bogotá: Los Impresentables 2024, que ese día abrirá su sesión al público en general que quiera hacer parte de estos ejercicios en los que se estudia la relación entre la experiencia literaria y el cerebro.🕒 10:00 a.m. a 12:00 p.m.📍 Sala de lectura de la Biblioteca especializada en poesía de la Casa de Poesía SilvaInscripción previa, aquí.Domingo, 26 de mayoCaminata Poética: «Tras los pasos de Silva»: Las enfermedades de la Bogotá de 1865-1896Silva vivió en la Bogotá de los años 1865 a 1896. Para esos años las enfermedades que más asolaban a los ciudadanos eran el cólera, el tifo y la viruela. Varias de ellas llevaron a la muerte a los hermanos de José Asunción Silva. En este recorrido visitaremos las casas que habitó el poeta rememorando cómo eran en aquellos años y haciendo notar cómo el entorno resultaba propicio para la propagación y desarrollo de estas enfermedades. Para ello contaremos con la compañía del médico pediatra y salubrista Bryan Castañeda quien nos contará más detalles de estas enfermedades y los métodos más comúnmente empleados para enfrentarlas.🕒 8:30 a.m.📍 Parque Santander, BogotáTalleres de creación y apreciación poéticaEl ejercicio poético como una actividad artística que propicia la sanación también se ha visto estudiado en la relación existente entre la poesía y la música. En el taller del domingo se explorarán diversos géneros musicales a partir de los cuales se puede entretejer una composición poética.🕒 11:00 a.m. a 1:00 p.m.📍 Sala de lectura de la Biblioteca especializada en poesía de la Casa de Poesía SilvaInscripción previa, aquí.Los eventos de esta agenda cultural son de entrada libre, y en los casos que se requiere inscripción previa, solamente tendrá que diligenciar el formulario mencionado en la descripción de cada evento. Ver esta publicación en Instagram Una publicación compartida por Fundación Casa de Poesía Silva (@casadepoesiasilva) 🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
El director de cine franco-polaco de 90 años, al que varias mujeres han acusado de agresión sexual y violación, había tachado la acusación de Lewis de "odiosa mentira".Los jueces del tribunal correccional de París no debían pronunciarse sobre si el director violó o no a Lewis, sino sobre si abusó de la libertad de expresión en una entrevista que concedió a la revista Paris Match en 2019.En aquella entrevista, el director de "Chinatown" y "El bebé de Rosemary" calificó de "odiosa mentira" la acusación de la actriz, quien en 2010 afirmó que este la "agredió sexualmente" durante un 'casting' en su domicilio en París en 1983, cuando ella tenía 16 años."Como ven, la primera cualidad de un buen mentiroso es una excelente memoria. Charlotte Lewis siempre es mencionada en la lista de mis acusadoras sin que nunca se señalen [sus] contradicciones", añadió el director en la entrevista.Los magistrados consideraron que estos comentarios constituían "un juicio de valor sobre el carácter polifacético de la demandante".El tribunal apreció "una discrepancia significativa entre la admiración y el reconocimiento (de la actriz) hacia el director, que expresó públicamente hasta 2010, y la denuncia del carácter violento de su relación en el momento en que decidió tomar parte en la vindicta contra él".La abogada de Polanski, Delphine Meillet, dijo que era un fallo "importante". "Se puede poner en duda las declaraciones de parte acusadora", señaló.