IBastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase "todo tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza. ¡Cuántas veces he quedado aplastado durante horas, en un rincón oscuro del taller, después de leer una noticia en la sección policial!. Pero la verdad es que no siempre lo más vergonzoso de la raza humana aparece allí; hasta cierto punto, los criminales son gente más limpia, más inofensiva; esta afirmación no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano: es una honesta y profunda convicción. ¿Un individuo es pernicioso?. Pues se lo liquida y se acabó. Eso es lo que yo llamo una buena acción. Piensen cuánto peor es para la sociedad que ese individuo siga destilando su veneno y que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su acción recurriendo a anónimos, maledicencia y otras bajezas semejantes. En lo que a mí se refiere, debo confesar que ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o siete tipos que conozco.Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva.No es de eso, sin embargo, de lo que quiero hablar ahora; ya diré más adelante, si hay ocasión, algo más sobre este asunto de la rata.IIComo decía, me llamo Juan Pablo Castel. Podrán preguntarse qué me mueve a escribir la historia de mi crimen (no sé si ya dije que voy a relatar mi crimen) y, sobre todo, a buscar un editor. Conozco bastante bien el alma humana para prever que pensarán en la vanidad. Piensen lo que quieran: me importa un bledo; hace rato que me importan un bledo la opinión y la justicia de los hombres. Supongan, pues, que publico esta historia por vanidad. Al fin de cuentas estoy hecho de carne, huesos, pelo y uñas como cualquier otro hombre y me parecería muy injusto que exigiesen de mí, precisamente de mí, cualidades especiales; uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es mezquino, sucio y pérfido. De la vanidad no digo nada: creo que nadie está desprovisto de este notable motor del Progreso Humano. Me hacen reír esos señores que salen con la modestia de Einstein o gente por el estilo; respuesta: es fácil ser modesto cuando se es célebre; quiero decir parecer modesto. Aun cuando se imagina que no existe en absoluto, se la descubre de pronto en su forma más sutil: la vanidad de la modestia. ¡Cuántas veces tropezamos con esa clase de individuos! Hasta un hombre, real o simbólico, como Cristo, pronunció palabras sugeridas por la vanidad o al menos por la soberbia. ¿Qué decir de León Bloy, que se defendía de la acusación de soberbia argumentando que se había pasado la vida sirviendo a individuos que no le llegaban a las rodillas?La vanidad se encuentra en los lugares más inesperados: al lado de la bondad, de la abnegación, de la generosidad. Cuando yo era chico y me desesperaba ante la idea de que mi madre debía morirse un día (con los años se llega a saber que la muerte no sólo es soportable sino hasta reconfortante), no imaginaba que mi madre pudiese tener defectos. Ahora que no existe, debo decir que fue tan buena como puede llegar a serlo un ser humano. Pero recuerdo, en sus últimos años, cuando yo era un hombre, cómo al comienzo me dolía descubrir debajo de sus mejores acciones un sutilísimo ingrediente de vanidad o de orgullo. Algo mucho más demostrativo me sucedió a mí mismo cuando la operaron de cáncer. Para llegar a tiempo tuve que viajar dos días enteros sin dormir. Cuando llegué al lado de su cama, su rostro de cadáver logró sonreírme levemente, con ternura, y murmuró unas palabras para compadecerme (¡ella se compadecía de mi cansancio!). Y yo sentí dentro de mí, oscuramente, el vanidoso orgullo de haber acudido tan pronto. Confieso este secreto para que vean hasta qué punto no me creo mejor que los demás.Sin embargo, no relato esta historia por vanidad. Quizá estaría dispuesto a aceptar que hay algo de orgullo o de soberbia. Pero ¿por qué esa manía de querer encontrar explicación a todos los actos de la vida?Cuando comencé este relato estaba firmemente decidido a no dar explicaciones de ninguna especie. Tenía ganas de contar la historia de mi crimen, y se acabó, al que no le gustara, que no la leyese. Aunque no lo creo, porque precisamente esa gente que siempre anda detrás de las explicaciones es la más curiosa y pienso que ninguno de ellos se perderá la oportunidad de leer la historia de un crimen hasta el final.Podría reservarme los motivos que me movieron a escribir estas páginas de confesión; pero como no tengo interés en pasar por excéntrico, diré la verdad, que de todos modos es bastante simple, pensé que podrían ser leídas por mucha gente, ya que ahora soy célebre; y aunque no me hago muchas ilusiones acerca de la humanidad en general y de los lectores de estas páginas en particular, me anima la débil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme. Aunque sea una sola persona. "¿Por qué —se podrá preguntar alguien— apenas una débil esperanza si el manuscrito ha de ser leído por tantas personas?" Éste es el género de preguntas que considero inútiles, y no obstante ha que preverlas, porque la gente hace constantemente preguntas inútiles, preguntas que el análisis más superficial revela innecesarias. Puedo hablar hasta el cansancio y a gritos delante de una asamblea de cien mil rusos, nadie me entendería. ¿Se dan cuenta de lo que quiero decir?Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
La felicidad no se define, «se experimenta». Para conocerla hay que haberla sentido y, una vez se ha sentido, las palabras se quedan cortas para explicarla. Pese a ello vamos a intentar acercarnos a ella desde diferentes ángulos.La primera idea que quiero trasladar es la siguiente: no hay guías rápidas ni atajos que aseguren la felicidad. Existe una gran crítica sobre los libros de autoayuda que prometen la felicidad con una receta rápida, pero lo cierto es que actualmente contamos con multitud de estudios y datos científicos que nos acercan con cierta precisión al nivel de bienestar físico y psicológico indispensables para ser feliz.Los psiquiatras estudiamos las enfermedades mentales, o mejor, estudiamos a las personas que sufren trastornos de la mente o del estado de ánimo. Nuestro gremio celebra muy a menudo congresos sobre asuntos de lo más variado: sobre el cerebro o regiones concretas del mismo, sobre marcadores neuronales y la fisiología que hay tras ellos, sobre las causas internas o externas que favorecen las enfermedades psiquiátricas o sobre cómo mejorar la fiabilidad de los diagnósticos y los últimos tratamientos experimentales. En general, tratamos los males de la mente desde todos los enfoques científicos posibles.Desde joven mi vocación ha sido curar y ayudar a las personas que sufren tristeza y angustia, y eso me ha llevado a investigar la felicidad, el placer, el amor, la compasión y la alegría, y a hacerme una serie de preguntas de difícil respuesta: ¿por qué hay gente que tiene tendencia a sufrir y quejarse cualquiera que sea su situación?, ¿existe la buena suerte o no es tan aleatoria como parece?, ¿qué importancia tiene la carga genética en la configuración de la mente y el carácter de las personas?, ¿qué factores me predisponen —o indisponen— a ser más feliz? La investigación sobre estos temas me ha conducido a recorrer caminos variopintos y lecturas de lo más sugestivas.Nuestra sociedad actual es comparativamente más rica que nunca. Jamás hemos tenido tanto como hasta ahora. Nuestras necesidades están cubiertas y podemos disponer casi de cualquier cosa; en la mayor parte de los casos a un solo clic de distancia. Como consecuencia, y aunque no es deseable y debemos huir de ello, estamos normalizando esa sobreabundancia.En ocasiones creemos que nos merecemos todo, algo a lo que contribuye el materialismo imperante que nos hace pensar que es bueno que tengamos acceso a todo lo que deseamos. Sin embargo, ninguna acumulación de cosas puede proporcionar por sí sola el acceso a la felicidad, a ese estado interior de plenitud.La felicidad consiste en tener una vida lograda, donde intentamos sacar el mejor partido a nuestros valores y a nuestras aptitudes. La felicidad es hacer una pequeña obra de arte con la vida, esforzándonos cada día por sacar nuestra mejor versión.Como vemos, el primer paso para intentar ser felices es conocer qué le pedimos a la vida. En un mundo que ha perdido el sentido, que anda desorientado, tendemos a sustituir «sentido» por «sensaciones». La sociedad sufre un gran vacío espiritual que se intenta suplir con una búsqueda frenética de sensaciones tales como satisfacciones corporales, sexo, comidas, alcohol, etc. Existe una necesidad insaciable de experimentar emociones y sensaciones nuevas cada vez más intensas. No hay nada malo per se en las relaciones sexuales, una gastronomía cuidada o el placer de un buen vino... Hablamos de cuando la búsqueda de esas sensaciones sustituye el verdadero sentido en la vida. En esos casos de desorientación, la acumulación de sensaciones produce una gratificación momentánea, mientras que el vacío en nuestro interior crece como un agujero negro apoderándose paulatinamente de nuestra vida, lo que conduce de manera inevitable a rupturas psicológicas o comportamientos destructivos.Solo entonces, cuando el daño está hecho, la persona afectada o alguien de su entorno toman conciencia de que remontar es superior a sus fuerzas y buscan ayuda externa. Aparece entonces la labor del psiquiatra o del psicólogo para ayudar a recomponer esa vida.El ser humano busca tener y relaciona felicidad con posesión. Nos pasamos la vida buscando tener estabilidad económica, social, profesional, afectiva... Tener seguridad, tener prestigio, tener cosas materiales, tener amigos... La felicidad verdadera no está en el tener, sino en el ser. Nuestra forma de ser es la base de la verdadera felicidad.Si acaparar bienes materiales no es la solución para ser feliz, ¿cuál es? En mi opinión, en este mundo tan cambiante y en plena evolución, la felicidad pasa necesariamente por volver a los valores. ¿Y qué son los valores? Aquello que nos ayuda a ser mejor persona y nos perfecciona. Es básico y se convierte en la guía en los momentos de caos y de incertidumbre.Cuando uno se pierde y no sabe hacia dónde dirigirse, el tener unos valores, unas directrices claras, ayuda a que el barco no se hunda. Ya lo decía Aristóteles en su Ética a Nicómaco: «seamos con nuestras vidas como arqueros que tienen un blanco». Hoy en día no existen blancos donde apuntar, se han extinguido los arqueros y las flechas vuelan caóticas en todas las direcciones.Para entender a qué mundo nos enfrentamos, me gusta este acrónimo introducido por la US Army War College: VUCA, que nos sitúa de forma sociológica en contexto.Volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad (VUCA por sus siglas en inglés: volatility, uncertainty, complexity y ambiguity). Esta noción fue descrita para describir cómo se encontraba el mundo tras el final de la Guerra Fría. Actualmente se usa en liderazgo estratégico, en análisis sociológicos y en educación para describir las condiciones socioculturales, psicológicas y políticas.La volatilidad se refiere a la rapidez de los cambios. Nada parece ser estable: los portales de noticias cambian cada pocos segundos para enganchar a los lectores, las tendencias como ropas o lugares de moda pueden modificarse en días, la economía y la bolsa fluctúan en cuestión de horas...La incertidumbre; pocas cosas son predecibles. Los acontecimientos se suceden y uno puede sentirse impactado ante el giro de la situación. A pesar de que existen algoritmos para intentar adelantar o prever el futuro, la realidad acaba superando a la ficción. La complejidad se explica porque nuestro mundo está interconectado y el nivel de precisión en todos los campos del saber humano es casi infinitesimal. Hasta los más mínimos detalles influyen en el resultado de la vida —el famoso efecto mariposa de la teoría del caos—. La ambigüedad —que yo conectaría con el relativismo— no deja paso a una claridad de ideas. Todo puede ser o no ser. No existen ideas claras sobre casi ningún aspecto.Siempre he pensado que la psiquiatría es una profesión maravillosa. Es la ciencia del alma. Ayudamos a las personas que se acercan a pedir ayuda a entender cómo funciona su mente, su procesamiento de la información, sus emociones y su comportamiento. Intentamos restaurar heridas del pasado o aprender a manejar situaciones difíciles o imposibles de controlar. Actualmente existen múltiples libros para aprender a enfocarse mejor en la vida y aprender a gestionar diferentes temas. Como todo, hay que saber filtrar y, principalmente, encontrar el tipo o estilo que más nos conviene. Los psiquiatras y psicólogos debemos adaptarnos a nuestros pacientes, entender sus silencios, sus momentos, sus miedos, sus preocupaciones, sin juzgar, con orden y sosiego, sabiendo transmitir serenidad y optimismo.Me fascina entender y saber cómo pensamos, las causas de nuestras reacciones y qué son las emociones y cómo se reflejan estas en la mente. Al final, la felicidad tiene mucho que ver con la manera en que yo me observo, analizo y juzgo, y con lo que yo esperaba de mí y de mi vida; es decir, en una frase, la felicidad se encuentra en el equilibrio entre mis aspiraciones personales, afectivas, profesionales y lo que he ido poco a poco logrando. Esto tiene un resultado: una autoestima adecuada, una valoración adecuada de uno mismo.*Todos los derechos son reservados para la autora y la editorial.No olvide conectarse de la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Estos son los 5 episodios más escuchados de la HJCK, en 2023
