A pesar de que en su niñez aún no sabía bailar, Alicia Alonso recuerda que en sus primeros años de vida al escuchar música cerraba los ojos y movía su cuerpo, se dejaba llevar por los movimientos que la melodía le inspirara, improvisando los primeros pasos del arte que años después la convirtió en leyenda.Así recordaba sus inicios en el ballet y su amor por la música la célebre bailarina y coreógrafa cubana, quien murió el pasado jueves a la edad de 98 años dejando tras de sí un mito inigualable en la danza iberoamericana.“Desde muy pequeña yo oía la música y enseguida me ponía a bailar lo que yo pensaba, lo que yo sentía. Yo nunca había visto ballet, pero la música siempre me ha inspirado el movimiento, la danza en sí. Cogía cualquier cosa que encontrara, un chal o por lo general unas toallas, y me ponía a moverla como si fuera el pelo. Creo que imitaba un poquito a Isadora Duncan sin saberlo, porque nunca la había visto a ella ni sabía nada, pero era lo que yo necesitaba: bailar, moverme con el cuerpo, y eso era lo que me inspiraba la música”, contó Alonso en una breve entrevista rescatada del Archivo HJCK, concedida a Radio Francia Internacional en París, en 1998, donde tras 15 años de ausencia el Ballet Nacional de Cuba presentaba dos de sus mayores creaciones: El lago de los cisnes y Giselle.Alonso nació en La Habana, Cuba, en 1921 y desde muy joven comenzó a brillar en teatros del mundo entero con su interpretación de Giselle.La artista recordaba que jamás oyó música sin sentir el baile y que acostumbraba cerrar los ojos cuando asistía a un concierto para, inconscientemente, crear y coreografiar un ballet, “viendo toda la escena, los bailarines bailando, la entrada, la salida, lo empiezo a inventar en ese momento en la imaginación. Cuando se termina la sinfonía o lo que esté escuchando de música, el concierto en general, termino agotada porque lo he bailado todo”, dijo.Muchos la recuerdan bailando en Coppelia, El lago de los cisnes, Carmen, La viuda alegre y demás piezas clásicas que han hecho la fama de la compañía Ballet Nacional de Cuba, que ella misma fundó en 1948. Sus seguidores también evocan a la bailarina como una mujer de cuello de cisne, disciplinada y temperamental como pocas, que seducía al público con sus giros virtuosos, así como una coreógrafa exigente que hacía repetir incansablemente los movimientos en busca de la perfección.Por eso su partida la semana pasada, a raíz de una dolencia cardíaca, deja un vacío enorme. No solo se marcha la única latinoamericana en ostentar el título simbólico de ‘prima ballerina assoluta’ (otorgado a las bailarinas más excepcionales), sino también se va la gran dama cubana que se codeaba con reyes, poetas y políticos.Su despedida fue en el Gran Teatro de La Habana, el mismo recinto que llenó de gloria al ballet de Cuba y que este domingo recibió el cuerpo de Alonso, que en su último acto público estuvo arrullada por música clásica, antes de partir a la eternidad.En el vestíbulo del edificio de estilo neobarroco, al lado del Capitolio Nacional, se instaló la capilla ardiente de la leyenda cubana.Hubo lágrimas, pero también rosas y acordes de violines, como aquellos que acompañaron sus fuettés y relevés.Su féretro fue cubierto con una tela de encaje y rosas blancas, y lo ubicaron a los pies de una escalinata de mármol colmada de flores. Cuatro fotos gigantes de sus mejores épocas adornaban el lugar, a donde acudieron cientos de personas en agradecimiento por su inconmensurable legado a la cultura y el arte de la isla.