💬Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquí."Un día muy triste"Charlotte Lewis expresó su "tristeza" tras el fallo. "Es un día muy triste para las mujeres que denuncian a sus agresores", dijo llorando. Su abogado, Benjamin Chouai, indicó que su clienta "probablemente" apelaría. "Esto no ha terminado", advirtió.Durante el juicio por difamación celebrado en marzo, Lewis, que actuó en la película "Piratas" de Polanski en 1986, declaró que fue víctima de una "campaña de difamación" que estuvo a "punto de destruir" su vida tras sus revelaciones.Los abogados de Polanski, que no asistió al juicio, citaron una entrevista de Lewis publicada en 1999 por el desaparecido periódico sensacionalista británico News of the World. El diario atribuía a Lewis estas declaraciones: "Quería ser su amante (...) Probablemente lo deseaba más que él". Pero la actriz denunció que no eran "exactas".Los abogados de Polanski estiman que su cliente fue "abandonado a merced" de la opinión pública en "el asfixiante contexto del #Metoo" y denuncian un "juicio absurdo".A lo largo de su carrera, varias mujeres han acusado al ganador de tres premios Óscar y de una Palma de Oro en el festival de Cannes por "El pianista" de agresión sexual y violación, algunas cuando eran menores. El director siempre ha negado estas acusaciones por hechos prescritos, que no le han impedido trabajar.Desde hace más de 40 años, está considerado como un prófugo en Estados Unidos, donde fue condenado por mantener relaciones sexuales ilegales con Samantha Gailey, una menor de 13 años.En 2025, el director deberá enfrentar un juicio civil en la ciudad estadounidense de Los Ángeles, después de que una mujer lo acusara de violarla en 1973 cuando era menor.El fallo coincide con el día de la inauguración del 77º Festival de Cannes, que abrió sus puertas este martes en un clima de efervescencia, con una nueva oleada de movilizaciones contra la violencia sexual en el cine francés.No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Con la aparición de Un pianista de provincias, el escritor uruguayo Ramiro Sanchiz se ha consolidado entre los mejores exponentes de la ciencia ficción latinoamericana. Esta novela transcurre en un futuro distópico con un trasfondo agudo sobre el medio ambiente: la naturaleza, quizás cansada de tanto plástico que le arrojan, termina asimilando esos desechos y ahora se extiende por todo el planeta una masa, mitad vegetal y mitad plástica, a la que llaman la maraña.En ese escenario demencial, un pianista y su manager van viajando de pueblo en pueblo, ofreciendo recitales de música clásica en pequeños salones. Esa trama le permite a Sanchiz involucrar en su prosa la música, en particular el repertorio para piano. Y una obra aparece mencionada constantemente, como una obsesión: las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach.Pero además, Un pianista de provincias presenta una vez más al personaje de Federico Stahl, que ya ha aparecido (de otras maneras) en sus libros anteriores. Se trata de un experimento en marcha, que sus lectores han seguido con mucho interés: en palabras de Sanchiz, todo hace parte de “una macronovela que narra las diversas alternativas en la historia personal de su protagonista”. Lo cierto es que, en esta encarnación, el protagonista se gana la vida tocando el piano. Ramiro Sanchiz visitó Bogotá y conversé con él acerca de este recurso narrativo, del género de la ciencia ficción y, por supuesto, de la música.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí. Quiero empezar preguntándote por Federico Stahl, el protagonista, porque es el mismo personaje de todas tus novelas, pero en cada libro tiene una vida diferente. ¿Por qué decidiste hacerlo pianista en esta historia?En las primeras versiones, Federico Stahl era un vehículo para que yo contara cosas autobiográficas. En los primeros cuentos, por ejemplo, estaba muy presente mi experiencia como guitarrista. Resulta que entre 2004 y 2006 mi banda se movió bastante: tocamos por todo Uruguay, queríamos ser una mezcla de David Bowie con Smashing Pumpkins. No nos salía nada de eso pero, bueno, fue un momento de mucha efervescencia del rock uruguayo, y muchas de esas experiencias fueron a parar a la primera novela. Después vinieron otros libros con Federico y otras vidas posibles, por decirlo así: historiador de la aviación, drag queen, muchas cosas. Pero quería tener un Federico pianista, en parte, por una fascinación de toda una vida con las Variaciones