Antes de leerQuerido lector o lectora:Los eventos de estas pequeñas historias ocurren en la línea de tiempo de Crónicas de Libra, justo antes de lo ocurrido en la Batalla de Aión al final del primer libro de El Arca del Zodiaco. No contienen ningún spoiler de Crónicas de Aries, pero sí te recomiendo que leas primero Crónicas de Libra antes de sumergirte en estos cuentos.*El Espíritu del InviernoHay tradiciones que nacen del miedo. Otras que lo hacen del anhelo. Pero aquellas destinadas a perdurar en el tiempo son las que nacen del amor.La época de Navidad había llegado a Zodiacci. Azotados por el caos, el tercer año de la Guerra de las Constelaciones había enfriado el corazón de cada mago sobre la Tierra, ante la conquista de Cáncer que avanzaba infundiendo terror en cada territorio. Pero no ese día.Ese día, los mineros de Sagitario encendieron sus hornos en cada ciudad subterránea, decorados con cintas y listones que al entrar en contacto con el fuego estallaban en chispas que hacían sonreír a los niños.Los cultos habitantes de Virgo se dejaron seducir por las fiestas y por un día detuvieron sus debates académicos para colgar, a la salida de sus templos, guirnaldas y festones, banderines rojos y verdes, que solo por esa vez iban en contravía con su inmaculado color blanco.Las hadas de Acuario salieron a bailar hasta convertirse en seres de nieve que recogían en su ser la magia de una nueva estación.Y en Capricornio, una pareja de hermanos avanzaba a través de una tormenta de nieve con un único objetivo: hallar su hogar.Todo empezó tres días antes de Navidad, cuando Kyara irrumpió en la habitación de Ogre, gritando.—¡Nieve!Con una mirada fulminante, el cazador estuvo tentado a echarla de su habitación para retomar el libro que tenía entre las manos, pero al girar su cabeza hacia la ventana, sus ojos no dieron crédito de lo que veían. Se levantó con lentitud, aturdido.Estaba nevando.Todos los integrantes de la Orden de Atenea salieron al jardín para comprobarlo. Una nevisca de copos cristalinos caía sobre ellos y empezaba a cubrir con pinceladas suaves el suelo.—¿Sabes lo que esto significa? —espetó Kyara a su lado, con la mirada severa clavada en el cielo.—Es solo nieve —respondió él.—En Capricornio la nieve nunca es ‘solo nieve’. Es el Espíritu del Invierno.Cuenta la leyenda, que el génesis de la humanidad de Zodiacci se dio en Capricornio, cuando de las estrellas nacieron cuatro hermanos: Primavera, la sanadora floral; Verano, la enérgica bruja de la luz; Otoño, el melancólico mago de la tormenta; e Invierno, el frívolo conjurador del hielo. La relación entre los primeros tres siempre fue afectuosa y especial. Sin embargo, Invierno jamás se sintió acogido por sus hermanos; eran demasiado vigorosos, demasiado alegres y activos. Cansado de sus diferencias, migró al otro polo de la Tierra, donde fundó Cáncer en medio de tierras heladas e impenetrables (algunos historiadores creen que la persecución a Acuario y Capricornio por parte de Cáncer puede tener sus raíces en este relato). Sin embargo, antes de partir, Invierno maldijo las verdes montañas de Capricornio. No vería crecer a sus sobrinos, pero sí les daría un regalo. Una vez cada tantos años dejaría caer nieve a través de su espíritu. Si los descendientes de Primavera, Verano y Otoño eran capaces de cazarlo, les concedería un deseo y desharía el hielo. De lo contrario, congelaría hasta la última hoja de los árboles.—Es solo una historia infantil —concluyó Ogre y le dio la espalda para dirigirse de vuelta al castillo.Más tarde, esa noche, la nieve había cubierto un cuarto de la altura del portón principal. La tormenta era bestial y no parecía calmarse. De nuevo Kyara irrumpió en la habitación de su hermano, ganándose su mirada condenatoria.—¡Tiene que ser el Espíritu del Invierno! Coincide con el cuento. Es la primera vez que veo nevar en mi vida y por lo que dicen Spyro y Malvinne, esta cantidad de nieve no es normal. Es él, Ogre. Y si lo cazamos, tendremos un deseo.—Te repito, es solo un cuento infantil —gruñó él entre dientes y regresó los ojos a su lectura.—¿Y si no lo fuera? —Esta vez Ogre no pudo reprimir su resoplido exacerbado—. ¿Y si en realidad existe el Espíritu del Invierno? Ogre, la magia supera a diario todo lo que nos enseñaron de niños. El Arca del Zodiaco, los dragones, los titanes, todo lo que hemos aprendido. El Espíritu del Invierno sería solo un tonto hechizo comparado a eso. Podríamos…—Ya basta, Kyara —La interrumpió.—Solo te pido algo de esperanza —insistió ella.—La esperanza es peligrosa.—¡La esperanza es necesaria! —Su grito retumbó en los pasillos de roca tras el hondo silencio que le siguió—. Por favor —continuó, con las lágrimas asomándose en sus párpados—. Solo te pido que vengas conmigo. Si nada ocurre, volveremos adentro y haré como si nada hubiera pasado.El silencio los envolvió con la respuesta implícita de su hermano, haciendo audible el silbido del viento tormentoso. Resignada, Kyara se arrastró hasta la puerta. Pero justo antes de salir, dejó que sus palabras salieran con rabia.—Volver a casa, eso es lo que pediría. A nuestra tribu. A los brazos de mamá y la tía Driana. A los relatos del abuelo Veyro y la abuela Zinia. A aquellos días. Ese sería mi deseo.Cuando medio cuerpo de Kyara se encontraba ya en el pasillo, Ogre disparó:—Tres días. Si en tres días no conseguimos nada, daremos por terminado el episodio.No tuvo tiempo de reaccionar ante la velocidad con la que su hermana saltó y se colgó de sus hombros en un abrazo.Rozando el alba, los hermanos de Capricornio salieron en busca de una estrella, un deseo y una magia perdida.Por dos días y dos noches caminaron siguiendo cualquier pista. Ogre tuvo que admitir que aquella tormenta invernal no era normal. La nieve les llegaba casi hasta la cadera y era por poco imposible alzar una fogata en medio de las ventiscas despiadadas. El tercer día avanzó con velocidad angustiante. Kyara buscó por todos los medios una pista. Se concentró en cada uno de sus sentidos, a la espera de cualquier manifestación, pero todo en aquella tormenta parecía ordinario. Cuando el Sol empezó a esconderse, sabían que se enfrentaban a lo inevitable.Ogre se dispuso a recoger las cosas del campamento mientras Kyara, con desilusión, repasaba el suelo nevado con su dedo. Hasta que un poderoso ventarrón los empujó con tal fuerza que se llevó la tienda de campaña a su paso. Ogre endureció sus piernas y Kyara se aferró con ambas manos a la raíz del árbol junto a ellos.Al levantar la vista, lo vieron al fin.Un ser diminuto, de no más de setenta centímetros. De barba blanca y piel azul, con un extraño gorro rojo a juego con su túnica del mismo color. Su mirada era una mezcla entre macabra y juguetona. El sujeto hizo un movimiento con sus manos y desapareció. La tormenta no les dejaba ver nada, pero poco a poco se hizo perceptible un rumor por encima del resoplido del viento. Kyara trató de concentrarse, pero cuando se dio cuenta de la fuente del sonido, ya era demasiado tarde.Con un choque ensordecedor, la nieve desbocada se propasó por encima de la montaña y se abalanzó en dirección a ellos en un río titánico.Una avalancha.—¡Corre! —gritó Ogre, y ambos se tiraron a la pendiente.No importa que tan largas fueran sus zancadas, ni que tan rápido pretendieran correr, la nieve les rozaba los tobillos. Kyara trató de transformarse usando su posición del murciélago, pero el frío no le permitía sintetizar una sola runa. Si no hacían algo, quedarían ahogados en ese espeso mar blanco.Desesperado, Ogre hizo entonces lo único que tenía en sus manos. Reunió su magia en sus palmas y de un solo impulso empujó a Kyara con tal fuerza que la sacó del cauce de la avalancha, hasta un pedrusco que sobresalía por la pendiente.—¡No! —El grito de Kyara se vio ahogado por el empujón. Cayó sobre el monolito y se agarró con agilidad para no caer. Giró su mirada horrorizada y vio cómo la nieve se tragaba a Ogre a su paso—. ¡No!Debía mimetizar algo distinto. Tenía que conjurar algo nuevo. Algo apto para resistir esa temperatura. Clavó las manos en la espesura helada de la nieve y sintió. Sintió el silbido del viento revolcando las crestas de los árboles. Sintió la furia de la avalancha destrozando todo. Sintió la parálisis y el miedo de cientos de animales repartidos en el bosque, intimidados por el invierno. Sintió las hojas cristalizadas, los arroyos dormidos, las montañas taponadas. Y justo cuando creyó que no le quedaba nada por percibir, escuchó un aullido de valentía que avivó el latido de su corazón.Agudizó sus oídos y amplió su percepción hasta dar con la bestia. Los encontró, eran una manada. Pelaje gris con visos blancos. De patas robustas, oídos atentos y ojos ágiles. Denotó sus colmillos y condensó su esencia. En un solo segundo canalizó su instinto y su conducta. Inhaló con fuerza la fiereza invernal del bosque y manifestó las runas necesarias para lograrlo. Con el cuerpo tiritando, bramó las palabras que llegaron a su mente:—Posición del Lobo de la Tundra, cazadora de la nieveSu piel se tiñó de un leve tinte grisáceo cuando el círculo plateado se dibujó a sus pies; sus orejas se alargaron, al igual que sus ojos; de sus manos nacieron garras. Ya no sentía frío, pero más importante aún, podía moverse por entre la nieve como si se tratara de césped recién cortado. Se alzó en una zancada poderosa y atravesó la pared blanca que la avalancha había creado. La potencia de la naturaleza es tal vez de las cosas más irrefrenables, pero esta vez ella tenía una posibilidad.Aterrizó sobre el tronco de un árbol que era arrastrado por la nieve. Aspiró con fuerza. La posición del lobo de la tundra le brindaba una capacidad olfativa superior. Buscó el olor de su hermano hasta que lo encontró. Treinta grados al noroeste, quinientos metros más adelante. Con las plantas de sus pies hizo girar el tronco en esa dirección. Lo obligó a seguir sus órdenes, ante la fuerza mágica que despedía.Se ladeó todo lo que pudo y metió su brazo en la potente avalancha. Con todas sus fuerzas haló hasta sacar a Ogre. El escudero salió de la masa helada con los pulmones ardiendo, desesperados por algo de oxígeno. Con un nuevo movimiento sagaz, Kyara empleó el tronco para sacarlos de ahí. Rodaron por el lateral que no había sido invadido por la avalancha y aterrizaron en una pradera congelada.Yacieron jadeando por varios minutos. Se limpiaron toda la nieve y cuando por fin Ogre se sintió recompuesto, giró hacia ella.—De alguna forma, siempre me salvas la vida.—Supongo que eso te ganas por tenerme de hermana.Se miraron entre risas y todo terminó en un abrazo. Kyara recostó su cabeza en el hombro de su hermano, con los ojos cerrados. Extrañaba esto. Sus aventuras, sus cacerías juntos. Estos momentos tan especiales que la hacían sentir como que nada había cambiado. Era a lo que se refería el otro día: aquellos días en los que la vida parecía más sencilla. En medio de la nieve sintió el calor acogedor de su abrazo, pero pronto se dio cuenta de que no era solo eso.—Kyara… —musitó Ogre, casi sin aliento.Al abrir los ojos, un resplandor azulado la cegó. Duró un par de segundos en asimilar la luz, y cuando lo hizo encontró a una criatura que los miraba conmovida. Su expresión ya no era la de un pequeño diablillo travieso hecho de maldad, sino que gimoteaba y limpiaba sus lágrimas con congoja.—¿Ustedes… hermanos? —preguntó el Espíritu del Invierno.La joven cazadora asintió.—Pero ustedes… quererse. ¿Los hermanos… quererse?Esta vez fue ella quien se conmovió. Se puso de pie y caminó hacia él. Al principio, el Espíritu del Invierno se echó para atrás de manera instintiva, pero ella se acercó con pasos lentos, demostrándole que era inofensiva. Cuando lo tuvo enfrente, lo tomó de las manos.—Sí, los hermanos están para quererse. Y tal vez sea momento de que tú te reconcilies con los tuyos.Una lágrima rodó por la mejilla de la criatura. Pero al final le concedió una sonrisa.—Deseo… tú pide.Kyara giró la cabeza en dirección a Ogre. Su sentir era distinto ahora. Sabía lo que debía pedir, y estaba segura de cuál sería el resultado.—Llévanos de vuelta a nuestro hogar, por favor.El Espíritu del Invierno agitó sus manos y un remolino de copos de nieve los envolvió. Giraron con una suavidad impecable, como si fueran abrazados por un grupo de nubes, y en cuestión de un parpadeo, aterrizaron.Al abrir los ojos, Ogre se dio cuenta de que estaban frente al castillo de la Orden de Atenea.—Kyara —dijo él con aprensión. Miró a todas partes, esperando encontrar algo diferente, y entonces regresó la mirada hacia ella con tristeza—. Lo siento, no funcionó.La cazadora de Capricornio, en cambio, lucía una amplia sonrisa.Evergreen salió por la puerta de la cocina y corrió hacia ellos. Los envolvió en un cálido abrazo y acercó sus cabezas a su pecho.—Me tenían preocupada. Salir a cazar en medio de semejante tormenta fue una locura ¿¡qué estaban pensando!? Vengan, vengan, ya todo está listo. Dejó de nevar hace algunos minutos.Kyara miró a Ogre de nuevo, quien no parecía entender por qué ella sonreía sin parar.Al cruzar el portón, se toparon con una escena preciosa. El castillo de la Orden de Atenea estaba decorado con piedras luminosas. Apolo y Charm habían puesto un pino en el centro del salón, decorado con rubíes ovalados, zafiros largos y un poco de nieve artificial conjurada por Spyro. Lazzio cargaba en sus manos una humeante sopa que dispuso junto al pavo servido por Brimaire. Mr. Máximin calibraba una vieja radio en la que sonaba la voz encajonada de un cantante de época, con villancicos propios de la región de Acuario.—Sí funcionó, hermano. Este es nuestro hogar. Estoy en casa. La señora Evergreen y la Orden de Atenea se convirtieron en eso. No necesito más.Cuenta la leyenda que, desde entonces, el Espíritu del Invierno llevará a los aventureros a casa. Al lugar donde sus corazones sueñan y aguardan. A los brazos en los que estarán seguros hasta la eternidad.Y mientras estuvieran juntos, los hermanos de Capricornio jamás tendrían por qué volver a sentirse solos.Navidad Pirata El viento helado de la tormenta zarandeaba las ventanas del Fortuna. Hacía unos veinte minutos que el silbido de la ventisca se había filtrado al interior de su barco, robándole el sueño. Con un gruñido, Charm se levantó de la cama por fin. Al poner los pies descalzos sobre la madera, su cuerpo entero se contrajo, balbuceó un par de cosas, furibunda; se calzó sus botas y se envolvió en una segunda capa de cobijas. Al salir al pasillo, la corriente de viento que la encontró le crispó la piel. Tal como imaginaba, alguna ventana debía de haberse quedado abierta.—Maldito invierno —dijo mientras avanzaba con pasos tiesos—. Me prometieron que en Capricornio no haría tanto frío al ser una nación tropical.Revisó una habitación tras otra sin suerte. Primero la bodega, luego el salón, la trampilla superior, y seguido de esta, la habitación de tripulantes. Sus sentidos estaban ralentizados debido a las bajas temperaturas. Llegó hasta la última puerta y la encontró entreabierta. Su corazón por fin pareció despertar en medio de la modorra invernal.