Un poco cansada, con las compras deformando la nueva bolsa de malla, Ana subió al tranvía. Depositó la bolsa sobre las rodillas y el tranvía comenzó a andar. Entonces se recostó en el banco en busca de comodidad, con un suspiro casi de satisfacción. Los hijos de Ana eran buenos, algo verdadero y jugoso. Crecían, se bañaban, exigían, malcriados, por momentos cada vez más completos. La cocina era espaciosa, el fogón estaba descompuesto y hacía explosiones. El calor era fuerte en el departamento que estaban pagando de a poco. Pero el viento golpeando las cortinas que ella misma había cortado recordaba que si quería podía enjugarse la frente, mirando el calmo horizonte. Lo mismo que un labrador. Ella había plantado las simientes que tenía en la mano, no las otras, sino esas mismas. Y los árboles crecían.Crecía su rápida conversación con el cobrador de la luz, crecía el agua llenando la pileta, crecían sus hijos, crecía la mesa con comidas, el marido llegando con los diarios y sonriendo de hambre, el canto importuno de las sirvientas del edificio. Ana prestaba a todo, tranquilamente, su mano pequeña y fuerte, su corriente de vida. Cierta hora de la tarde era la más peligrosa. A cierta hora de la tarde los árboles que ella había plantado se reían de ella. Cuando ya no precisaba más de su fuerza, se inquietaba. Sin embargo, se sentía más sólida que nunca, su cuerpo había engrosado un poco, y había que ver la forma en que cortaba blusas para los chicos, con la gran tijera restallando sobre el género. Todo su deseo vagamente artístico hacía mucho que se había encaminado a transformar los días bien realizados y hermosos; con el tiempo su gusto por lo decorativo se había desarrollado suplantando su íntimo desorden. Parecía haber descubierto que todo era susceptible de perfeccionamiento, que a cada cosa se prestaría una apariencia armoniosa; la vida podría ser hecha por la mano del hombre.En el fondo, Ana siempre había tenido necesidad de sentir la raíz firme de las cosas. Y eso le había dado un hogar, sorprendentemente. Por caminos torcidos había venido a caer en un destino de mujer, con la sorpresa de caber en él como si ella lo hubiera inventado. El hombre con el que se había casado era un hombre de verdad, los hijos que habían tenido eran hijos de verdad. Su juventud anterior le parecía tan extraña como una enfermedad de vida. Había surgido de ella muy pronto para descubrir que también sin la felicidad se vivía: aboliéndola, había encontrado una legión de personas, antes invisibles, que vivían como quien trabaja con persistencia, continuidad, alegría. Lo que le había sucedido a Ana antes de tener su hogar ya estaba para siempre fuera de su alcance: era una exaltación perturbada a la que tantas veces había confundido con una insoportable felicidad. A cambio de eso, había creado algo al fin comprensible, una vida de adulto. Así lo había querido ella y así lo había escogido. Su precaución se reducía a cuidarse en la hora peligrosa de la tarde, cuando la casa estaba vacía y sin necesitar ya de ella, el sol alto, y cada miembro de la familia distribuido en sus ocupaciones. Mirando los muebles limpios, su corazón se apretaba un poco con espanto. Pero en su vida no había lugar para sentir ternura por su espanto: ella lo sofocaba con la misma habilidad que le habían transmitido los trabajos de la casa. Entonces salía para hacer las compras o llevar objetos para arreglar, cuidando del hogar y de la familia y en rebeldía con ellos. Cuando volvía ya era el final de la tarde y los niños, de regreso del colegio, le exigían. Así llegaba la noche, con su tranquila vibración. De mañana despertaba aureolada por los tranquilos deberes. Nuevamente encontraba los muebles sucios y llenos de polvo, como si regresaran arrepentidos. En cuanto a ella misma, formaba oscuramente parte de las raíces negras y suaves del mundo. Y alimentaba anónimamente la vida. Y eso estaba bien. Así lo había querido y elegido ella.El tranvía vacilaba sobre las vías, entraba en calles anchas. Enseguida soplaba un viento más húmedo anunciando, mucho más que el fin de la tarde, el final de la hora inestable. Ana respiró profundamente y una gran aceptación dio a su rostro un aire de mujer.El tranvía se arrastraba, enseguida se detenía. Hasta la calle Humaitá tenía tiempo de descansar. Fue entonces cuando miró hacia el hombre detenido en la parada. La diferencia entre él y los otros es que él estaba realmente detenido. De pie, sus manos se mantenían extendidas. Era un ciego.