Goldberg de Bach. Y me gustó esa idea del pianista itinerante en un mundo post apocalíptico. Como escritor, ¿cómo haces para que se sienta que es el mismo personaje, y no distintos personajes con el mismo nombre?Siempre habrá una tensión entre las dos posibilidades. En esencia, es la misma persona que tomó distintas decisiones. ¿Cómo se resuelve? Con una apelación a determinadas experiencias de infancia que son comunes a todos esos posibles Federicos. Esa vida de los años ochenta, la música, los videojuegos, las series de televisión, todo eso es como un sustrato de identidad de donde todos los Federicos abrevan. Son como variaciones: tengo esta historia, esta línea básica, y le voy cambiando cosas. La novela tiene una ecología muy propia. Todo el tiempo está presente algo llamado la maraña, una mezcla de plástico y vegetal que lo devora todo. Me recordó el océano de la novela Solaris de Stanislaw Lem, que más que océano era un ser vivo enorme.Yo soy un super lector de Lem. Y Solaris me parece una de las grandes obras del siglo XX: esa idea del océano como una otredad absoluta. Y la ciencia, que en la novela quizá está más presente que en la película de Tarkovski, la ciencia que intenta dar cuenta del océano y fracasa todo el tiempo. Me gustaba la idea de algo que está más allá del entendimiento humano, una especie de “cosa-identidad”. Entonces la pregunta era cómo hacer eso, pero sin caer en el monstruo con tentáculos o con miles de ojos. Y dije: ¿Qué tal si no es un monstruo, si es una cosa que se reproduce, como una especie de virus? Así nació el escenario de la novela. Faltaba el personaje, quién iba a recorrer ese mundo, porque yo quería que fuera algo de carretera, y muy musical. Entonces, bueno, surgió un pianista. Un pianista de provincias, además.Exacto, porque en ese momento ya no hay más que provincias. En un mundo globalizado hay metrópolis y periferia, pero imagínate un mundo donde ya no haya esas subdivisiones. ¿Tuvo algo que ver la pandemia en esa inspiración para la novela?En muchos sentidos. En el sentido más inmediato, la escribí en 2020, que era un momento peculiar para ponerse a escribir. En Uruguay no sufrimos tanto en términos de aislamiento, porque teníamos, qué se yo, veinte casos diarios. Luego se disparó, pero ese máximo de contagio se matizó porque llegaron las vacunas. Pero lo que yo notaba más era la incertidumbre, los futuros perdidos. ¿Cuántos teníamos planes para el 2020? Y no pasó. Y otra cosa que notaba eran las teorías conspirativas. Entonces, para la maraña, imaginé que no había un discurso consensuado científico, que todos estaban arrojados a una especulación salvaje. Por eso casi todos los personajes tienen su teoría de qué es la maraña, de qué pasó, y el lector se queda sin saber. Federico Stahl y su manager se van adentrando en la selva, una selva que describes como prehistórica y de troncos carnosos, y no pude evitar pensar en tu coterráneo, Horacio Quiroga, quien hizo de la selva el escenario de muchos de sus relatos.Horacio Quiroga es alguien inevitable, está en el ADN de los lectores uruguayos. Desde la escuela primaria está muy presente, y él tiene todos estos cuentos de Misiones, de esa selva allá. Pero también me interesaba La Vorágine. En estos días caí en cuenta que yo la había leído, y me había impresionado muchísimo. Siempre recordé el final: se los tragó la selva. Pero lo que yo había leído era una versión abreviada ¡Yo pensaba que La Vorágine era un cuento corto! Porque era parte de una colección para estudiantes que había allá, muy barata, de tomos chiquitos… Bueno, ahora caigo en cuenta que no leí La Vorágine (risas). Pero toda esa idea de internarse en un paisaje que te va devorando, ese fue mi primer plan para la novela. Hablemos de música. La obra más mencionada a lo largo de la novela es el ciclo de las Variaciones Goldberg de Bach. Me llama la atención que eres guitarrista pero eliges una obra escrita para clavecín, que