—¡No! —Liberándose de las cobijas, abrió la puerta de un manotazo—. ¡No, no, no puede ser! ¡Maldita nieve!En efecto, una ventana se había quedado abierta. La nevisca se colaba revolcando archivos, documentos, mapas y fotografías por doquier, con pilas de nieve que empezaban a acumularse.Era la habitación de su madre: Altagracia Linborealis.Charm corrió hasta la ventana y batalló para cerrarla. Las bisagras se habían cristalizado. La empujó con todo su cuerpo hasta que al final logró desatascar el mecanismo y cerrarla. Jadeando, levantó la mirada y contempló el desastre. Todo se encontraba fuera de lugar.Aunque lo único que quisiera ese día era meterse bajo sus cobijas y esperar a que el frío mermara, no podía permitirse hacer la vista gorda frente a la habitación de su madre. Desde que desapareció, se prometió que mantendría el barco pulido y lustrado, los pisos relucientes y su cama tendida, a la espera del momento en que la encontrara.Por más que hoy fuera ese día, justamente, eso no iba a cambiar: Elevó su mirada, guiada por el tic-tac del reloj de madera en el escritorio y comprobó la fecha que se marcaba justo debajo de la hora. Era Navidad.En Puerto Líbella, la tradición se alejaba de ser simple y tranquila. El puerto adquiría un olor especial durante diciembre. Las panaderías se aromatizaban con el aroma de la natilla, un exquisito postre cremoso de leche y canela. Las calles se llenaban de luces que iluminaban con calidez la Plaza Central, la bahía y todos los corredores hasta altas horas de la noche. La gente cantaba y llegado el día se preparaba una inmensa cena auspiciada por los gremios de magos, que se acompañaba con fuegos pirotécnicos y espectáculos.Pero nada de eso se comparaba con la Navidad Pirata.Cada barco habilitado se enlistaba en una competencia única al mejor estilo de búsqueda del tesoro. Por semanas enteras, los tripulantes de diferentes gremios piratas investigaban y planeaban sus estrategias. Y el día de Navidad, a primera hora, cada navío zarpaba en búsqueda de tres elementos claves: el pino más alto y robusto que pudieran cargar; las decoraciones más llamativas y la estrella más brillante con la que iluminar la copa. Charm amaba esa celebración. De niña, recordaba el frenesí a bordo de este mismo barco, el Fortuna, corriendo y gritando para apoyar a la tripulación de su madre. Y varias veces, fue esa misma tripulación la que se alzó con los trofeos que hoy yacían en esa habitación.Este sería el primer año que no participara de la Navidad Pirata. Porque Puerto Líbella ya no existía. No estaba su madre, su tripulación estaba incompleta y su gremio había desaparecido. Eran ella y su barco. Y tal como decía el viejo refrán: «Una pirata sin puerto y sin tripulación es lo mismo que un naufragio». Y sí, así era como se sentía: perdida en medio de un inmenso mar. Una vez terminó de limpiar, se dirigió a la cocina por un poco de chocolate caliente. Se serviría un jarrón entero y procedería a dormir el resto del día.A punto de internarse en su habitación, un golpeteo estridente en la trampilla superior la sobresaltó. Esperó un par de segundos hasta que el ruido se repitió con más fuerza. Se arrastró hasta la trampilla y desbloqueó el mecanismo. Cinco rostros se asomaron en medio de la tormenta de nieve.Eran Apolo, el señor Garpho, Evergreen, Brimaire y Spyro.—Seremos tu tripulación —dijo Brimaire, enérgica, casi sin poder contener su emoción y se lanzó por la escalera hasta abrazarla.—De… ¿de qué hablan? —preguntó Charm confundida.—La Navidad Pirata, Capitana —contestó Garpho, emocionado—. ¿Pensó que se me había olvidado? Llevo cuarenta y cuatro sin celebrarla, ¡no me la podía perder esta vez ya que por fin me liberé del Laberinto de Chronos!—Pero…—Siempre vi la Navidad Pirata desde los cielos, también es hora de que me sume —agregó Apolo en tanto ingresaba al interior del barco.—Pero, ¿y la tormenta? Será imposible levar velas con estos vientos.Evergreen exhibió un gesto confiado.—Estamos en manos de la mejor marinera de Gémini, después de la gran Altagracia Linborealis; estoy segura de que un poco de nieve no será inconveniente para ti. Además, Spyro está más que capacitado para desviar una tormenta como esta.El Elementia se llevó la mano a la nuca y arrugó el rostro con un gesto desconfiado.—Bueno, así como que capacitado, muy capacitado, yo diría que no ta…—¡No hay tiempo que perder! —interrumpió Brimaire entusiasmada, y lo atrajo adentro, cerrando la trampilla para que no se colara la nieve.—¿Por dónde empezamos? —preguntó Apolo.—Recuerden lo que les expliqué: pino, decoraciones y estrella. Con eso estará lista la búsqueda del tesoro —explicó el señor Garpho.—Podría hacer crecer el mejor pino de todos, pero supongo que eso no está permitido dentro de las reglas de la Navidad Pirata, ¿no es así? —constató Brimaire.Charm, aún envuelta en sus cobijas, los miraba aturdida. Lucían entusiasmados. Planeaban y trazaban líneas en un plano exhibido por Garpho, y compartían sus estrategias.—En verdad… ¿en verdad vamos a hacer esto? No quiero sonar grosera o malagradecida, pero esta tradición no es importante para ninguno de ustedes, más que para el señor Garpho y para mí… —Hizo una pausa, buscando aclarar sus ideas—. ¿Por qué lo harían?—Porque tú eres importante para nosotros, Charm —indicó Brimaire y la tomó de las manos con afecto. La marinera abrió los ojos con sorpresa ante su respuesta—. Y si es importante para ti, entonces lo es para nosotros. ¡Así que celebraremos esta Navidad Pirata!En ese momento, un sentimiento nuevo vibró en su pecho. ¡Es cierto! Ella era una sobreviviente de Puerto Líbella. Tenía su barco, una nueva tripulación, y mientras estuviera viva, la tradición no moriría ante ella.—¡Celebremos esta Navidad Pirata entonces! —exclamó y tiró lejos las cobijas.Todos salieron a la borda junto a Charm. La Capitana del Fortuna se acercó al timón y posó sus manos sobre él. Inspiró segura y afianzó sus dedos con fuerza a él. La temperatura era gélida, pero ya no sentía tanto frío. Tenía que encender el barco, irrigar sus alas con fuego y activar el campo de protección para que les fuera medianamente posible navegar en medio de la nevada. Debía legarle su poder a la nave.—Vamos, viejo amigo, podemos con un dragón, podremos con algo de nieve.Las runas vinotinto de su magia abandonaron sus manos y se extendieron hacia la madera como tatuajes recién grabados. Al unísono, Charm activó cada una. Las marcas brillaron como brasas encendidas. El Fortuna se estremeció y removió la nieve que lo cubría. El calor de la magia de la marinera se extendió a través de cada tablón en el barco y, cuando ya estuvo lista, Charm comandó su orden:—¡Arriba!Las poderosas alas de pluma blanca se batieron y de un solo impulso pusieron al Fortuna en los cielos. Con el mismo ímpetu, Charm conjuró el campo protector que frenó la nieve ante ellos. Volar siempre aliviaba su espíritu.—Capitana, ante la ausencia de Ogre el día de hoy, yo seré su Maestro de Mapas. ¿Qué ruta seguiremos hoy?—Lo que necesitamos en un pino, ¿no? —preguntó Brimaire. Charm asintió.La mayor de los Elementia sacó la mano por fuera del barandal y acarició el aire. Cerró los ojos y se concentró en sentir por encima de la furia del viento. De sus dedos se conjuraron decenas de hojas verdes que fueron dispersadas por la tormenta. Cada segundo eran más y más hojas, hasta que fueron suficientes como para cubrir la cúpula que entornaba el campo protector del Fortuna. Finalmente, el cúmulo de hojas se concentró hacia la derecha en forma de línea. Aún con los ojos cerrados, Brimaire bramó con seguridad:—¡37 grados a estribor! Puedo verlo, encima de una montaña a unos 750 metros de altura. Llegaremos en tres minutos en esa dirección —Al abrir los ojos, comprobó que todos la miraban sorprendida—. ¿Qué? Siempre supe que tenía madera para dirigir un barco.No hizo falta otra indicación de Brimaire. Al cruzar un campo de nubes, encontraron un alto pino de al menos seis metros de altura erguido en la cima de la montaña.Sin chistar, Spyro y Apolo descendieron a cortar el tronco, pero Brimaire los detuvo.—¡Esperen! Así no es como se hace —La Elementia descendió del barco y se ubicó frente al pino. Con una mano acarició el tronco. De su piel se expelió un delicado brillo verde que se internó en las fibras del árbol—. ¿Me acompañarías por un par de días? Prometo cuidarte y traerte de vuelta al final.Para sorpresa de todos, el pino vibró a su respuesta. Un temblor impresionante revolcó la montaña. Las raíces del árbol se desenroscaron del suelo y abandonaron la tierra como serpientes ágiles. Con un gesto, Brimaire les indicó que estaba listo. Cargaron el pino a la parte inferior del barco y retomaron su camino.—Sigue la decoración, ¿alguna idea?Esta vez fue Evergreen quien tomó la iniciativa.—¿Conoces la Cueva de Midas?Charm dudó por un momento, pero recordó una vieja expedición en sus primeros años con Fortune Chaser. Sabía cómo llegar ahí.—¿La cueva dorada de la frontera entre Capricornio y Acuario? —Evergreen asintió—. Puedo llevarnos hasta allá, pero solo un Maestro Minero de la mejor casta de Sagitario sería capaz de extraer algo de ahí.Una mirada pícara se formó en el rostro de Evergreen.—En mis años mozos salí con un minero de Sagitario. Creo que aún recuerdo algunos de sus secretos.La exclamación del grupo fue suficiente para convencer a Charm de impulsar el barco a toda potencia. Las alas del Fortuna se batían con fogonazos que descongelaban la nieve a su paso. Le tomó solo media hora llevarlos hasta la frontera y alcanzar la cueva. Por fortuna, era lo suficientemente amplia para que el barco, con todo y pino, cruzara sin problema. Se trataba de un lugar asombroso en donde, por rocas, todo estaba hecho de oro.Evergreen se posó frente a ellos y tomó el Espejo de Minerva entre sus manos.—No prometo darles diamantes, pero algo tendrá que salir. ¡Cadenas!De la superficie de su espejo, diez finas cadenas de oro fueron convocadas con la potencia de una bala. Cada una se disparó hacia la pared de oro y horadó la superficie, golpe a golpe. Los tripulantes tuvieron que apartar la vista ante el brillo que se liberó. Cuando el estropicio hubo terminado, giraron sus rostros para contemplar el botín.Ante ellos, las cadenas habían extraído rubíes, zafiros y algunas perlas doradas que brillaban con viveza.—Evergreen esto es…—Belleza hechiza —constató ella—. No durarán más de una semana. Es lo que pasa cuando alguien externo al Gremio de los Mineros se atreve a extraer una joya preciosa de este lugar. En una semana, cada una se habrá convertido en carbón, me lo enseñó Frúgal, el hombre que les mencioné —concluyó con un suspiro reminiscente—. Pero será suficiente para que ganemos la competencia de la Navidad Pirata, ¿no es así?Charm sostuvo su mirada intrépida y sonrió. Con una emoción creciente, abandonaron la cueva y se situaron en lo alto de las nubes de nuevo.—Bien, nos falta solo la estrella, ¿alguna idea de un objeto lo suficiente brillante para eso?—¿Y qué tal una estrella de verdad? —sugirió Apolo.Charm lo miró escéptica. El mago se acercó a ella, dubitativo, y le extendió su mano.—¿Me permite, Capitana?La joven lo observó con duda, pero tomó la mano que le ofrecía. En seguida, el cuerpo del Cometa Solitario se llenó de luz, y con apenas un impulso los catapultó hacia los cielos como una bengala. Charm gritó y se aferró al cuerpo del mago a riesgo de caer al vacío ante la velocidad con la que ascendían. De la misma manera imprevista en la que se propulsó, Apolo frenó de repente.—¡¿Cómo se te ocurre hacer algo así?! —reprochó Charm, con los ojos cerrados contra el hombro del mago.—Capitana…—¡¿Estás loco?! No porque seas una estrella quiere decir que…—Capitana, abra los ojos.Charm se quedó en silencio. Con los párpados temblorosos, abrió los ojos poco a poco. No pudo creer el lugar en el que se encontraban. Flotando en una fina capa casi transparente, habían sobrepasado la estratosfera y acariciaban el espacio. Decenas de filamentos luminosos orbitaban a su alrededor en medio de la insondable oscuridad del universo. No lo podía creer.Algunas estrellas menores se paseaban, suspendidas, por ahí, trozos de cometas en su mayoría, pero todas brillantes con singularidad.—Escoja una —le dijo Apolo.Charm las observó perpleja. Sentía la energía mágica brillar en su estado más puro. Su mirada fue cautivada por una preciosa piedra que ofrecía destellos plateados y marfiles.—Esa —señaló Charm. Apolo los desplazó con ligereza hasta ahí y Charm envolvió la estrella en sus manos. La luz la abrazó y llenó de fuerza su cuerpo. Jamás había tocado una estrella de esa manera. No tenía palabras para agradecerle al mago—. Apolo esto es…—Lo que usted merece, Capitana.Los ojos de ambos se encontraron. El mago la miraba de una manera peculiar; podría incluso asegurar que con un brillo superior al de la estrella que sostenía en manos. No pudo evitar sonreír como respuesta.Sin decir una palabra más, Apolo la remolcó de regreso al barco, en un viaje lento en el que ella se dedicó a apreciar la belleza del cielo y a sentir, por primera vez, un cosquilleó que se extendía en su espalda, justo en el lugar en donde el mago posaba sus dedos con firmeza para sostenerla.Al volver al castillo de la Orden de Atenea la tormenta de nieve había cesado. Pusieron todo en su lugar. El pino fue situado en toda la entrada. Las gemas preciosas colgaron de cada una de las ramas y la estrella bajada por Apolo fue erguida en lo más alto. El árbol de Navidad parecía una obra de arte que los mantuvo a todos por varios minutos embelesados.Mr. Máximin apareció de repente y se aclaró la garganta.—¡Ejem! Esta noche se me ha otorgado la importantísima tarea de ser el jurado de la Navidad Pirata. Obviando el hecho de que no tenemos otro competidor en esta competencia, declaro como ganadora la señorita Wounded Charm y su tripulación por su excelente trabajo en esta búsqueda del tesoro.De su bata blanca, el Arcancri reveló un precioso trofeo de oro en forma de árbol de Navidad, idéntico a los obtenidos por su madre. Charm no podía creerlo.—Pero… ¿cómo? —No tardó en darse cuenta que el material pertenecía al botín extraído en la Cueva de Midas—. Evergreen, ¿tú lo hiciste?La líder de la Orden de Atenea le brindó una sonrisa maternal.