¿Qué otra cosa había hecho que Ana se fijase erizada de desconfianza? Algo inquietante estaba pasando. Entonces lo advirtió: el ciego masticaba chicle… Un hombre ciego masticaba chicle.Ana todavía tuvo tiempo de pensar por un segundo que los hermanos irían a comer; el corazón le latía con violencia, espaciadamente. Inclinada, miraba al ciego profundamente, como se mira lo que no nos ve. Él masticaba goma en la oscuridad. Sin sufrimiento, con los ojos abiertos. El movimiento, al masticar, lo hacía parecer sonriente y de pronto dejó de sonreír, sonreír y dejar de sonreír -como si él la hubiese insultado, Ana lo miraba. Y quien la viese tendría la impresión de una mujer con odio. Pero continuaba mirándolo, cada vez más inclinada -el tranvía arrancó súbitamente, arrojándola desprevenida hacia atrás y la pesada bolsa de malla rodó de su regazo y cayó en el suelo. Ana dio un grito y el conductor dio la orden de parar antes de saber de qué se trataba; el tranvía se detuvo, los pasajeros miraron asustados. Incapaz de moverse para recoger sus compras, Ana se irguió pálida. Una expresión desde hacía tiempo no usada en el rostro resurgía con dificultad, todavía incierta, incomprensible. El muchacho de los diarios reía entregándole sus paquetes. Pero los huevos se habían quebrado en el paquete de papel de diario. Yemas amarillas y viscosas se pegoteaban entre los hilos de la malla. El ciego había interrumpido su tarea de masticar chicle y extendía las manos inseguras, intentando inútilmente percibir lo que estaba sucediendo. El paquete de los huevos fue arrojado fuera de la bolsa y, entre las sonrisas de los pasajeros y la señal del conductor, el tranvía reinició nuevamente la marcha.Pocos instantes después ya nadie la miraba. El tranvía se sacudía sobre los rieles y el ciego masticando chicle había quedado atrás para siempre. Pero el mal ya estaba hecho.La bolsa de malla era áspera entre sus dedos, no íntima como cuando la había tejido. La bolsa había perdido el sentido, y estar en un tranvía era un hilo roto; no sabía qué hacer con las compras en el regazo. Y como una extraña música, el mundo recomenzaba a su alrededor. El mal estaba hecho. ¿Por qué?, ¿acaso se había olvidado de que había ciegos? La piedad la sofocaba, y Ana respiraba con dificultad. Aun las cosas que existían antes de lo sucedido ahora estaban precavidas, tenían un aire hostil, perecedero… El mundo nuevamente se había transformado en un malestar. Varios años se desmoronaban, las yemas amarillas se escurrían. Expulsada de sus propios días, le parecía que las personas en la calle corrían peligro, que se mantenían por un mínimo equilibrio, por azar, en la oscuridad; y por un momento la falta de sentido las dejaba tan libres que ellas no sabían hacia dónde ir. Notar una ausencia de ley fue tan súbito que Ana se agarró al asiento de enfrente, como si se pudiera caer del tranvía, como si las cosas pudieran ser revertidas con la misma calma con que no lo eran. Aquello que ella llamaba crisis había venido, finalmente. Y su marca era el placer intenso con que ahora gozaba de las cosas, sufriendo espantada. El calor se había vuelto menos sofocante, todo había ganado una fuerza y unas voces más altas. En la calle Voluntarios de la Patria parecía que estaba pronta a estallar una revolución. Las rejas de las cloacas estaban secas, el aire cargado de polvo. Un ciego mascando chicle había sumergido al mundo en oscura impaciencia. En cada persona fuerte estaba ausente la piedad por el ciego, y las personas la asustaban con el vigor que poseían. Junto a ella había una señora de azul, ¡con un rostro! Desvió la mirada, rápido. ¡En la acera, una mujer dio un empujón al hijo! Dos novios entrelazaban los dedos sonriendo… ¿Y el ciego? Ana se había deslizado hacia una bondad extremadamente dolorosa.Ella había calmado tan bien a la vida, había cuidado tanto que no explotara. Mantenía todo en serena comprensión, separaba una persona de las otras, las ropas estaban claramente hechas para ser usadas y se podía elegir por el diario la película de la noche, todo hecho de tal modo que un día sucediera al otro. Y un ciego masticando chicle lo había destrozado todo. A través de la piedad a Ana se le aparecía una vida llena de náusea dulce, hasta la boca.Solamente entonces percibió que hacía mucho que había pasado la parada para descender. En la debilidad en que estaba, todo la alcanzaba con un susto; descendió del tranvía con piernas débiles, miró a su alrededor, asegurando la bolsa de malla sucia de huevo. Por un momento no consiguió orientarse. Le parecía haber descendido en medio de la noche.Era una calle larga, con altos muros amarillos. Su corazón latía con miedo, ella buscaba inútilmente reconocer los alrededores, mientras la vida que había descubierto continuaba latiendo y un viento más tibio y más misterioso le rodeaba el rostro. Se quedó parada mirando el muro. Al fin pudo ubicarse. Caminando un poco más a lo largo de la tapia, cruzó los portones del Jardín Botánico.Caminaba pesadamente por la alameda central, entre los cocoteros. No había nadie en el Jardín. Dejó los paquetes en el suelo, se sentó en un banco de un atajo y allí se quedó por algún tiempo.La vastedad parecía calmarla, el silencio regulaba su respiración. Ella se adormecía dentro de sí.De lejos se veía la hilera de árboles donde la tarde era clara y redonda. Pero la penumbra de las ramas cubría el atajo.A su alrededor se escuchaban ruidos serenos, olor a árboles, pequeñas sorpresas entre los “cipós”. Todo el Jardín era triturado por los instantes ya más apresurados de la tarde. ¿De dónde venía el medio sueño por el cual estaba rodeada? Como por un zumbar de abejas y de aves. Todo era extraño, demasiado suave, demasiado grande. Un movimiento leve e íntimo la sobresaltó: se volvió rápida. Nada parecía haberse movido. Pero en la alameda central estaba inmóvil un poderoso gato. Su pelaje era suave. En una nueva marcha silenciosa, desapareció.Inquieta, miró en torno. Las ramas se balanceaban, las sombras vacilaban sobre el suelo. Un gorrión escarbaba en la tierra. Y de