se adapta al piano.Yo soy guitarrista de atrevido, porque nunca tomé estudios formales, pero con el tiempo me fui interesando en aprender un poco de armonía. Mi amor por la música va mucho más allá de lo que yo puedo tocar. Allá por 2002 yo estaba en la universidad, estudiaba literatura, y mi proyecto era convertirme en un académico especializado en Marcel Proust. Y tuve la enorme fortuna de coincidir con una profesora que me enseñó sobre la influencia de la música en Proust. En algún momento ella planteó la idea de que Proust había estructurado sus siete tomos, su obra, como variaciones. Me dijo: “las Variaciones Goldberg son un referente” y yo pensé: “no tengo la más pálida idea de qué es eso”. Entonces me fui a una disquería y el vendedor me sacó la versión tocada en clavecín por Keith Jarrett. Una versión muy linda. Y a partir de ahí me fascinó. Seguí leyendo sobre Bach, en particular el libro de Douglas Hofstadter, y entré en una locura. Es una obra a la que vuelvo siempre, es fascinante. Federico Stahl es obligado a tocar lo que tú llamas los “clásicos pop”: Para Elisa de Beethoven y la Marcha turca de Mozart. ¿Por qué piensas que existen unos clásicos que se vuelven masivos?Hay una serie de factores. En Estados Unidos, en los años 50, la radio acercó muchas piezas del repertorio especializado al gran público. Pero incluso antes de eso, a mucha gente de niña se le enseñaba piano, era parte de la educación. Yo mismo estudié hasta cierto punto, me mandaba mi abuela, y ahí aprendí Para Elisa. También puede haber cosas intrínsecas sobre ciertas melodías brillantes y memorables: el cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven… Y después las cosas que usa el cine: un día estaba yo escuchando el Concierto para piano No. 21 de Mozart y me dice mi padre: “¡Eso es de la película Elvira Madigan!”. El cine logró eso, que muchos clásicos sean instantáneamente reconocidos. Revisemos la discografía de Federico. Primero graba un disco de Chopin y Liszt, luego su segundo álbum coniene las Suites francesas de Bach. Hasta ahí tenemos un patrón muy claro, pero el trecer álbum está dedicado a Scriabin, eso es más raro…Me interesaba cierta pretensión de genio de Federico. Quería que eso lo llevara a meterse en esa línea de piezas para piano que cada vez se van volviendo más complejas. Y Scriabin, bueno, estaba loco, tenía esta obra que él suponía que iba a canalizar energías espirituales. Y me gustaba la idea de que Federico va a una provincia, tiene que tocar la Marcha turca, pero se las arregla para citar obras más esotéricas. Porque en los “clásicos pop” tenés toda una zona amable con el escucha, pero luego todos tenemos inmensos baches. Yo, por ejemplo, soy un ignorante en cuanto a ópera. Y más adelante tenés todas estas obras que son más raras: todas las vanguardias, el dodecafonismo, el serialismo. Me gustaba que Federico tuviera la obligación comercial pero se las arreglara para meter a Schönberg. En la novela eso se refleja en la carrera discográfica que él tiene. Yo sabía que él iba a fracasar con las Variaciones Goldberg, porque él sostiene que no las sabe tocar, pero quería que hubiera una presencia del barroco, del romanticismo y algo de vanguardia. Especulemos un poco con la carrera del pianista. Si no hubiera llegado la maraña, si su carrera hubiera continuado, ¿cuál hubiera sido su siguiente grabación?A lo mejor iba a tocar el Concierto para piano y orquesta No. 2 de Rachmaninov. Iba a tender a ese despliegue. A lo mejor iba a ser el Martha Argerich de su generación, pero la cuestión es que se corta esa discografía, ¿no? Pero creo que igual el libro tiene otra discografía implícita, porque también habla mucho del rock. Pero, para complicar la historia del rock, inventé que David Bowie se moría antes de hacer el disco Let’s Dance. En la ciencia ficción vos tenés ese concepto de la historia alternativa. Una de las imágenes más poderosas es la de un piano viejo que está