—Aunque se convierta en carbón en una semana, espero que su recuerdo perdure. Feliz Navidad, mi querida Charm. Y con el coro enérgico propio de una tripulación, el resto de los integrantes de la Orden de Atenea completaron:—¡Feliz Navidad!Un secreto de hieloCinco días antes de Navidad, Arietis comenzó a sentirse enferma. De repente sus hechizos de fuego carecían de impulso. Sentía frío en todo momento sin importar cuántas capas de cobijas o abrigos se pusiera encima. Su temperatura corporal bajó muy por debajo de lo que una demonio de fuego debía estar para mantenerse con vida. La búsqueda de las Manecillas del Tiempo Absoluto había sido extenuante, pero esto parecía algo más que simple agotamiento. Renegó hasta que no tuvo más remedio que dejarse examinar por Brimaire.—Tu corazón se está congelando —concluyó su hermana cuando terminó el escaneo de su cuerpo, con un gesto aterrorizado y las manos temblorosas.Al principio, Arietis pensó que se trataba de un chiste –solían decirle que era tan fría con sus pretendientes que su corazón debía estar hecho de hielo–, pero al corroborar que la mirada espantada de su hermana no cambiaba, supo que hablaba en serio.—¿A qué te refieres? —preguntó con seriedad.—Tienes el corazón lleno de esquirlas de hielo, y más de la mitad se ha congelado. Late lento, y la temperatura que ha empezado a reinar al interior de tu cuerpo apaga las llamas y no te permite conjurar ningún hechizo. Tenemos que consultar a Mr. Máximin enseguida.Sin derecho a protestar, la joven Elementia fue arrastrada al interior de la gran biblioteca de la Orden en donde el sabio Arcancri las atendió con premura. Escuchó todo el diagnóstico de Brimaire, cuyas palabras ya rayaban el llanto, y se limitó a hacer solo dos preguntas junto a una que otra prueba para corroborar lo dicho por la mayor de los Elementia. Al final, se decidió a hablar, acomodando sus inmensos anteojos.—En efecto, se trata de un Síndrome del Corazón Congelado —Antes de que Brimaire se echara a llorar, el Arcancri continuó con su explicación—. El SCC, como lo llamaremos de ahora en adelante, es una afectación que viven los magos de fuego cuando se ven obligados a reprimir aquello que por lo general les da el combustible para encender su magia: sus sentimientos. Debes estar cohibiéndote, y de qué manera, de expresar o sentir algo, Arietis. Y sea lo que sea: no acabará bien.—Tienes que decirle la verdad —La confrontó Malvinne una vez que salió disparada de la biblioteca con la intención de evitar el interrogatorio de su hermana y Mr. Máximin. Por supuesto, Malvinne, en forma de sombra, había escuchado toda la conversación.—No es lo que te imaginas —dijo, y trató de zafarse apresurando el paso.—Es el único motivo por el que puede estar pasando esto, Arietis —espetó la demonio. Sus ojos filudos se cruzaron con los de ella—. Odio ser quien te lo diga, pero tienes que confesárselo. Ustedes los humanos y sus emociones tienen formas extrañas de actuar… pero si algo he aprendido en este cuerpo, es que aquello que no se dice se pudre, y empieza a corromper todo por dentro.Los secretos pesan como el hielo. Y el que ella guardaba en su pecho comenzaba a punzarle la piel, con esquirlas heladas que no la dejaban respirar. Pronto empezó a sentirlas. Finas púas que la incomodaban al caminar, o que amenazaban con cercenarla cuando se recostaba. No era capaz de dormir ni tampoco de probar alimento, porque todo lo que comía se quedaba congelado. Pero la peor sensación era cuando lo veía a él en la Orden de Atenea: si se encontraba a Lazzio caminando por ahí, su corazón se agitaba y las esquirlas de hielo astilladas en su corazón chuzaban todos sus órganos tras cada latido.El hielo crecía día tras día, hasta que al fin se hizo insoportable. Decidió entonces que le escribiría una carta. Pero al poner sus palabras sobre el papel, estas ardieron involuntariamente como si estuvieran escritas con gasolina en lugar de tinta. Pensó entonces que le hornearía unas galletas y con eso le revelaría sus sentimientos –porque, ¿las personas enamoradas hornean galletas para conquistar a los otros, no es así?–. Sin embargo, su fugaz paso por el camino de la pastelería terminó con la cocina incendiada y en su hermano Spyro conjurando nubes de lluvia para apagar el fuego. Rendida y desesperada, se decantó por la única posibilidad restante: tendría que decirlo, con palabras.Practicó frente al espejo. Al principio, no era capaz de mirarse por más de cinco segundos en su reflejo con esas ideas en la mente. Al día siguiente, trató de balbucear, tímidamente, aquello que tanto le costaba, pero no tuvo éxito. Las palabras se quedaban congeladas en su garganta. En ese momento empezó a sentir que el hielo ya no solo habitaba su corazón, sino que reptaba por su pecho hasta entumecerle la garganta. Tenía que hacer algo.El día de Navidad llegó finalmente, sin solución. Arietis sentía que no le alcanzaba el aire para respirar. Se abstuvo de hacer parte de la celebración y se mantuvo tan lejos de Lazzio como le fue posible. Cuando el reloj marcó las doce, se escabulló a la cocina por un poco de chocolate, derrotada y decidida a confinarse de nuevo en su alcoba.Al atravesar el portón a toda velocidad, no se fijó quién yacía junto al mesón, guardando las sobras de la cena. Chocó contra él con fuerza y por poco cae al suelo de no ser por la mano firme que la sostuvo.Era él.—Arietis… hola —dijo Lazzio, nervioso como no era habitual en él. Con un tirón la puso en pie a su lado. Su mirada la rehuía con cierta timidez. La joven Elementia se quedó pasmada ante sus ojos. Frente al silencio, el mago paso saliva con pesadez y se decidió a hablar—. Pensé… ya sabes, estos días… que me estabas evitando.Al decirlo, su rostro se volcó por completo hacia ella, con una sonrisa de medio lado. Los ojos de Arietis se abrieron enormes. Eso era todo menos lo que quería que él sintiera. Intentó separar los labios, pero el frío había subido a su boca y le era imposible decir nada. El mago la observó, inquieto, hasta que comprobó que ella no respondería. Con una sonrisa triste, se alejó de su lado.—Bien, te dejaré sola. Disculpa si te molesté.—Lazzio yo… —El mago se detuvo y giró su cabeza en el acto hacia ella. Sus miradas se encontraron, expectantes. El silencio era suyo, tan fuerte, que permitía oír el latido de sus corazones que galopaban a ritmo. Lazzio se giró por completo y se le quedó viendo. Arietis lo examinó con minucia. Examinó su rostro, sus ojos marrones, sus labios. La marca de Leo que llevaba grabada en la nuca, su cabello. Cada parte de él estaba grabada en su memoria a través de un recuerdo distinto en el que ella se sintió amada. No pensó más y se dejó llevar. Estiró una mano y cerró los dedos con los suyos. El mago tembló a su tacto. Arietis era una maga de fuego, pero estaba helada en ese momento. Por instinto, se atrevió a acariciar el pliegue de sus manos—¿Sí, Arietis? —Sus ojos se llenaron de ilusión. Un magnetismo potente los empujaba a tenerse cerca y abrazarse, a encontrar de vuelta algo perdido.—Yo… —De repente lo tenía de frente. Podía saborear su olor, aquel en el que durmió, recostada en su pecho, noches enteras—. Yo… —El mundo y las estrellas parecían hechas solo para ellos—. Yo… —Y parte del hielo en su corazón por fin se quebró—: Es que quiero decirte que yo… yo soy… —¡Carajo, cuanto le costaba hablar, decirle la verdad! Por más que lo intentara, por más que lo quisiera, sus palabras seguían congeladas en su garganta—. Lazzio, yo soy…En un movimiento intempestivo, Lazzio Silverlust la haló de la muñeca y la pegó a su pecho. Con ambos manos abrazó su cuerpo. El fuego de Arietis resurgió. El hombre acercó su boca a su oído y susurró:—Si no estás lista para decirme lo que sea que estás guardando, no tienes que hacerlo. No me importa quién seas tú, porque sea como sea, lo que sé de ti me es suficiente para mantener vivo cada sentimiento que ya te he declarado. Sé que piensas que lo que siento por ti es liviano, pero hay algo que me ata a ti como a nadie en este mundo, Arietis. Bien sea como tu amigo, como tu compañero de batalla, o como lo que me permitas ser, mi corazón es tuyo y estaré a lado.Del techo de piedra de la cocina, una pequeña ramilla tomó forma en el hechizo favorito de todo mago en Navidad: un muérdago. Los ojos de ambos saltaron del muérdago al otro.Entonces, los labios de Lazzio presionaron su mejilla.Un tierno beso en la mejilla.Un beso que le produjo el deshielo a su dolor inconfesado.Solo un beso, que la curó.—Feliz Navidad, Arietis.La joven Elementia se aferró a él con todas sus fuerzas para estar viva. Lloró sobre su hombro mientras él la consolaba, sin afanarse en preguntarle por qué. Había descongelado su corazón lágrima a lágrima. Y cuando ya no le quedaba hielo, sino solo fuego, por fin se atrevió a decir:—Te quiero, Lazzio Silverlust. Por favor, no te apartes nunca de mi lado.El mago sonrió, con los labios aprisionados contra el cabello de ella.—Si es lo que deseas, no me iré de tu lado nunca, jamás. Ni en esta vida, ni en otras más.—Feliz Navidad, Lazzio.Nota del autor:Espero hayas disfrutado estas pequeñas historias que alimentan el universo de Zodiacci. Ojalá te permitas abrazar tu hogar de la forma en la que lo hizo Kyara, así ese hogar se encuentre en familiares o amigos. Tal como descubrió Charm, no importa qué pase en tu vida, siempre habrá motivos para sonreír. Y procura no llenar tu corazón de sentimientos sin confesar; porque aquello que no se dice se congela en nuestro pecho y puede marchitar hasta el alma más pura. No te guardes nunca una palabra de amor, te lo pide Arietis.Por último, recuerda que basta con encender una sola llama de esperanza en medio de cualquier guerra para crear un momento de paz. Sé esa llama que necesita el mundo, que necesitas tú. Creo que las personas tenemos magia; creo en ti, en la fuerza de tu corazón. Así que no dejes de soñar y pedir con fuerza tus deseos hacia las estrellas.Feliz Navidad.No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Las características de la inteligencia que suelen calificarse de analíticas son en sí mismas poco susceptibles de análisis. Sólo las apreciamos a través de sus resultados. Entre otras cosas sabemos que, para aquel que las posee en alto grado, son fuente del más vivo goce. Así como el hombre robusto se complace en su destreza física y se deleita con aquellos ejercicios que reclaman la acción de sus músculos, así el analista halla su placer en esa actividad del espíritu consistente en desenredar. Goza incluso con las ocupaciones más triviales, siempre que pongan en juego su talento. Le encantan los enigmas, los acertijos, los jeroglíficos, y al solucionarlos muestra un grado de perspicacia que, para la mente ordinaria, parece sobrenatural. Sus resultados, frutos del método en su forma más esencial y profunda, tienen todo el aire de una intuición. La facultad de resolución se ve posiblemente muy vigorizada por el estudio de las matemáticas, y en especial por su rama más alta, que, injustamente y tan sólo a causa de sus operaciones retrógradas, se denomina análisis, como si se tratara del análisis par excellence. Calcular, sin embargo, no es en sí mismo analizar. Un jugador de ajedrez, por ejemplo, efectúa lo primero sin esforzarse en lo segundo. De ahí se sigue que el ajedrez, por lo que concierne a sus efectos sobre la naturaleza de la inteligencia, es apreciado erróneamente. No he de escribir aquí un tratado, sino que me limito a prologar un relato un tanto singular, con algunas observaciones pasajeras; aprovecharé por eso la oportunidad para afirmar que el máximo grado de la reflexión se ve puesto a prueba por el modesto juego de damas en forma más intensa y beneficiosa que por toda la estudiada frivolidad del ajedrez. En este último, donde las piezas tienen movimientos diferentes y singulares, con varios y variables valores, lo que sólo resulta complejo es equivocadamente confundido (error nada insólito) con lo profundo. Aquí se trata, sobre todo, de la atención. Si ésta cede un solo instante, se comete un descuido que da por resultado una pérdida o la derrota. Como los movimientos posibles no sólo son múltiples sino intrincados, las posibilidades de descuido se multiplican y, en nueve casos de cada diez, triunfa el jugador concentrado y no el más penetrante. En las damas, por el contrario, donde hay un solo movimiento y las variaciones son mínimas, las probabilidades de inadvertencia disminuyen, lo cual deja un tanto de lado a la atención, y las ventajas obtenidas por cada uno de los adversarios provienen de una perspicacia superior.Para hablar menos abstractamente, supongamos una partida de damas en la que las piezas se reducen a cuatro y donde, como es natural, no cabe esperar el menor descuido. Obvio resulta que (si los jugadores tienen fuerza pareja) sólo puede decidir la victoria algún movimiento sutil, resultado de un penetrante esfuerzo intelectual. Desprovisto de los recursos ordinarios, el analista penetra en el espíritu de su oponente, se identifica con él y con frecuencia alcanza a ver de una sola ojeada el único método (a veces absurdamente sencillo) por el cual puede provocar un error o precipitar a un falso cálculo.Hace mucho que se ha reparado en el whist por su influencia sobre lo que da en llamarse la facultad del cálculo, y hombres del más excelso intelecto se han complacido en él de manera indescriptible, dejando de lado, por frívolo, al ajedrez. Sin duda alguna, nada existe en ese orden que ponga de tal modo a prueba la facultad analítica. El mejor ajedrecista de la cristiandad no puede ser otra cosa que el mejor ajedrecista, pero la eficiencia en el whist implica la capacidad para triunfar en todas aquellas empresas más importantes donde la mente se enfrenta con la mente. Cuando digo eficiencia, aludo a esa perfección en el juego que incluye la aprehensión de todas las posibilidades mediante las cuales se puede obtener legítima ventaja. Estas últimas no sólo son múltiples sino multiformes, y con frecuencia yacen en capas tan profundas del pensar que el entendimiento ordinario es incapaz de alcanzarlas. Observar con atención equivale a recordar con claridad; en ese sentido, el ajedrecista concentrado jugará bien al whist, en tanto que las reglas de Hoyle (basadas en el mero mecanismo del juego) son comprensibles de manera general y satisfactoria. Por tanto, el hecho de tener una memoria retentiva y guiarse por «el libro» son las condiciones que por regla general se consideran como la suma del buen jugar. Pero la habilidad del analista se manifiesta en cuestiones que exceden los límites de las meras reglas. Silencioso, procede a acumular cantidad de observaciones y deducciones. Quizá sus compañeros hacen lo mismo, y la mayor o menor proporción de informaciones