repente, con malestar, le pareció haber caído en una emboscada. En el Jardín se hacía un trabajo secreto del cual ella comenzaba a apercibirse.En los árboles las frutas eran negras, dulces como la miel. En el suelo había carozos llenos de orificios, como pequeños cerebros podridos. El banco estaba manchado de jugos violetas. Con suavidad intensa las aguas rumoreaban. En el tronco del árbol se pegaban las lujosas patas de una araña. La crudeza del mundo era tranquila. El asesinato era profundo. Y la muerte no era aquello que pensábamos.Al mismo tiempo que imaginario, era un mundo para comerlo con los dientes, un mundo de grandes dalias y tulipanes. Los troncos eran recorridos por parásitos con hojas, y el abrazo era suave, apretado. Como el rechazo que precedía a una entrega, era fascinante, la mujer sentía asco, y a la vez era fascinada.Los árboles estaban cargados, el mundo era tan rico que se pudría. Cuando Ana pensó que había niños y hombres grandes con hambre, la náusea le subió a la garganta, como si ella estuviera grávida y abandonada. La moral del Jardín era otra. Ahora que el ciego la había guiado hasta él, se estremecía en los primeros pasos de un mundo brillante, sombrío, donde las victorias-regias flotaban, monstruosas. Las pequeñas flores esparcidas sobre el césped no le parecían amarillas o rosadas, sino del color de un mal oro y escarlatas. La descomposición era profunda, perfumada… Pero todas las pesadas cosas eran vistas por ella con la cabeza rodeada de un enjambre de insectos, enviados por la vida más delicada del mundo. La brisa se insinuaba entre las flores. Ana, más adivinaba que sentía su olor dulzón… El Jardín era tan bonito que ella tuvo miedo del Infierno.Ahora era casi noche y todo parecía lleno, pesado, un esquilo pareció volar con la sombra. Bajo los pies la tierra estaba fofa, Ana la aspiraba con delicia. Era fascinante, y ella se sentía mareada.Pero cuando recordó a los niños, frente a los cuales se había vuelto culpable, se irguió con una exclamación de dolor. Tomó el paquete, avanzó por el atajo oscuro y alcanzó la alameda. Casi corría, y veía el Jardín en torno de ella, con su soberbia impersonalidad. Sacudió los portones cerrados, los sacudía apretando la madera áspera. El cuidador apareció asustado por no haberla visto.Hasta que no llegó a la puerta del edificio, había parecido estar al borde del desastre. Corrió con la bolsa hasta el ascensor, su alma golpeaba en el pecho: ¿qué sucedía? La piedad por el ciego era muy violenta, como una ansiedad, pero el mundo le parecía suyo, sucio, perecedero, suyo. Abrió la puerta de la casa. La sala era grande, cuadrada, los picaportes brillaban limpios, los vidrios de las ventanas brillaban, la lámpara brillaba: ¿qué nueva tierra era ésa? Y por un instante la vida sana que hasta entonces llevara le pareció una manera moralmente loca de vivir. El niño que se acercó corriendo era un ser de piernas largas y rostro igual al suyo, que corría y la abrazaba. Lo apretó con fuerza, con espanto. Se protegía trémula. Porque la vida era peligrosa. Ella amaba el mundo, amaba cuanto había sido creado, amaba con repugnancia. Del mismo modo en que siempre había sido fascinada por las ostras, con aquel vago sentimiento de asco que la proximidad de la verdad le provocaba, avisándola. Abrazó al hijo casi hasta el punto de estrujarlo. Como si supiera de un mal -¿el ciego o el hermoso Jardín Botánico?- se prendía a él, a quien quería por encima de todo. Había sido alcanzada por el demonio de la fe. La vida es horrible, dijo muy bajo, hambrienta. ¿Qué haría en caso de seguir el llamado del ciego? Iría sola… Había lugares pobres y ricos que necesitaban de ella. Ella precisaba de ellos…-Tengo miedo -dijo. Sentía las costillas delicadas de la criatura entre los brazos, escuchó su llanto asustado.-Mamá -exclamó el niño. Lo alejó de sí, miró aquel rostro, su corazón se crispó.-No dejes que mamá te olvide -le dijo.El niño, apenas sintió que el abrazo se aflojaba, escapó y corrió hasta la puerta de la habitación, de donde la miró más seguro. Era la peor mirada que jamás había recibido. La sangre le subió al rostro, afiebrándolo.Se dejó caer en una silla, con los dedos todavía presos en la bolsa de malla. ¿De qué tenía vergüenza?No había cómo huir. Los días que ella había forjado se habían roto en la costra y el agua se escapaba. Estaba delante de la ostra. Y no sabía cómo mirarla. ¿De qué tenía vergüenza? Porque ya no se trataba de piedad, no era solamente piedad: su corazón se había llenado con el peor deseo de vivir.Ya no sabía si estaba del otro lado del ciego o de las espesas plantas. El hombre poco a poco se había distanciado, y torturada, ella parecía haber pasado para el lado de los que le habían herido los ojos. El Jardín Botánico, tranquilo y alto, la revelaba. Con horror descubría que ella pertenecía a la parte fuerte del mundo -¿y qué nombre se debería dar a su misericordia violenta? Sería obligada a besar al leproso, pues nunca sería solamente su hermana. Un ciego me llevó hasta lo peor de mí misma, pensó asustada. Sentíase expulsada porque ningún pobre bebería agua en sus manos ardientes. ¡Ah!, ¡era más fácil ser un santo que una persona! Por Dios, ¿no había sido verdadera la piedad que sondeara en su corazón las aguas más profundas? Pero