carcomido por la maraña. Sin embargo, en todo este apocalipsis que plantea tu novela, la música se salva. ¿Por qué? ¿Qué tiene la música que podría sobrevivir a una hecatombe?Justo estaba leyendo un libro acerca de cómo pensar los mundos posibles. Y en uno de los ensayos hablaba de la evolución del lenguaje, de cómo en algún momento la ciencia dijo: “no vamos a saber esto, porque es imposible, no hay fósiles que te digan cómo hablábamos”. Pero más recientemente, con otras técnicas, se vuelve a plantear que se puede estudiar eso. Y resulta que la música y el lenguaje tienen en principio una base común y luego se separan. El primer lenguaje pudo ser la música. Entonces nosotros hablamos, expresamos, nos pensamos a nosotros mismos con la música. La música nos construye. En mi adolescencia la identidad consistía en saber si tú eras hincha de Guns N’ Roses o de Nirvana. Mi madre, cuando hablaba de los Beatles, siempre decía que su favorito era George. En el fondo quizá estamos hablando con música. Por eso me parece que si hay una catástrofe, o no sé qué proceso evolutivo que nos haga prescindir del lenguaje, no hay nada que pueda acabar con la música. No hay pandemia que pueda con eso. Excepto la extinción, pero yo no quería narrar la extinción.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Con una aceptación de la crítica internacional del 88%, además de 17 premios y 24 nominaciones, llega a Colombia Frontera Verde, la impactante película que denuncia la crisis humanitaria que se vive en las puertas de la Unión Europea: Una familia siria que huye de la guerra y viaja con la esperanza de entrar a Suecia, queda atrapada, junto a otras centenas de refugiados, en la "zona de la muerte", un bosque entre Bielorusia y Polonia. Un drama desgarrador de la directora Agnieszka Holland, reconocida por sus contribuciones a la nueva ola del cine polaco y una de las más prominentes cineastas de su país. Distribuida por Cine Colombia, Frontera Verde se estrena este jueves 16 de mayo en las principales salas del país.Con guion escrito por Agnieszka Holland junto a Maciej Pisuk y Gabriela Lazarkiewicz, Frontera Verde se enmarca en el género de ficción para presentar historias reales que ella misma recogió entre los inmigrantes que viven a diario este conflicto en las fronteras. Con elementos que aluden al documental y narrada en varios idiomas, los mismos que construyen la Torre de Babel que se erige en el drama de esos corredores sembrados de injusticia y olvido, la película se teje a través de las historias de una familia de refugiados sirios, una profesora afgana y un guardia fronterizo, quienes dejan aflorar sus miedos, su humanidad, sus sombras, su resiliencia y esperanza. Una película valiente que es denuncia y alerta de los estragos del totalitarismo, y que durante su lanzamiento fue objeto de una campaña de odio impulsada por el partido ultraconservador en Polonia, lo que obligó a rodear a la directora de un fuerte dispositivo de seguridad durante su campaña promocional.Frontera Verde cuenta con un elenco encabezado por comprometidos actores de distintas nacionalidades, en muchos casos exiliados por su activismo y denuncia de los problemas sociopolíticos de sus países, como Jalal Altawil (La Conspiration du Caire), Maja Ostaszewska (Schindler’s List; Time of Honor), Behi Djanati Atai (Under the Shadow), Tomasz Wlosok (Raven), Mohamad Al-Rashi (Cover Up), Dalia Naous (La fracture), Monika Frajczyk (Prime Time), Jazmina Polak (The Art of Loving) y Taim Ajjan.El equipo técnico que sacó adelante el rodaje está encabezado por el director de fotografía Tomasz Naumiuk, la directora de arte Katarzyna Jędrzejczyk, la diseñadora de vestuario Katarzyna Lewinska, el ingeniero de sonido Roman Dymny, la edición de Pavel Hrdlička y el compositor musical Frédéric Vercheval. Todos bajo la producción de Maria Blicharska-Lacroix y Damien Mc Donald.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.