así obtenidas no reside tanto en la validez de la deducción como en la calidad de la observación. Lo necesario consiste en saber qué se debe observar. Nuestro jugador no se encierra en sí mismo; ni tampoco, dado que su objetivo es el juego, rechaza deducciones procedentes de elementos externos a éste. Examina el semblante de su compañero, comparándolo cuidadosamente con el de cada uno de sus oponentes. Considera el modo con que cada uno ordena las cartas en su mano; a menudo cuenta las cartas ganadoras y las adicionales por la manera con que sus tenedores las contemplan. Advierte cada variación de fisonomía a medida que avanza el juego, reuniendo un capital de ideas nacidas de las diferencias de expresión correspondientes a la seguridad, la sorpresa, el triunfo o la contrariedad. Por la manera de levantar una baza juzga si la persona que la recoge será capaz de repetirla en el mismo palo. Reconoce la jugada fingida por la manera con que se arrojan las cartas sobre el tapete. Una palabra casual o descuidada, la caída o vuelta accidental de una carta, con la consiguiente ansiedad o negligencia en el acto de ocultarla, la cuenta de las bazas, con el orden de su disposición, el embarazo, la vacilación, el apuro o el temor… todo ello proporciona a su percepción, aparentemente intuitiva, indicaciones sobre la realidad del juego. Jugadas dos o tres manos, conoce perfectamente las cartas de cada uno, y desde ese momento utiliza las propias con tanta precisión como si los otros jugadores hubieran dado vuelta a las suyas.El poder analítico no debe confundirse con el mero ingenio, ya que si el analista es por necesidad ingenioso, con frecuencia el hombre ingenioso se muestra notablemente incapaz de analizar. La facultad constructiva o combinatoria por la cual se manifiesta habitualmente el ingenio, y a la que los frenólogos (erróneamente, a mi juicio) han asignado un órgano aparte, considerándola una facultad primordial, ha sido observada con tanta frecuencia en personas cuyo intelecto lindaba con la idiotez, que ha provocado las observaciones de los estudiosos del carácter. Entre el ingenio y la aptitud analítica existe una diferencia mucho mayor que entre la fantasía y la imaginación, pero de naturaleza estrictamente análoga. En efecto, cabe observar que los ingeniosos poseen siempre mucha fantasía mientras que el hombre verdaderamente imaginativo es siempre un analista.El relato siguiente representará para el lector algo así como un comentario de las afirmaciones que anteceden.Mientras residía en París, durante la primavera y parte del verano de 18…, me relacioné con un cierto C. Auguste Dupin. Este joven caballero procedía de una familia excelente -y hasta ilustre-, pero una serie de desdichadas circunstancias lo habían reducido a tal pobreza que la energía de su carácter sucumbió ante la desgracia, llevándolo a alejarse del mundo y a no preocuparse por recuperar su fortuna. Gracias a la cortesía de sus acreedores le quedó una pequeña parte del patrimonio, y la renta que le producía bastaba, mediante una rigurosa economía, para subvenir a sus necesidades, sin preocuparse de lo superfluo. Los libros constituían su solo lujo, y en París es fácil procurárselos.Nuestro primer encuentro tuvo lugar en una oscura librería de la rue Montmartre, donde la casualidad de que ambos anduviéramos en busca de un mismo libro -tan raro como notable- sirvió para aproximarnos. Volvimos a encontrarnos una y otra vez. Me sentí profundamente interesado por la menuda historia de familia que Dupin me contaba detalladamente, con todo ese candor a que se abandona un francés cuando se trata de su propia persona. Me quedé asombrado, al mismo tiempo, por la extraordinaria amplitud de su cultura; pero, sobre todo, sentí encenderse mi alma ante el exaltado fervor y la vívida frescura de su imaginación. Dado lo que yo buscaba en ese entonces en París, sentí que la compañía de un hombre semejante me resultaría un tesoro inestimable, y no vacilé en decírselo. Quedó por fin decidido que viviríamos juntos durante mi permanencia en la ciudad, y, como mi situación financiera era algo menos comprometida que la suya, logré que quedara a mi cargo alquilar y amueblar -en un estilo que armonizaba con la melancolía un tanto fantástica de nuestro carácter- una decrépita y grotesca mansión abandonada a causa de supersticiones sobre las cuales no inquirimos, y que se acercaba a su ruina en una parte aislada y solitaria del Faubourg Saint-Germain.Si nuestra manera de vivir en esa casa hubiera llegado al conocimiento del mundo, éste nos hubiera considerado como locos -aunque probablemente como locos inofensivos-. Nuestro aislamiento era perfecto. No admitíamos visitantes. El lugar de nuestro retiro era un secreto celosamente guardado para mis antiguos amigos; en cuanto a Dupin, hacía muchos años que había dejado de ver gentes o de ser conocido en París. Sólo vivíamos para nosotros.Una rareza de mi amigo (¿qué otro nombre darle?) consistía en amar la noche por la noche misma; a esta bizarrerie, como a todas las otras, me abandoné a mi vez sin esfuerzo, entregándome a sus extraños caprichos con perfecto abandono. La negra divinidad no podía permanecer siempre con nosotros, pero nos era dado imitarla. A las primeras luces del alba, cerrábamos las pesadas persianas de nuestra vieja casa y encendíamos un par de bujías que, fuertemente perfumadas, sólo lanzaban débiles y mortecinos rayos. Con ayuda de ellas ocupábamos nuestros espíritus en soñar, leyendo, escribiendo o conversando, hasta que el reloj nos advertía la llegada de la verdadera oscuridad. Salíamos entonces a la calle tomados del brazo, continuando la conversación del día o vagando al azar hasta muy tarde, mientras buscábamos entre las luces y las sombras de la populosa ciudad esa infinidad de excitantes espirituales que puede proporcionar la observación silenciosa.En esas oportunidades, no dejaba yo de reparar y admirar (aunque dada su profunda idealidad cabía esperarlo) una peculiar aptitud analítica de Dupin. Parecía complacerse especialmente en ejercitarla -ya que no en exhibirla- y no vacilaba en confesar el placer que le producía. Se jactaba, con una risita discreta, de que frente a él la mayoría de los hombres tenían como una ventana por la cual podía verse su corazón y estaba pronto a demostrar sus afirmaciones con pruebas tan directas como sorprendentes del íntimo conocimiento que de mí tenía. En aquellos momentos su actitud era fría y abstraída; sus ojos miraban como sin ver, mientras su voz, habitualmente de un rico registro de tenor, subía a un falsete que hubiera parecido petulante de no mediar lo deliberado y lo preciso de sus palabras. Al observarlo en esos casos, me ocurría muchas veces pensar en la antigua filosofía del alma doble, y me divertía con la idea de un doble Dupin: el creador y el analista.No se suponga, por lo que llevo dicho, que estoy circunstanciando algún misterio o escribiendo una novela. Lo que he referido de mi amigo francés era tan sólo el producto de una inteligencia excitada o quizá enferma. Pero el carácter de sus observaciones en el curso de esos períodos se apreciará con más claridad mediante un ejemplo.Errábamos una noche por una larga y sucia calle, en la vecindad del Palais Royal. Sumergidos en nuestras meditaciones, no habíamos pronunciado una sola sílaba durante un cuarto de hora por lo menos. Bruscamente, Dupin pronunció estas palabras:-Sí, es un hombrecillo muy pequeño, y estaría mejor en el Théâtre des Variétés.-No cabe duda -repuse inconscientemente, sin advertir (pues tan absorto había estado en mis reflexiones) la extraordinaria forma en que Dupin coincidía con mis pensamientos. Pero, un instante después, me di cuenta y me sentí profundamente asombrado.-Dupin -dije gravemente-, esto va más allá de mi comprensión. Le confieso sin rodeos que estoy atónito y que apenas puedo dar crédito a mis sentidos. ¿Cómo es posible que haya sabido que yo estaba pensando en…?Aquí me detuve, para asegurarme sin lugar a dudas de si realmente sabía en quién estaba yo pensando.-En Chantilly -dijo Dupin-. ¿Por qué se interrumpe? Estaba usted diciéndose que su pequeña estatura le veda los papeles trágicos.Tal era, exactamente, el tema de mis reflexiones. Chantilly era un ex remendón de la rue Saint-Denis que, apasionado por el teatro, había encarnado el papel de Jerjes en la tragedia homónima de Crébillon, logrando tan sólo que la gente se burlara de él.-En nombre del cielo -exclamé-, dígame cuál es el método… si es que hay un método… que le ha permitido leer en lo más profundo de mí.En realidad, me sentía aún más asombrado de lo que estaba dispuesto a reconocer.-El frutero -replicó mi amigo- fue quien lo llevó a la conclusión de que el remendón de suelas no tenía estatura suficiente para Jerjes et id genus omne.-¡El frutero! ¡Me asombra usted! No conozco ningún frutero.-El hombre que tropezó con usted cuando entrábamos en esta calle… hará un cuarto de hora.Recordé entonces que un frutero, que llevaba sobre la cabeza una gran cesta de manzanas, había estado a punto de derribarme accidentalmente cuando pasábamos de la rue C… a la que recorríamos ahora. Pero me era imposible comprender qué tenía eso que ver con Chantilly.-Se lo explicaré -me dijo Dupin, en quien no había la menor partícula de charlatanerie- y, para que pueda comprender claramente, remontaremos primero el curso de sus reflexiones desde el momento en que le hablé hasta el de su choque con el frutero en cuestión. Los eslabones principales de la cadena son los siguientes: Chantilly, Orión, el doctor Nichols, Epicuro, la estereotomía, el pavimento, el frutero.Pocas personas hay que, en algún momento de su vida, no se hayan entretenido en remontar el curso de las ideas mediante las cuales han llegado a alguna conclusión. Con frecuencia, esta tarea está llena de interés, y aquel que la emprende se queda asombrado por la distancia aparentemente ilimitada e inconexa entre el punto de partida y el de llegada.¡Cuál habrá sido entonces mi asombro al oír las palabras que acababa de pronunciar Dupin y reconocer que correspondían a la verdad!-Si no me equivoco -continuó él-, habíamos estado hablando de caballos justamente al abandonar la rue C… Éste fue nuestro último tema de conversación. Cuando cruzábamos hacia esta calle, un frutero que traía una gran canasta en la cabeza pasó rápidamente a nuestro lado y le empaló a usted contra una pila de adoquines correspondiente a un pedazo de la calle en reparación. Usted pisó una de las piedras sueltas, resbaló, torciéndose ligeramente el tobillo; mostró enojo o malhumor, murmuró algunas palabras, se volvió para mirar la pila de adoquines y siguió andando en silencio. Yo no estaba especialmente atento a sus actos, pero en los últimos tiempos la observación se ha convertido para mí en una necesidad.»Mantuvo usted los ojos clavados en el suelo, observando con aire quisquilloso los agujeros y los surcos del pavimento (por lo cual comprendí que seguía pensando en las piedras), hasta que llegamos al pequeño pasaje llamado Lamartine, que con fines experimentales ha sido pavimentado con bloques ensamblados y remachados. Aquí su rostro se animó y, al notar que sus labios se movían, no tuve dudas de que murmuraba la palabra “estereotomía”, término que se ha aplicado pretenciosamente a esta clase de pavimento. Sabía que para usted sería imposible decir “estereotomía” sin verse llevado a pensar en átomos y pasar de ahí a las teorías de Epicuro; ahora bien, cuando discutimos no hace mucho este tema, recuerdo haberle hecho notar de qué curiosa manera -por lo demás desconocida- las vagas conjeturas de aquel noble griego se han visto confirmadas en la reciente cosmogonía de las nebulosas; comprendí, por tanto, que usted no dejaría de alzar los ojos hacia la gran nebulosa de Orión, y estaba seguro de que lo haría. Efectivamente, miró usted hacia lo alto y me sentí seguro de haber seguido correctamente sus pasos hasta ese momento. Pero en la amarga crítica a Chantilly que apareció en el Musée de ayer, el escritor satírico hace algunas penosas alusiones al cambio de nombre del remendón antes de calzar los coturnos, y cita un verso latino sobre el cual hemos hablado muchas veces. Me refiero al verso:Perdidit antiquum litera prima sonum.»Le dije a usted que se refería a Orión, que en un tiempo se escribió Urión; y dada cierta acritud que se mezcló en aquella discusión, estaba seguro de que usted no la había olvidado. Era claro, pues, que no dejaría de combinar las dos ideas de Orión y Chantilly. Que así lo hizo, lo supe por la sonrisa que pasó por sus labios. Pensaba usted en la inmolación del pobre zapatero. Hasta ese momento había caminado algo encorvado, pero de pronto le vi erguirse en toda su estatura. Me sentí seguro de que estaba pensando en la diminuta figura de Chantilly. Y en este punto interrumpí sus meditaciones para hacerle notar que, en efecto, el tal Chantilly era muy pequeño y que estaría mejor en el Théâtre des Variétés.Poco tiempo después de este episodio, leíamos una edición nocturna de la Gazette des Tribunaux cuando los siguientes párrafos atrajeron nuestra atención:«EXTRAÑOS ASESINATOS.