era una piedad de león.Humillada, sabía que el ciego preferiría un amor más pobre. Y, estremeciéndose, también sabía por qué. La vida del Jardín Botánico la llamaba como el lobo es llamado por la luna. ¡Oh, pero ella amaba al ciego!, pensó con los ojos humedecidos. Sin embargo, no era con ese sentimiento con el que se va a la iglesia. Estoy con miedo, se dijo, sola en la sala. Se levantó y fue a la cocina para ayudar a la sirvienta a preparar la cena.Pero la vida la estremecía, como un frío. Oía la campana de la escuela, lejana y constante. El pequeño horror del polvo ligando en hilos la parte inferior del fogón, donde descubrió la pequeña araña. Llevando el florero para cambiar el agua -estaba el horror de la flor entregándose lánguida y asquerosa a sus manos. El mismo trabajo secreto se hacía allí en la cocina. Cerca de la lata de basura, aplastó con el pie a una hormiga. El pequeño asesinato de la hormiga. El pequeño cuerpo temblaba. Las gotas de agua caían en el agua inmóvil de la pileta. Los abejorros de verano. El horror de los abejorros inexpresivos. Horror, horror. Caminaba de un lado para otro en la cocina, cortando los bifes, batiendo la crema. En torno a su cabeza, en una ronda, en torno de la luz, los mosquitos de una noche cálida. Una noche en que la piedad era tan cruda como el mal amor. Entre los dos senos corría el sudor. La fe se quebrantaba, el calor del horno ardía en sus ojos.Después vino el marido, vinieron los hermanos y sus mujeres, vinieron los hijos de los hermanos.Comieron con las ventanas todas abiertas, en el noveno piso. Un avión estremecía, amenazando en el calor del cielo. A pesar de haber usado pocos huevos, la comida estaba buena. También sus chicos se quedaron despiertos, jugando en la alfombra con los otros. Era verano, sería inútil obligarlos a ir a dormir. Ana estaba un poco pálida y reía suavemente con los otros.Finalmente, después de la comida, la primera brisa más fresca entró por las ventanas. Ellos rodeaban la mesa, ellos, la familia. Cansados del día, felices al no disentir, bien dispuestos a no ver defectos. Se reían de todo, con el corazón bondadoso y humano. Los chicos crecían admirablemente alrededor de ellos. Y como a una mariposa, Ana sujetó el instante entre los dedos antes que desapareciera para siempre.Después, cuando todos se fueron y los chicos estaban acostados, ella era una mujer inerte que miraba por la ventana. La ciudad estaba adormecida y caliente. Y lo que el ciego había desencadenado, ¿cabría en sus días? ¿Cuántos años le llevaría envejecer de nuevo? Cualquier movimiento de ella, y pisaría a uno de los chicos. Pero con una maldad de amante, parecía aceptar que de la flor saliera el mosquito, que las victorias-regias flotasen en la oscuridad del lago. El ciego pendía entre los frutos del Jardín Botánico.¡Si ella fuera un abejorro del fogón, el fuego ya habría abrasado toda la casa!, pensó corriendo hacia la cocina y tropezando con su marido frente al café derramado.-¿Qué fue? -gritó vibrando toda.Él se asustó por el miedo de la mujer. Y de repente rió, entendiendo:-No fue nada -dijo-, soy un descuidado -parecía cansado, con ojeras.Pero ante el extraño rostro de Ana, la observó con mayor atención. Después la atrajo hacia sí, en rápida caricia.-¡No quiero que te suceda nada, nunca! -dijo ella.-Deja que por lo menos me suceda que el fogón explote -respondió él sonriendo. Ella continuó sin fuerzas en sus brazos.Ese día, en la tarde, algo tranquilo había estallado, y en toda la casa había un clima humorístico, triste.-Es hora de dormir -dijo él-, es tarde.En un gesto que no era de él, pero que le pareció natural, tomó la mano de la mujer, llevándola consigo sin mirar para atrás, alejándola del peligro de vivir. Había terminado el vértigo de la bondad.Había atravesado el amor y su infierno; ahora peinábase delante del espejo, por un momento sin ningún mundo en el corazón. Antes de acostarse, como si apagara una vela, sopló la pequeña llama del día.
Hablar de la obra de Clarice Lispector es hablar de uno de los mayores mitos de la literatura de la segunda mitad del siglo XX y a la vez es una invitación a conocer esa extraña mujer que a través de sus obras permite ver, cual si fuera un velo, rastros de su vida artística, de la incomprensible lógica de su mundo y su madurez que, envuelta en llamas, le augura una cercanía inexorable con la muerte.Chaya Pinkhasovna Lispector nació el 10 de diciembre de 1920 en Tchetchelnik, un pueblo ucraniano en medio del frío y la hambruna, y fue la tercera hija del matrimonio de una pareja de origen judío que huía en una época de convulsión social. Al año siguiente de su nacimiento, su familia tuvo que huir de los constantes pogromos antijudíos del Imperio Ruso, primero a la región de Moldavia y más tarde, en 1922 a la ciudad de Maceió (la capital del estado de Alagoas), donde vivían desde hace tiempo unos familiares suyos. Al llegar a Brasil, la familia cambió sus nombres: su padre, Pinkhas, se convirtió en Pedro, su madre, Mania, en Marieta, y ella, Chaya, recibió un nuevo nombre: Clarice.Tras vivir una década lejos de su tierra y despojada absolutamente de todo, la madre de Clarice, que había sido violada durante la Primera Guerra Mundial, murió de sífilis, misma enfermedad que había contraído desde que