-Esta mañana, hacia las tres, los habitantes del quartier Saint-Roch fueron arrancados de su sueño por los espantosos alaridos procedentes del cuarto piso de una casa situada en la rue Morgue, ocupada por madame L’Espanaye y su hija, mademoiselle Camille L’Espanaye. Como fuera imposible lograr el acceso a la casa, después de perder algún tiempo, se forzó finalmente la puerta con una ganzúa y ocho o diez vecinos penetraron en compañía de dos gendarmes. Por ese entonces los gritos habían cesado, pero cuando el grupo remontaba el primer tramo de la escalera se oyeron dos o más voces que discutían violentamente y que parecían proceder de la parte superior de la casa. Al llegar al segundo piso, las voces callaron a su vez, reinando una profunda calma. Los vecinos se separaron y empezaron a recorrer las habitaciones una por una. Al llegar a una gran cámara situada en la parte posterior del cuarto piso (cuya puerta, cerrada por dentro con llave, debió ser forzada), se vieron en presencia de un espectáculo que les produjo tanto horror como estupefacción.»EL aposento se hallaba en el mayor desorden: los muebles, rotos, habían sido lanzados en todas direcciones. El colchón del único lecho aparecía tirado en mitad del piso. Sobre una silla había una navaja manchada de sangre. Sobre la chimenea aparecían dos o tres largos y espesos mechones de cabello humano igualmente empapados en sangre y que daban la impresión de haber sido arrancados de raíz. Se encontraron en el piso cuatro napoleones, un aro de topacio, tres cucharas grandes de plata, tres más pequeñas de métal d’Alger, y dos sacos que contenían casi cuatro mil francos en oro. Los cajones de una cómoda situada en un ángulo habían sido abiertos y aparentemente saqueados, aunque quedaban en ellos numerosas prendas. Descubrióse una pequeña caja fuerte de hierro debajo de la cama (y no del colchón). Estaba abierta y con la llave en la cerradura. No contenía nada, aparte de unas viejas cartas y papeles igualmente sin importancia.»No se veía huella alguna de madame L’Espanaye, pero al notarse la presencia de una insólita cantidad de hollín al pie de la chimenea se procedió a registrarla, encontrándose (¡cosa horrible de describir!) el cadáver de su hija, cabeza abajo, el cual había sido metido a la fuerza en la estrecha abertura y considerablemente empujado hacia arriba. El cuerpo estaba aún caliente. Al examinarlo se advirtieron en él numerosas excoriaciones, producidas, sin duda, por la violencia con que fuera introducido y por la que requirió arrancarlo de allí. Veíanse profundos arañazos en el rostro, y en la garganta aparecían contusiones negruzcas y profundas huellas de uñas, como si la víctima hubiera sido estrangulada.»Luego de una cuidadosa búsqueda en cada porción de la casa, sin que apareciera nada nuevo, los vecinos se introdujeron en un pequeño patio pavimentado de la parte posterior del edificio y encontraron el cadáver de la anciana señora, la cual había sido degollada tan salvajemente que, al tratar de levantar el cuerpo, la cabeza se desprendió del tronco. Horribles mutilaciones aparecían en la cabeza y en el cuerpo, y este último apenas presentaba forma humana.»Hasta el momento no se ha encontrado la menor clave que permita solucionar tan horrible misterio.»La edición del día siguiente contenía los siguientes detalles adicionales:«La tragedia de la rue Morgue.-Diversas personas han sido interrogadas con relación a este terrible y extraordinario suceso, pero nada ha trascendido que pueda arrojar alguna luz sobre él. Damos a continuación las declaraciones obtenidas:»Pauline Dubourg, lavandera, manifiesta que conocía desde hacía tres años a las dos víctimas, de cuya ropa se ocupaba. La anciana y su hija parecían hallarse en buenos términos y se mostraban sumamente cariñosas entre sí. Pagaban muy bien. No sabía nada sobre su modo de vida y sus medios de subsistencia. Creía que madame L. decía la buenaventura. Pasaba por tener dinero guardado. Nunca encontró a otras personas en la casa cuando iba a buscar la ropa o la devolvía. Estaba segura de que no tenían ningún criado o criada. Opinaba que en la casa no había ningún mueble, salvo en el cuarto piso.»Pierre Moreau, vendedor de tabaco, declara que desde hace cuatro años vendía regularmente pequeñas cantidades de tabaco y de rapé a madame L’Espanaye. Nació en la vecindad y ha residido siempre en ella. La extinta y su hija ocupaban desde hacía más de seis años la casa donde se encontraron los cadáveres. Anteriormente vivía en ella un joyero, que alquilaba las habitaciones superiores a diversas personas. La casa era de propiedad de madame L., quien se sintió disgustada por los abusos que cometía su inquilino y ocupó personalmente la casa, negándose a alquilar parte alguna. La anciana señora daba señales de senilidad. El testigo vio a su hija unas cinco o seis veces durante esos seis años. Ambas llevaban una vida muy retirada y pasaban por tener dinero. Había oído decir a los vecinos que madame L. decía la buenaventura, pero no lo creía. Nunca vio entrar a nadie, salvo a la anciana y su hija, a un mozo de servicio que estuvo allí una o dos veces, y a un médico que hizo ocho o diez visitas.»Muchos otros vecinos han proporcionado testimonios coincidentes. No se ha hablado de nadie que frecuentara la casa. Se ignora si madame L. y su hija tenían parientes vivos. Pocas veces se abrían las persianas de las ventanas delanteras. Las de la parte posterior estaban siempre cerradas, salvo las de la gran habitación en la parte trasera del cuarto piso. La casa se hallaba en excelente estado y no era muy antigua.»Isidore Muset, gendarme, declara que fue llamado hacia las tres de la mañana y que, al llegar a la casa, encontró a unas veinte o treinta personas reunidas que se esforzaban por entrar. Violentó finalmente la entrada (con una bayoneta y no con una ganzúa). No le costó mucho abrirla, pues se trataba de una puerta de dos batientes que no tenía pasadores ni arriba ni abajo. Los alaridos continuaron hasta que se abrió la puerta, cesando luego de golpe. Parecían gritos de persona (o personas) que sufrieran los más agudos dolores; eran gritos agudos y prolongados, no breves y precipitados. El testigo trepó el primero las escaleras. Al llegar al primer descanso oyó dos voces que discutían con fuerza y agriamente; una de ellas era ruda y la otra mucho más aguda y muy extraña. Pudo entender algunas palabras provenientes de la primera voz, que correspondía a un francés. Estaba seguro de que no se trataba de una voz de mujer. Pudo distinguir las palabras sacré y diable. La voz más aguda era de un extranjero. No podría asegurar si se trataba de un hombre o una mujer. No entendió lo que decía, pero tenía la impresión de que hablaba en español. El estado de la habitación y de los cadáveres fue descrito por el testigo en la misma forma que lo hicimos ayer.»Henri Duval, vecino, de profesión platero, declara que formaba parte del primer grupo que entró en la casa. Corrobora en general la declaración de Muset. Tan pronto forzaron la puerta, volvieron a cerrarla para mantener alejada a la muchedumbre, que, pese a lo avanzado de la hora, se estaba reuniendo rápidamente. El testigo piensa que la voz más aguda pertenecía a un italiano. Está seguro de que no se trataba de un francés. No puede asegurar que se tratara de una voz masculina. Pudo ser la de una mujer. No está familiarizado con la lengua italiana. No alcanzó a distinguir las palabras, pero por la entonación está convencido de que quien hablaba era italiano. Conocía a madame L. y a su hija. Había conversado frecuentemente con ellas. Estaba seguro de que la voz aguda no pertenecía a ninguna de las difuntas.»Odenheimer, restaurateur. Este testigo se ofreció voluntariamente a declarar. Como no habla francés, testimonió mediante un intérprete. Es originario de Amsterdam. Pasaba frente a la casa cuando se oyeron los gritos. Duraron varios minutos, probablemente diez. Eran prolongados y agudos, tan horribles como penosos de oír. El testigo fue uno de los que entraron en el edificio. Corroboró las declaraciones anteriores en todos sus detalles, salvo uno. Estaba seguro de que la voz más aguda pertenecía a un hombre y que se trataba de un francés. No pudo distinguir las palabras pronunciadas. Eran fuertes y precipitadas, desiguales y pronunciadas aparentemente con tanto miedo como cólera. La voz era áspera; no tanto aguda como áspera. El testigo no la calificaría de aguda. La voz más gruesa dijo varias veces: sacré, diable, y una vez Mon Dieu!»Jules Mignaud, banquero, de la firma Mignaud e hijos, en la calle Deloraine. Es el mayor de los Mignaud. Madame L’Espanaye poseía algunos bienes. Había abierto una cuenta en su banco durante la primavera del año 18… (ocho años antes). Hacía frecuentes depósitos de pequeñas sumas. No había retirado nada hasta tres días antes de su muerte, en que personalmente extrajo la suma de 4.000 francos. La suma le fue pagada en oro y un empleado la llevó a su domicilio.»Adolphe Lebon, empleado de Mignaud e hijos, declara que el día en cuestión acompañó hasta su residencia a madame L’Espanaye, llevando los 4.000 francos en dos sacos. Una vez abierta la puerta, mademoiselle L. vino a tomar uno de los sacos, mientras la anciana señora se encargaba del otro. Por su parte, el testigo saludó y se retiró. No vio a persona alguna en la calle en ese momento. Se trata de una calle poco importante, muy solitaria.»William Bird, sastre, declara que formaba parte del grupo que entró en la casa. Es de nacionalidad inglesa. Lleva dos años de residencia en París. Fue uno de los primeros en subir las escaleras. Oyó voces que disputaban. La más ruda era la de un francés. Pudo distinguir varias palabras, pero ya no las recuerda todas. Oyó claramente: sacré y mon Dieu. En ese momento se oía un ruido como si varias personas estuvieran luchando, era un sonido de forcejeo, como si algo fuese arrastrado. La voz aguda era muy fuerte, mucho más que la voz ruda. Está seguro de que no se trataba de la voz de un inglés. Parecía la de un alemán. Podía ser una voz de mujer. El testigo no comprende el alemán.»Cuatro de los testigos nombrados más arriba fueron nuevamente interrogados, declarando que la puerta del aposento donde se encontró el cadáver de mademoiselle L. estaba cerrada por dentro cuando llegaron hasta ella. Reinaba un profundo silencio; no se escuchaban quejidos ni rumores de ninguna especie. No se vio a nadie en el momento de forzar la puerta. Las ventanas, tanto de la habitación del frente como de la trasera, estaban cerradas y firmemente aseguradas por dentro. Entre ambas habitaciones había una puerta cerrada, pero la llave no estaba echada. La puerta que comunicaba la habitación del frente con el corredor había sido cerrada con llave por dentro. Un cuarto pequeño situado en el frente del cuarto piso, al comienzo del corredor, apareció abierto, con la puerta entornada. La habitación estaba llena de camas viejas, cajones y objetos por el estilo. Se procedió a revisarlos uno por uno, no se dejó sin examinar una sola pulgada de la casa. Se enviaron deshollinadores para que exploraran las chimeneas. La casa tiene cuatro pisos, con mansardes. Una trampa que da al techo estaba firmemente asegurada con clavos y no parece haber sido abierta durante años. Los testigos no están de acuerdo sobre el tiempo transcurrido entre el momento en que escucharon las voces que disputaban y la apertura de la puerta de la habitación. Algunos sostienen que transcurrieron tres minutos; otros calculan cinco. Costó mucho violentar la puerta.»Alfonso Garcio, empresario de pompas fúnebres, habita en la rue Morgue. Es de nacionalidad española. Formaba parte del grupo que entró en la casa. No subió las escaleras. Tiene los nervios delicados y teme las consecuencias de toda agitación. Oyó las voces que disputaban. La más ruda pertenecía a un francés. No pudo comprender lo que decía. La voz aguda era la de un inglés; está seguro de esto. No comprende el inglés, pero juzga basándose en la entonación.»Alberto Montani, confitero, declara que fue de los primeros en subir las escaleras. Oyó las voces en cuestión. la voz ruda era la de un francés. Pudo distinguir varias palabras. El que hablaba parecía reprochar alguna cosa. No pudo comprender las palabras dichas por la voz más aguda, que hablaba rápida y desigualmente. Piensa que se trata de un ruso. Corrobora los testimonios restantes. Es de nacionalidad italiana. Nunca habló con un nativo de Rusia.»Nuevamente interrogados, varios testigos certificaron que las chimeneas de todas las habitaciones eran demasiado angostas para admitir el paso de un ser humano. Se pasaron “deshollinadores” -cepillos cilíndricos como los que usan los que limpian chimeneas- por todos los tubos existentes en la casa. No existe ningún pasaje en los fondos por el cual alguien hubiera podido descender mientras el grupo subía las escaleras. El cuerpo de mademoiselle L’Espanaye estaba tan firmemente encajado en la chimenea, que no pudo ser extraído hasta que cuatro o cinco personas unieron sus esfuerzos.»Paul Dumas, médico, declara que fue llamado al amanecer para examinar los cadáveres de las víctimas. Los mismos habían sido colocados sobre el colchón del lecho correspondiente a la habitación donde se encontró a mademoiselle L. El cuerpo de la joven aparecía lleno de contusiones y excoriaciones. El hecho de que hubiese sido metido en la chimenea bastaba para explicar tales marcas. La garganta estaba enormemente excoriada. Varios profundos arañazos aparecían debajo del mentón, conjuntamente con una serie de manchas lívidas resultantes, con toda evidencia, de la presión de unos dedos. El rostro estaba horriblemente pálido y los ojos se salían de las órbitas. La lengua aparecía a medias cortada. En la región del estómago se descubrió una gran contusión, producida, aparentemente, por la presión de una rodilla. Según opinión del doctor Dumas, mademoiselle L’Espanaye había sido estrangulada por una o varias personas.»El cuerpo de la madre estaba horriblemente mutilado. Todos los huesos de la pierna y el brazo derechos se hallaban fracturados en mayor o menor grado. La tibia izquierda había quedado reducida a astillas, así como todas las costillas del lado izquierdo. El cuerpo aparecía cubierto de contusiones y estaba descolorido. Resultaba imposible precisar el arma con que se habían inferido tales heridas. Un pesado garrote de mano, o una ancha barra de hierro, quizá una silla, cualquier arma grande, pesada y contundente, en manos de un hombre sumamente robusto, podía haber producido esos resultados. Imposible que una mujer pudiera infligir tales heridas con cualquier arma que fuese. La cabeza de la difunta aparecía separada del cuerpo y, al igual que el resto, terriblemente contusa. Era evidente que la garganta había sido seccionada con un instrumento muy afilado, probablemente una navaja.»Alexandre Etienne, cirujano, fue llamado al mismo tiempo que el doctor Dumas para examinar los cuerpos. Confirmó el testimonio y las opiniones de este último.»No se ha obtenido ningún otro dato de importancia, a pesar de haberse interrogado a varias otras personas. Jamás se ha cometido en París un asesinato tan misterioso y tan enigmático en sus detalles… si es que en realidad se trata de un asesinato. La policía está perpleja, lo cual no es frecuente en asuntos de esta naturaleza. Pero resulta imposible hallar la más pequeña clave del misterio.»La edición vespertina del diario declaraba que en el quartier Saint-Roch reinaba una intensa excitación, que se había practicado un nuevo y minucioso examen del lugar del hecho, mientras se interrogaba a nuevos testigos, pero que no se sabía nada nuevo. Un párrafo final agregaba, sin embargo, que un tal Adolphe Lebon acababa de ser arrestado y encarcelado, aunque nada parecía acusarlo, a juzgar por los hechos detallados.Dupin se mostraba singularmente interesado en el desarrollo del asunto; o por lo menos así me pareció por sus maneras, pues no hizo el menor comentario. Tan sólo después de haberse anunciado el arresto de Lebon me pidió mi parecer acerca de los asesinatos.No pude sino sumarme al de todo París y declarar que los consideraba un misterio insoluble. No veía modo alguno de seguir el rastro al asesino.-No debemos pensar en los modos posibles que surgen de una investigación tan rudimentaria -dijo Dupin-. La policía parisiense, tan alabada por su penetración, es muy astuta pero nada más. No procede con método, salvo el del momento. Toma muchas disposiciones ostentosas, pero con frecuencia éstas se hallan tan mal adaptadas a su objetivo que recuerdan a Monsieur Jourdain, que pedía sa robe de chambre… pour mieux entendre la musique. Los resultados obtenidos son con frecuencia sorprendentes, pero en su mayoría se logran por simple diligencia y actividad. Cuando éstas son insuficientes, todos sus planes fracasan. Vidocq, por ejemplo, era hombre de excelentes conjeturas y perseverante. Pero como su pensamiento carecía de suficiente educación, erraba continuamente por el excesivo ardor de sus investigaciones. Dañaba su visión por mirar el objeto desde demasiado cerca. Quizá alcanzaba a ver uno o dos puntos con singular acuidad, pero procediendo así perdía el conjunto de la cuestión. En el fondo se trataba de un exceso de profundidad, y la verdad no siempre está dentro de un pozo. Por el contrario, creo que, en lo que se refiere al conocimiento más importante, es invariablemente superficial. La profundidad corresponde a los valles, donde la buscamos, y no a las cimas montañosas, donde se la encuentra. Las formas y fuentes de este tipo de error se ejemplifican muy bien en la contemplación de los cuerpos celestes. Si se observa una estrella de una ojeada, oblicuamente, volviendo hacia ella la porción exterior de la retina (mucho más sensible a las impresiones luminosas débiles que la parte interior), se verá la estrella con claridad y se apreciará plenamente su brillo, el cual se empaña apenas la contemplamos de lleno. Es verdad que en este último caso llegan a nuestros ojos mayor cantidad de rayos, pero la porción exterior posee una capacidad de recepción mucho más refinada. Por causa de una indebida profundidad confundimos y debilitamos el pensamiento, y Venus misma puede llegar a borrarse del firmamento si la escrutamos de manera demasiado sostenida, demasiado concentrada o directa.»En cuanto a esos asesinatos, procedamos personalmente a un examen antes de formarnos una opinión. La encuesta nos servirá de entretenimiento (me pareció que el término era extraño, aplicado al caso, pero no dije nada). Además, Lebon me prestó cierta vez un servicio por el cual le estoy agradecido. Iremos a estudiar el terreno con nuestros propios ojos. Conozco a G…, el prefecto de policía, y no habrá dificultad en obtener el permiso necesario.La autorización fue acordada, y nos encaminamos inmediatamente a la rue Morgue. Se trata de uno de esos míseros pasajes que corren entre la rue Richelieu y la rue Saint-Roch. Atardecía cuando llegamos, pues el barrio estaba considerablemente distanciado del de nuestra residencia. Encontramos fácilmente la casa, ya que aún había varias personas mirando las persianas cerradas desde la acera opuesta. Era una típica casa parisiense, con una puerta de entrada y una casilla de cristales con ventana corrediza, correspondiente a la loge du concierge. Antes de entrar recorrimos la calle, doblamos por un pasaje y, volviendo a doblar, pasamos por la parte trasera del edificio, mientras Dupin examinaba la entera vecindad, así como la casa, con una atención minuciosa cuyo objeto me resultaba imposible de adivinar.Volviendo sobre nuestros pasos retornamos a la parte delantera y, luego de llamar y mostrar nuestras credenciales, fuimos admitidos por los agentes de guardia. Subimos las escaleras, hasta llegar a la habitación donde se había encontrado el cuerpo de mademoiselle L’Espanaye y donde aún yacían ambas víctimas. Como es natural, el desorden del aposento había sido respetado. No vi nada que no estuviese detallado en la Gazette des Tribunaux. Dupin lo inspeccionaba todo, sin exceptuar los cuerpos de las víctimas. Pasamos luego a las otras habitaciones y al patio; un gendarme nos acompañaba a todas partes. El examen nos tuvo ocupados hasta que oscureció, y era de noche cuando salimos. En el camino de vuelta, mi amigo se detuvo algunos minutos en las oficinas de uno de los diarios parisienses.He dicho ya que sus caprichos eran muchos y variados, y que je les ménageais (pues no hay traducción posible de la frase). En esta oportunidad Dupin rehusó toda conversación vinculada con los asesinatos, hasta el día siguiente a mediodía. Entonces, súbitamente, me preguntó si había observado alguna cosa peculiar en el escenario de aquellas atrocidades.Algo había en su manera de acentuar la palabra, que me hizo estremecer sin que pudiera decir por qué.-No, nada peculiar -dije-. Por lo menos, nada que no hayamos encontrado ya referido en el diario.-Me temo -repuso Dupin- que la Gazette no haya penetrado en el insólito horror de este asunto. Pero dejemos de lado las vanas opiniones de ese diario. Tengo la impresión de que se considera insoluble este misterio por las mismísimas razones que deberían inducir a considerarlo fácilmente solucionable; me refiero a lo excesivo, a lo outré de sus características. La policía se muestra confundida por la aparente falta de móvil, y no por el asesinato en sí, sino por su atrocidad. Está asimismo perpleja por la aparente imposibilidad de conciliar las voces que se oyeron disputando, con el hecho de que en lo alto sólo se encontró a la difunta mademoiselle L’Espanaye, aparte de que era imposible escapar de la casa sin que el grupo que ascendía la escalera lo notara. El salvaje desorden del aposento; el cadáver metido, cabeza abajo, en la chimenea; la espantosa mutilación del cuerpo de la anciana, son elementos que, junto con los ya mencionados y otros que no necesito mencionar, han bastado para paralizar la acción de los investigadores policiales y confundir por completo su tan alabada perspicacia. Han caído en el grueso pero común error de confundir lo insólito con lo abstruso. Pero, justamente a través de esas desviaciones del plano ordinario de las cosas, la razón se abrirá paso, si ello es posible, en la búsqueda de la verdad. En investigaciones como la que ahora efectuamos no debería preguntarse tanto «qué ha ocurrido», como «qué hay en lo ocurrido que no se parezca a nada ocurrido anteriormente». En una palabra, la facilidad con la cual llegaré o he llegado a la solución de este misterio se halla en razón directa de su aparente insolubilidad a ojos de la policía.Me quedé mirando a mi amigo con silenciosa estupefacción.-Estoy esperando ahora -continuó Dupin, mirando hacia la puerta de nuestra habitación- a alguien que, si bien no es el perpetrador de esas carnicerías, debe de haberse visto envuelto de alguna manera en su ejecución. Es probable que sea inocente de la parte más horrible de los crímenes. Confío en que mi suposición sea acertada, pues en ella se apoya toda mi esperanza de descifrar completamente el enigma. Espero la llegada de ese hombre en cualquier momento… y en esta habitación. Cierto que puede no venir, pero lo más probable es que llegue. Si así fuera, habrá que retenerlo. He ahí unas pistolas; los dos sabemos lo que se puede hacer con ellas cuando la ocasión se presenta.Tomé las pistolas, sabiendo apenas lo que hacía y, sin poder creer lo que estaba oyendo, mientras Dupin, como si monologara, continuaba sus reflexiones. Ya he mencionado su actitud abstraída en esos momentos. Sus palabras se dirigían a mí, pero su voz, aunque no era forzada, tenía esa entonación que se emplea habitualmente para dirigirse a alguien que se halla muy lejos. Sus ojos, privados de expresión, sólo miraban la pared.-Las voces que disputaban y fueron oídas por el grupo que trepaba la escalera -dijo- no eran las de las dos mujeres, como ha sido bien probado por los testigos. Con esto queda eliminada toda posibilidad de que la anciana señora haya matado a su hija, suicidándose posteriormente. Menciono esto por razones metódicas, ya que la fuerza de madame de L’Espanaye hubiera sido por completo insuficiente para introducir el cuerpo de su hija en la chimenea, tal como fue encontrado, amén de que la naturaleza de las heridas observadas en su cadáver excluye toda idea de suicidio. El asesinato, pues, fue cometido por terceros, y a éstos pertenecían las voces que se escucharon mientras disputaban. Permítame ahora llamarle la atención, no sobre las declaraciones referentes a dichas voces, sino a algo peculiar en esas declaraciones. ¿No lo advirtió usted?Hice notar que, mientras todos los testigos coincidían en que la voz más ruda debía ser la de un francés, existían grandes desacuerdos sobre la voz más aguda o -como la calificó uno de ellos- la voz áspera.-Tal es el testimonio en sí -dijo Dupin-, pero no su peculiaridad. Usted no ha observado nada característico. Y, sin embargo, había algo que observar. Como bien ha dicho, los testigos coinciden sobre la voz ruda. Pero, con respecto a la voz aguda, la peculiaridad no consiste en que estén en desacuerdo, sino en que un italiano, un inglés, un español, un holandés y un francés han tratado de describirla, y cada uno de ellos se ha referido a una voz extranjera. Cada uno de ellos está seguro de que no se trata de la voz de un compatriota. Cada uno la vincula, no a la voz de una persona perteneciente a una nación cuyo idioma conoce, sino a la inversa. El francés supone que es la voz de un español, y agrega que “podría haber distinguido algunas palabras sí hubiera sabido español”. El holandés sostiene que se trata de un francés, pero nos enteramos de que como no habla francés, testimonió mediante un intérprete. El inglés piensa que se trata de la voz de un alemán, pero el testigo no comprende el alemán. El español “está seguro” de que se trata de un inglés, pero “juzga basándose en la entonación”, ya que no comprende el inglés. El italiano cree que es la voz de un ruso, pero nunca habló con un nativo de Rusia. Un segundo testigo francés difiere del primero y está seguro de que se trata de la voz de un italiano. No está familiarizado con la lengua italiana, pero al igual que el español, “está convencido por la entonación”. Ahora bien: ¡cuan extrañamente insólita tiene que haber sido esa voz para que pudieran reunirse semejantes testimonios! ¡Una voz en cuyos tonos los ciudadanos de las cinco grandes divisiones de Europa no pudieran reconocer nada familiar! Me dirá usted que podía tratarse de la voz de un asiático o un africano. Ni unos ni otros abundan en París, pero, sin negar esa posibilidad, me limitaré a llamarle la atención sobre tres puntos. Un testigo califica la voz de “áspera, más que aguda”. Otros dos señalan que era «precipitada y desigual». Ninguno de los testigos se refirió a palabras reconocibles, a sonidos que parecieran palabras.»No sé -continuó Dupin- la impresión que pudo haber causado hasta ahora en su entendimiento, pero no vacilo en decir que cabe extraer deducciones legítimas de esta parte del testimonio -la que se refiere a las voces ruda y aguda-, suficientes para crear una sospecha que debe de orientar todos los pasos futuros de la investigación del misterio. Digo «deducciones legítimas», sin expresar plenamente lo que pienso. Quiero dar a entender que las deducciones son las únicas que corresponden, y que la sospecha surge inevitablemente como resultado de las mismas. No le diré todavía cuál es esta sospecha. Pero tenga presente que, por lo que a mí se refiere, bastó para dar forma definida y tendencia determinada a mis investigaciones en el lugar del hecho.«Transportémonos ahora con la fantasía a esa habitación. ¿Qué buscaremos en primer lugar? Los medios de evasión empleados por los asesinos. Supongo que bien puedo decir que ninguno de los dos cree en acontecimientos sobrenaturales. Madame y mademoiselle L’Espanaye no fueron asesinadas por espíritus. Los autores del hecho eran de carne y hueso, y escaparon por medios materiales. ¿Cómo, pues? Afortunadamente, sólo hay una manera de razonar sobre este punto, y esa manera debe conducirnos a una conclusión definida. Examinemos uno por uno los posibles medios de escape. Resulta evidente que los asesinos se hallaban en el cuarto donde se encontró a mademoiselle L’Espanaye, o por lo menos en la pieza contigua, en momentos en que el grupo subía las escaleras. Vale decir que debemos buscar las salidas en esos dos aposentos. La policía ha levantado los pisos, los techos y la mampostería de las paredes en todas direcciones. Ninguna salida secreta pudo escapar a sus observaciones. Pero como no me fío de sus ojos, miré el lugar con los míos. Efectivamente, no había salidas secretas. Las dos puertas que comunican las habitaciones con el corredor estaban bien cerradas, con las llaves por dentro. Veamos ahora las chimeneas. Aunque de diámetro ordinario en los primeros ocho o diez pies por encima de los hogares, los tubos no permitirían más arriba el paso del cuerpo de un gato grande. Quedando así establecida la total imposibilidad de escape por las vías mencionadas nos vemos reducidos a las ventanas. Nadie podría haber huido por la del cuarto delantero, ya que la muchedumbre reunida lo hubiese visto. Los asesinos tienen que haber pasado, pues, por las de la pieza trasera. Llevados a esta conclusión de manera tan inequívoca, no nos corresponde, en nuestra calidad de razonadores, rechazarla por su aparente imposibilidad. Lo único que cabe hacer es probar que esas aparentes “imposibilidades” no son tales en realidad.»Hay dos ventanas en el aposento. Contra una de ellas no hay ningún mueble que la obstruya, y es claramente visible. La porción inferior de la otra queda oculta por la cabecera del pesado lecho, que ha sido arrimado a ella. La primera ventana apareció firmemente asegurada desde dentro. Resistió los más violentos esfuerzos de quienes trataron de levantarla. En el marco, a la izquierda, había una gran perforación de barreno, y en ella un solidísimo clavo hundido casi hasta la cabeza. Al examinar la otra ventana se vio que había un clavo colocado en forma similar; todos los esfuerzos por levantarla fueron igualmente inútiles. La policía, pues, se sintió plenamente segura de que la huida no se había producido por ese lado. Y, por tanto, consideró superfluo extraer los clavos y abrir las ventanas.»Mi examen fue algo más detallado, y eso por la razón que acabo de darle: allí era el caso de probar que todas las aparentes imposibilidades no eran tales en realidad.