fue abusada. Sin embargo, aunque Clarice siempre supo sobre su origen, la muerte de su madre marcó en ella un profundo sentimiento de culpa que atravesaría su vida y su obra creativa como escritora. A los diez años, Clarice se mudó con su familia a Rio de Janeiro y gracias al empeño que había puesto el padre sobre su excepcional talento, pudo ingresar en uno de los reductos de la élite, la Facultad de Derecho Nacional de la Universidad de Brasil. Pese al esfuerzo, ella perseguí su sueño en las redacciones de los periódicos más prestigiosos y leídos de Brasilia.El mismo año en que publicó su primera historia conocida, "El triunfo", su padre muere, por lo que antes de cumplir los 20 años, Clarice ya era huérfana. Al año siguiente publicó "Cerca del corazón salvaje", por la que recibió el premio Graça Aranha como mejor novela. Aunque en 1943 Clarice se casó con el diplomático Maury Gurgel Valente, un viejo amigo al que conoció mientras estudiaba Derecho, acabó separándose de este en 1959, tras lo que ella siempre llamó "una aburrida vida de esposa perfecta". Durante este tiempo, viajó a Napoles donde fue voluntaria en los hospitales que atendían a soldados brasileños heridos en el campo de batalla durante la Segunda Guerra Mundial.Pese a ser una incansable viajera, Clarice nunca se encontró acogida en algún otro lugar que no fuera Brasil. La lejanía con esa tropical tierra que le acogió cuando no superaba los cinco años de edad, despertó en ella un profundo letargo de depresión del que solo podía escapar dándole rienda suelta a su inquieta narrativa. Para 1949, Lispector publica "La ciudad sitiada", en 1952 publica "Algunos cuentos" y en 1954 se publicó la primera traducción al francés de "Cerca del corazón salvaje".Aunque se había afincado en Berna hacía algunos años atrás, Clarice decide regresar a Brasil en 1959, donde publicó "Lazos de familia", un libro de cuentos bastante aplaudido por la crítica, y un año más tarde la novela "La manzana en la oscuridad", que fue llevada al teatro años más tarde. Sin embargo, fue en 1963 cuando Clarice publicó la que es considerada su obra maestra, "La pasión según G.H.".Su inexpugnable personalidad era única: pocas veces se presentaba en las entrevistas, y si lo hacía, sus lacónicas y esquivas respuestas enfurecían al mundo. Para 1966, mientras la escritora dormía, un cigarrillo encendido en su dormitorio acabó por incendiarlo y a ella, por propinarle quemaduras en gran parte de su cuerpo. Aunque su mano derecho se vio muy afectada y por poco tuvo que ser amputada, nunca pudo recuperar su movilidad y como si fuera poco, el accidente acabó por afectar su estado de ánimo y las notables cicatrices en su cuerpo le causaron continuas depresiones.Clarice Lispector falleció en Río de Janeiro el 9 de diciembre de 1977 a los 56 años, en la víspera de su cumpleaños, víctima de un cáncer que no fue detectado a tiempo. Fue enterrada días después en el cementerio de Cajú y su lápida lleva su nombre en hebreo: Chaya Bat Pinkhas, “la hija de Pinkhas”.
Clarice Lispector es considerada una de las grandes escritoras brasileñas de la segunda mitad del siglo XX. Su estilo y prosa quebraron los moldes que existían en la época y abrieron un panorama para los detalles de la cotidianidad y los relatos en primera persona. Era distinta desde su pluma hasta su imagen y esa extrañeza se convirtió en su fuerza. Declaró siempre “No escribo para agradar a nadie” y marcó la tercera fase de la Generación del 45 en Brasil.Sin mayor apuesta que la honestidad y la escritura, Lispector sigue siendo una lectura pendiente y obligada. No en vano lleva un siglo conquistando lectores en todo el mundo. Lean aquí cinco poemas para recordarla, para hundirse y naufragar en sus libros.Es allí a donde voy, de SilencioMás allá de la oreja existe un sonido, la extremidad de la mirada un aspecto, las puntas de los dedos un objeto: es allí a donde voy.La punta del lápiz el trazo. Donde expira un pensamiento hay una idea, en el último suspiro de alegría otra alegría, en la punta de la espalda magia: es allí a donde voy.En la punta del pie el salto. Parece historia de alguien que fue y no volvió: es allí a donde voy. ¿ O no voy? Voy, sí. Y vuelvo para ver cómo están las cosas.Si continúan mágicas. ¿Realidad? Te espero. Es allí a donde voy. En la punta de la palabra está la palabra. Quiero usar la palabra “tertulia”, y no sé dónde ni cuándo.Al lado de la tertulia está la familia. Al lado de la familia estoy yo. Al lado de mí estoy yo. Es hacia mí a dónde voy. Y de mí salgo para ver. ¿Ver qué? Ver lo que existe.Después de muerta es hacia la realidad adonde voy. Mientras tanto, lo que hay es un sueño. Sueño fatídico. Pero después, después de todo es real.Y el alma libre busca un canto para acomodarse.Soy un yo que anuncia. No sé de qué estoy hablando.Estoy hablando de nada. Yo soy nada. Después de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien me dirá con amor mi nombre. Es hacia mi pobre nombre adonde voy. Y de allá vuelvo para llamar al nombre del ser amado y de los hijos. Ellos me responderán. Al fin tendré una respuesta. ¿Qué respuesta? La del amor. Amor: yo os amo tanto.Yo amo el amor. El amor es rojo. Los celos son verdes. Mis ojos son verdes tan oscuros que en las fotografías salen negros.Mi secreto es tener los ojos verdes y que nadie lo sepa. En la extremidad de mí estoy yo. Yo, implorante, yo, la que necesita, la que pide, la que llora, la que se lamenta.Pero la que canta. La que dice palabras. ¿Palabras al viento? Qué importa, los vientos las traen de nuevo y yo las poseo. Yo al lado del viento. La colina de los vientos aullantes me llama. Voy, bruja que soy. Y me transmuto. Oh, cachorro, ¿dónde esta tu alma? ¿Está cerca de tu cuerpo? Yo estoy cerca de mi cuerpo. Y muero lentamente. ¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo amor. Y cerca del amor estamos nosotros.PerfecciónLo que me tranquilizaes que todo lo que existeexiste con absoluta precisión.Cualquier cosa del tamaño de una cabeza de alfilerno se desborda ni una fracción de milímetromás allá del tamaño de una cabeza de alfiler.Todo lo que existe es de gran precisión.Lástima que la mayor parte de lo que existecon esta exactitudes técnicamente invisible para nosotros.Lo bueno es que la verdad nos llegacomo un sentido secreto de las cosas.Terminamos adivinando, confundidos,sobre la perfección.Hora y tiempo para todo"¿Por qué hay mujeres que nunca se acuerdan de mirar el reloj cuando van a salir?Por eso es normal verlas, por la mañana temprano, camino de la oficina,ya cargadas de pinturas, joyas y perfumes, ostentando vistosos atuendos.No notan el ridículo que hacen.Otras, exagerando lo que pretenden que sea su sencillez, se presentan en cualquierlugar, en horario nocturno, a veces incluso en reuniones encasas particulares, con sandalias, faldas y blusas deportivas,cuando no con pantalones y los peinados menos indicados.Una mujer elegante no hace esto.Para ésta el lugar y la hora son factores importantes para la tarea de vestirse bien y presentarse bien.Tan importantes como la edad en relación con la moda, el maquillaje y el peinado.Si no quieres ser objeto de críticas irónicas, de risitas,antes de empezar a arreglarte, antes de elegir el peinado y el vestido que vas a llevar,mírate primero a ti misma: «¿qué edad aparento?».Después tu tipo: «¿no estaré un poco gorda (o delgada) para llevar esto?».Después el reloj.Todo esto, claro, después de haber decidido si vas a un lugar donde se exige ropa deportiva o traje de vestir.He venido a escribirte, es decir, a ser“En la extremidad de mí estoy yo. Yo, implorante, yo, la que necesita, la que pide, la que llora, la que se lamenta. Pero la que canta. La que dice palabras.¿Palabras al viento? Qué importa, los vientos las traen de nuevo y yo las poseo.Yo al lado del viento. La colina de los vientos aullantes me llama. Voy, bruja que soy.Y me transmuto.Oh, cachorro, ¿dónde está tu alma? ¿Está cerca de tu cuerpo? Yo estoy cerca de mi cuerpo. Y muero lentamente.¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo amor. Y cerca del amor estamos nosotros”.
Heliogábalo fue un emperador romano perteneciente a la dinastía Severa, reconocido tanto por su papel como sacerdote y su nobleza. Gobernó desde el año 218 hasta el 222 bajo el nombre de Marco Aurelio Antonino Augusto, aunque pasó a la historia como Heliogábalo (Elagabalus en latín) mucho después de su fallecimiento.Nacido de Sexto Vario Marcelo y Julia Soemia Basiana, desde su juventud sirvió como sacerdote del dios El-Gabal en Emesa, su ciudad natal que hoy corresponde a Homs en Siria. En el año 217, tras el asesinato del emperador Caracalla, su prefecto del pretorio, Marco Opelio Macrino, tomó el poder. Julia Mesa, tía materna de Caracalla, provocó una exitosa rebelión dentro de la Legio III Gallica para instalar a su nieto mayor, Heliogábalo, como emperador en su lugar. La derrota de Macrino el 8 de junio de 218 en la batalla de Antioquía llevó a Heliogábalo, con tan solo 14 años, al trono imperial, iniciando así un reinado lleno de controversias.Durante su mandato, desafió las tradiciones religiosas y las restricciones sexuales de Roma. Reemplazó a Júpiter, la principal deidad del panteón romano, por su dios asimilado, Sol Invictus (Deus Sol Invictus), e incluso obligó a altos funcionarios del gobierno a participar en rituales en honor a esta deidad, de la cual él era el sumo sacerdote.En medio de una creciente oposición, a la edad de apenas 18 años, fue asesinado el 11 de marzo del 222 y su primo, Alejandro Severo, tomó su lugar en un complot urdido por su abuela, Julia Mesa, y miembros de la Guardia Pretoriana.Heliogábalo ganó una reputación entre sus contemporáneos por su excentricidad, estilo de vida decadente y fanatismo, aspectos que probablemente fueron exagerados por sus sucesores y rivales políticos. Esta imagen negativa se perpetuó en la historia, convirtiendo a Heliogábalo en uno de los emperadores romanos más denostados por los historiadores antiguos. Por ejemplo, Edward Gibbon escribió que Heliogábalo "se entregó a los placeres más viles y a una descontrolada furia". B.G. Niebuhr lo recordó en la historia debido a su "vida indescriptiblemente desagradable".Según Dion Casio, historiador romano del siglo III d.C., relata un encuentro donde un hombre atractivo se dirigió al emperador Heliogábalo como "mi señor emperador", a lo que este último respondió: "No me llames señor, pues soy una dama".Durante siglos, la especulación sobre la identidad de género de quien estuvo al frente de uno de los imperios más poderosos de la antigüedad ha sido motivo de curiosidad y estudio.Sin embargo, el Museo de North Hertfordshire, en Reino Unido, ha anunciado que su exposición sobre Heliogábalo reconocerá su identidad como mujer trans y utilizará los pronombres "ella" y "ellas" al referirse a esta figura histórica.Un portavoz del museo expresó que el uso cuidadoso de los pronombres al identificar a personas del pasado es un gesto de cortesía y respeto hacia ellas.Shushma Malik, profesor de la Universidad de Cambridge, le dijo a la BBC: "Los historiadores que utilizamos para tratar de comprender la vida de Heliogábalo son extremadamente hostiles hacia él y, por lo tanto, no pueden tomarse al pie de la letra. No tenemos ninguna evidencia directa que venga de la mano de Heliogábalo mismo, de sus propias palabras”.No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
El impresionismo fue un movimiento artístico revolucionario que emergió en la segunda mitad del siglo XIX en Francia. Si bien históricamente se ha asociado principalmente con artistas masculinos como Monet, Renoir y Degas, las mujeres jugaron un papel fundamental en este movimiento, desafiando las normas sociales y culturales de la época para dejar una huella perdurable en la historia del arte.Entre estas destacadas pioneras del arte femenino del impresionismo se encuentra Berthe Morisot. Su obra deslumbrante y su influencia en el movimiento impresionista son innegables. Morisot desafió las expectativas sociales al perseguir una carrera artística exitosa en un momento en que las mujeres artistas enfrentaban barreras significativas. Sus obras, como "Un día de verano", de 1879 y "Mujer en su baño" de 1880, reflejan la maestría en la captura de la luz y la vida cotidiana, elementos característicos del impresionismo.Otra figura destacada es Mary Cassatt, una artista estadounidense que se unió al círculo impresionista en París. Cassatt es conocida por sus conmovedores retratos de la vida familiar y la intimidad materna, como "Niñita en un sillón azul", 1878, y "Maternidad", de 1897. Su técnica magistral y su enfoque en temas íntimos la establecieron como una figura prominente en el movimiento.Además, otras mujeres como Eva Gonzalès, discípula de Manet, y Marie Bracquemond, reconocida por sus paisajes y naturalezas muertas, contribuyeron significativamente al desarrollo y la difusión del impresionismo.Estas mujeres desafiaron los prejuicios de su tiempo y su legado perdura como testimonio de su talento y determinación. A pesar de las dificultades, dejaron una marca indeleble en la historia del arte, enriqueciendo el movimiento impresionista con su visión única y su extraordinario talento artístico.No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Cada vez falta menos para la decimoctava edición del Cartagena Festival de Música, que se realizará entre el 5 y el 13 de enero de 2024 y tendrá como temática central la ‘Sinfonía de la Naturaleza’.Los 24 conciertos de esta edición explorarán la relación entre la música y la naturaleza, que produjo obras fundamentales de compositores como Antonio Vivaldi, Edvard Grieg, Ludwig van Beethoven, Claude Debussy y Jean Sibelius, entre otros.Como es su tradición, el Cartagena Festival de Música tendrá en esta edición una orquesta residente, que protagonizará los conciertos sinfónicos que se llevarán a cabo en el Teatro Adolfo Mejía. En esta ocasión, la agrupación seleccionada es el Ensamble Allegria de Noruega, que nació 2007 y está conformado por las primeras cuerdas de las orquestas más importantes de su país.El ensamble, que en Cartagena tendrá como director al también noruego Ingar Bergby, protagonizará seis conciertos en los que interpretará reconocidas piezas como Las cuatro estaciones de Vivaldi, la Sinfonía no. 6 ‘Pastoral’ de Beethoven y Peer Gynt de Grieg.El festival convocará de nuevo a destacados solistas internacionales y nacionales, que son expertos en el repertorio seleccionado. Uno de ellos es el pianista finlandés Olli Mustonen, quien también es compositor y director de orquesta.Mustonen es un amplio conocedor de la música de los compositores del norte de Europa, especialmente Grieg, de quien en Cartagena interpretará el famoso Concierto para piano y orquesta.El grupo de pianistas internacionales se complementa con el ruso-lituano Lukas Geniušas, medalla de plata de los concursos Chopin y Tchaikovsky; el ruso Georgy Tchaidze y el sueco Peter Jablonski, que en su país recibió el reconocimiento Årets Svensk i Världen antes que la célebre agrupación de pop ABBA.Los violinistas invitados serán la noruega Eldbjörg Hemsing, quien se ha presentado en eventos tan importantes como la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Paz en Oslo, y el ruso Nikita Boriso-Glebsky, que ha compartido escenario con prestigiosos directores como Valery Gergiev y Krzysztof Penderecki.En la ‘Sinfonía de la Naturaleza’ también participarán el Cuarteto de Cuerdas Nórdico, la mezzosoprano noruega Marianne Beate Kielland, nominada al premio Grammy en 2012, y los italianos Maurizio Leoni (barítono), Stefano Malferrari (piano), Antonello Farulli (viola), Guido Corti (corno) y Aurelio Zarelli (dirección).Además, como se ha vuelto costumbre en cada edición del Cartagena Festival de Música, el musicólogo y pianista italiano Giovanni Bietti protagonizará una serie de conversatorios-conciertos en los que introducirá los repertorios de cada jornada.Estos son los invitados nacionalesEn 2024, el Cartagena Festival de Música reunirá de nuevo a algunos de los más sobresalientes músicos colombianos, como el violonchelista bogotano Santiago Cañón-Valencia y la soprano Julieth Lozano, que ganó este año el premio del público en el concurso BBC Cardiff Singer of the World.A ellos se sumarán la Orquesta Filarmónica Juvenil de Bogotá, dirigida por Manuel López-Gómez, y la Orquesta Sinfónica de Cartagena, que bajo la batuta de Paola Ávila protagonizará el concierto de cierre.La nómina de artistas colombianos se complementará con el Bogotá Piano Cuarteto, el Cuarteto Q-Arte, la violinista Laura Hoyos y los pianistas Alejandro Roca y Andrés Roa.Escuche lo mejor de la música clásica por la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
El autor nacido en Barcelona dejó de lado los protocolos que reinan en esta feria para montarse en una mesa y conversar de tú a tú con los adolescentes que se acercaron al auditorio Juan Rulfo para escuchar su experiencia con los libros y la literatura.Serra i Fabra aconsejó al público asistente que el tiempo es un cheque en blanco que deben cuidar y “no perder en cosas aburridas”, sino que deben seguir su pasión y lo que les hace ilusionarse.Señaló que para dedicarse a las artes primero deben sentir amor por sí mismos para transmitir la pasión en una obra de arte o un texto.“No puedes transmitir amor si no lo sientes, ni transmitir pasión si no la sientes, un artista explota por dentro para que el que lo lea o vea sienta esa intensidad, tienes que ser capaz de comunicar el calor que llevas dentro”, explicó.El autor de ‘Campos de fresas’ dijo que la lectura lo ayudó a vivir su infancia en una casa con violencia y en una escuela con acoso escolar debido a su tartamudez; la escritura hizo que superara ese defecto del lenguaje porque se dio cuenta que ahí podía narrar a su ritmo y “vomitar” todas las ideas que se le ocurrían.“Leer me salvó la vida, pero escribir me dio un sentido, porque tengo ideas a reventar y porque me encanta hacerlo”, expresó.Aconsejó a los escritores nóveles a mantenerse atentos a todo lo que pasa a su alrededor como si fueran “antenas parabólicas con patas”, pues las historias llegan desde los detalles más mínimos de la vida cotidiana.A pregunta de un asistente, Serra i Fabra recordó su etapa en la música, un mundo que le ayudó a comenzar a escribir de manera profesional como crítico y luego como corresponsal de revistas.Reveló que la música lo acompaña todo el tiempo y que escucha diferentes géneros según el tipo de texto que está escribiendo, aunque confesó que no le gusta la música actual.“Hoy en día echo en falta la melodía en la música, hay patrones rítmicos básicos, gente rapeando con ritmo pero me falta la melodía, además no me gustan las letras de los reguetones contra las mujeres”, concluyó.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
"Estas obras constituyen títulos fundamentales para entender la literatura peruana en el contexto hispanoamericano y mundial del vanguardismo del siglo XX", afirmó la Biblioteca Nacional en un comunicado.Los ocho ejemplares son primeras ediciones, seis de ellas fueron publicadas en vida por el "poeta universal", como llaman en Perú a Vallejo, y dos son obras póstumas, publicadas a partir de manuscritos y borradores conservados por su viuda, Georgette Philippart.Las obras son 'Los heraldos negros' (Lima, 1918. Fondo Antiguo de la BNP); 'Trilce' (Lima, 1922. Fondo Antiguo de la BNP); 'Escalas' (Lima, 1923. Fondo Antiguo de la BNP), 'Fabla salvaje' (Lima, 1923. Colección Raúl Porras Barrenechea de la BNP), 'El Tungsteno' (Madrid, 1931. Colección Aurelio Miró Quesada de la BNP).También 'Rusia en 1931: reflexiones al pie del Kremlin' (Madrid, 1931. Colección Aurelio Miró Quesada de la BNP), 'Poemas Humanos: 1923-1938' (París, 1939. Fondo Intermedio de la BNP) y 'Rusia ante el segundo plan quinquenal' (Lima, 1965. Colección Ricardo Angulo Basombrio de la BNP).La BNP indicó que en términos materiales, estos ejemplares de Vallejo (1892-1938) "presentan singularidades que permiten conocer su historia y procedencia".El ingreso de los libros del peruano en dicho programa se decidió en el Comité Regional de América Latina y el Caribe del Programa Memoria del Mundo de la Unesco, realizada en Santiago de Chile, donde se analizaron 32 postulaciones presentadas por Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela.Además, la BNP añadió que el Tratado Preliminar de Paz, Amistad, Comercio y Navegación entre el Perú y el Japón, firmado en 1873 en la ciudad de Edo (actual Tokio), custodiado por el Ministerio de Relaciones Exteriores peruano, también ingresó a este archivo por ser el vínculo más antiguo que une América Latina y AsiaLa Unesco creó el Programa Memoria del Mundo en 1992 para promover la conservación y el acceso al patrimonio documental de la humanidad, ya que diversos factores como la falta de recursos, saqueos, guerras y el comercio ilegal hacen del patrimonio documental un material sensible de ser destruido o extraviado, por lo que radica la importancia de salvaguardarlo.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.