«Seguí razonando en la siguiente forma… a posteriori. Los asesinos escaparon desde una de esas ventanas. Por tanto, no pudieron asegurar nuevamente los marcos desde el interior, tal como fueron encontrados (consideración que, dado lo obvio de su carácter, interrumpió la búsqueda de la policía en ese terreno). Los marcos estaban asegurados. Es necesario, pues, que tengan una manera de asegurarse por sí mismos. La conclusión no admitía escapatoria. Me acerqué a la ventana que tenía libre acceso, extraje con alguna dificultad el clavo y traté de levantar el marco. Tal como lo había anticipado, resistió a todos mis esfuerzos. Comprendí entonces que debía de haber algún resorte oculto, y la corroboración de esta idea me convenció de que por lo menos mis premisas eran correctas, aunque el detalle referente a los clavos continuara siendo misterioso. Un examen detallado no tardó en revelarme el resorte secreto. Lo oprimí y, satisfecho de mi descubrimiento, me abstuve de levantar el marco.»Volví a poner el clavo en su sitio y lo observé atentamente. Una persona que escapa por la ventana podía haberla cerrado nuevamente, y el resorte habría asegurado el marco. Pero, ¿cómo reponer el clavo? La conclusión era evidente y estrechaba una vez más el campo de mis investigaciones. Los asesinos tenían que haber escapado por la otra ventana. Suponiendo, pues, que los resortes fueran idénticos en las dos ventanas, como parecía probable, necesariamente tenía que haber una diferencia entre los clavos, o por lo menos en su manera de estar colocados. Trepando al armazón de la cama, miré minuciosamente el marco de sostén de la segunda ventana. Pasé la mano por la parte posterior, descubriendo en seguida el resorte que, tal como había supuesto, era idéntico a su vecino. Miré luego el clavo. Era tan sólido como el otro y aparentemente estaba fijo de la misma manera y hundido casi hasta la cabeza.»Pensará usted que me sentí perplejo, pero si así fuera no ha comprendido la naturaleza de mis inducciones. Para usar una frase deportiva, hasta entonces no había cometido falta. No había perdido la pista un solo instante. Los eslabones de la cadena no tenían ninguna falla. Había perseguido el secreto hasta su última conclusión: y esa conclusión era el clavo. Ya he dicho que tenía todas las apariencias de su vecino de la otra ventana; pero el hecho, por más concluyente que pareciera, resultaba de una absoluta nulidad comparado con la consideración de que allí, en ese punto, se acababa el hilo conductor. “Tiene que haber algo defectuoso en el clavo”, pensé. Al tocarlo, su cabeza quedó entre mis dedos juntamente con un cuarto de pulgada de la espiga. El resto de la espiga se hallaba dentro del agujero, donde se había roto. La fractura era muy antigua, pues los bordes aparecían herrumbrados, y parecía haber sido hecho de un martillazo, que había hundido parcialmente la cabeza del clavo en el marco inferior de la ventana. Volví a colocar cuidadosamente la parte de la cabeza en el lugar de donde la había sacado, y vi que el clavo daba la exacta impresión de estar entero; la fisura resultaba invisible. Apretando el resorte, levanté ligeramente el marco; la cabeza del clavo subió con él, sin moverse de su lecho. Cerré la ventana, y el clavo dio otra vez la impresión de estar dentro.»Hasta ahora, el enigma quedaba explicado. El asesino había huido por la ventana que daba a la cabecera del lecho. Cerrándose por sí misma (o quizá ex profeso) la ventana había quedado asegurada por su resorte. Y la resistencia ofrecida por éste había inducido a la policía a suponer que se trataba del clavo, dejando así de lado toda investigación suplementaria.»La segunda cuestión consiste en el modo del descenso. Mi paseo con usted por la parte trasera de la casa me satisfizo al respecto. A unos cinco pies y medio de la ventana en cuestión corre una varilla de pararrayos. Desde esa varilla hubiera resultado imposible alcanzar la ventana, y mucho menos introducirse por ella. Observé, sin embargo, que las persianas del cuarto piso pertenecen a esa curiosa especie que los carpinteros parisienses denominan ferrades; es un tipo rara vez empleado en la actualidad, pero que se ve con frecuencia en casas muy viejas de Lyon y Bordeaux. Se las fabrica como una puerta ordinaria (de una sola hoja, y no de doble batiente), con la diferencia de que la parte inferior tiene celosías o tablillas que ofrecen excelente asidero para las manos. En este caso las persianas alcanzan un ancho de tres pies y medio. Cuando las vimos desde la parte posterior de la casa, ambas estaban entornadas, es decir, en ángulo recto con relación a la pared. Es probable que también los policías hayan examinado los fondos del edificio; pero, si así lo hicieron, miraron las ferrades en el ángulo indicado, sin darse cuenta de su gran anchura; por lo menos no la tomaron en cuenta. Sin duda, seguros de que por esa parte era imposible toda fuga, se limitaron a un examen muy sumario. Para mí, sin embargo, era claro que si se abría del todo la persiana correspondiente a la ventana situada sobre el lecho, su borde quedaría a unos dos pies de la varilla del pararrayos. También era evidente que, desplegando tanta agilidad como coraje, se podía llegar hasta la ventana trepando por la varilla. Estirándose hasta una distancia de dos pies y medio (ya que suponemos la persiana enteramente abierta), un ladrón habría podido sujetarse firmemente de las tablillas de la celosía. Abandonando entonces su sostén en la varilla, afirmando los pies en la pared y lanzándose vigorosamente hacia adelante habría podido hacer girar la persiana hasta que se cerrara; si suponemos que la ventana estaba abierta en este momento, habría logrado entrar así en la habitación.»Le pido que tenga especialmente en cuenta que me refiero a un insólito grado de vigor, capaz de llevar a cabo una hazaña tan azarosa y difícil. Mi intención consiste en demostrarle, primeramente, que el hecho pudo ser llevado a cabo; pero, en segundo lugar, y muy especialmente, insisto en llamar su atención sobre el carácter extraordinario, casi sobrenatural, de ese vigor capaz de cosa semejante.»Usando términos judiciales, usted me dirá sin duda que para «redondear mi caso» debería subestimar y no poner de tal modo en evidencia la agilidad que se requiere para dicha proeza. Pero la práctica de los tribunales no es la de la razón. Mi objetivo final es tan sólo la verdad. Y mi propósito inmediato consiste en inducirlo a que yuxtaponga la insólita agilidad que he mencionado a esa voz tan extrañamente aguda (o áspera) y desigual sobre cuya nacionalidad no pudieron ponerse de acuerdo los testigos y en cuyos acentos no se logró distinguir ningún vocablo articulado.Al oír estas palabras pasó por mi mente una vaga e informe concepción de lo que quería significar Dupin. Me pareció estar a punto de entender, pero sin llegar a la comprensión, así como a veces nos hallamos a punto de recordar algo que finalmente no se concreta. Pero mi amigo seguía hablando.-Habrá notado usted -dijo- que he pasado de la cuestión de la salida de la casa a la del modo de entrar en ella. Era mi intención mostrar que ambas cosas se cumplieron en la misma forma y en el mismo lugar. Volvamos ahora al interior del cuarto y examinemos lo que allí aparece. Se ha dicho que los cajones de la cómoda habían sido saqueados, aunque quedaron en ellos numerosas prendas. Esta conclusión es absurda. No pasa de una simple conjetura, bastante tonta por lo demás. ¿Cómo podemos asegurar que las ropas halladas en los cajones no eran las que éstos contenían habitualmente? Madame L’Espanaye y su hija llevaban una vida muy retirada, no veían a nadie, salían raras veces, y pocas ocasiones se les presentaban de cambiar de tocado. Lo que se encontró en los cajones era de tan buena calidad como cualquiera de los efectos que poseían las damas. Si un ladrón se llevó una parte, ¿por qué no tomó lo mejor… por qué no se llevó todo? En una palabra: ¿por qué abandonó cuatro mil francos en oro, para cargarse con un hato de ropa? El oro fue abandonado. La suma mencionada por monsieur Mignaud, el banquero, apareció en su casi totalidad en los sacos tirados por el suelo. Le pido, por tanto, que descarte de sus pensamientos la desatinada idea de un móvil, nacida en el cerebro de los policías por esa parte del testimonio que se refiere al dinero entregado en la puerta de la casa. Coincidencias diez veces más notables que ésta (la entrega del dinero y el asesinato de sus poseedores tres días más tarde) ocurren a cada hora de nuestras vidas sin que nos preocupemos por ellas. En general, las coincidencias son grandes obstáculos en el camino de esos pensadores que todo lo ignoran de la teoría de las probabilidades, esa teoría a la cual los objetivos más eminentes de la investigación humana deben los más altos ejemplos. En esta instancia, si el oro hubiese sido robado, el hecho de que la suma hubiese sido entregada tres días antes habría constituido algo más que una coincidencia. Antes bien, hubiera corroborado la noción de un móvil. Pero, dadas las verdaderas circunstancias del caso, si hemos de suponer que el oro era el móvil del crimen, tenemos entonces que admitir que su perpetrador era lo bastante indeciso y lo bastante estúpido como para olvidar el oro y el móvil al mismo tiempo.»Teniendo, pues, presentes los puntos sobre los cuales he llamado su atención -la voz singular, la insólita agilidad y la sorprendente falta de móvil en un asesinato tan atroz como éste-, echemos una ojeada a la carnicería en sí. Estamos ante una mujer estrangulada por la presión de unas manos e introducida en el cañón de la chimenea con la cabeza hacia abajo. Los asesinos ordinarios no emplean semejantes métodos. Y mucho menos esconden al asesinado en esa forma. En el hecho de introducir el cadáver en la chimenea admitirá usted que hay algo excesivamente inmoderado, algo por completo inconciliable con nuestras nociones sobre los actos humanos, incluso si suponemos que su autor es el más depravado de los hombres. Piense, asimismo, en la fuerza prodigiosa que hizo falta para introducir el cuerpo hacia arriba, cuando para hacerlo descender fue necesario el concurso de varias personas.»Volvámonos ahora a las restantes señales que pudo dejar ese maravilloso vigor. En el hogar de la chimenea se hallaron espesos (muy espesos) mechones de cabello humano canoso. Habían sido arrancados de raíz. Bien sabe usted la fuerza que se requiere para arrancar en esa forma veinte o treinta cabellos. Y además vio los mechones en cuestión tan bien como yo. Sus raíces (cosa horrible) mostraban pedazos del cuero cabelludo, prueba evidente de la prodigiosa fuerza ejercida para arrancar quizá medio millón de cabellos de un tirón. La garganta de la anciana señora no solamente estaba cortada, sino que la cabeza había quedado completamente separada del cuerpo; el instrumento era una simple navaja. Lo invito a considerar la brutal ferocidad de estas acciones. No diré nada de las contusiones que presentaba el cuerpo de Madame L’Espanaye. Monsieur Dumas y su valioso ayudante, monsieur Etienne, han decidido que fueron producidas por un instrumento contundente, y hasta ahí la opinión de dichos caballeros es muy correcta. El instrumento contundente fue evidentemente el pavimento de piedra del patio, sobre el cual cayó la víctima desde la ventana que da sobre la cama. Por simple que sea, esto escapó a la policía por la misma razón que se les escapó el ancho de las persianas: frente a la presencia de clavos se quedaron ciegos ante la posibilidad de que las ventanas hubieran sido abiertas alguna vez.»Si ahora, en adición a estas cosas, ha reflexionado usted adecuadamente sobre el extraño desorden del aposento, hemos llegado al punto de poder combinar las nociones de una asombrosa agilidad, una fuerza sobrehumana, una ferocidad brutal, una carnicería sin motivo, una grotesquerie en el horror por completo ajeno a lo humano, y una voz de tono extranjero para los oídos de hombres de distintas nacionalidades y privada de todo silabeo inteligible. ¿Qué resultado obtenemos? ¿Qué impresión he producido en su imaginación?Al escuchar las preguntas de Dupin sentí que un estremecimiento recorría mi cuerpo.-Un maníaco es el autor del crimen -dije-. Un loco furioso escapado de alguna maison de santé de la vecindad.-En cierto sentido -dijo Dupin-, su idea no es inaplicable. Pero, aun en sus más salvajes paroxismos, las voces de los locos jamás coinciden con esa extraña voz escuchada en lo alto. Los locos pertenecen a alguna nación, y, por más incoherentes que sean sus palabras, tienen, sin embargo, la coherencia del silabeo. Además, el cabello de un loco no es como el que ahora tengo en la mano. Arranqué este pequeño mechón de entre los dedos rígidamente apretados de madame L’Espanaye. ¿Puede decirme qué piensa de ellos?-¡Dupin… este cabello es absolutamente extraordinario…! ¡No es cabello humano! -grité, trastornado por completo.-No he dicho que lo fuera -repuso mi amigo-. Pero antes de que resolvamos este punto, le ruego que mire el bosquejo que he trazado en este papel. Es un facsímil de lo que en una parte de las declaraciones de los testigos se describió como «contusiones negruzcas, y profundas huellas de uñas» en la garganta de mademoiselle L’Espanaye, y en otra (declaración de los señores Dumas y Etienne) como «una serie de manchas lívidas que, evidentemente, resultaban de la presión de unos dedos».«Notará usted -continuó mi amigo, mientras desplegaba el papel- que este diseño indica una presión firme y fija. No hay señal alguna de deslizamiento. Cada dedo mantuvo (probablemente hasta la muerte de la víctima) su terrible presión en el sitio donde se hundió primero. Le ruego ahora que trate de colocar todos sus dedos a la vez en las respectivas impresiones, tal como aparecen en el dibujo.Lo intenté sin el menor resultado.-Quizá no estemos procediendo debidamente -dijo Dupin-. El papel es una superficie plana, mientras que la garganta humana es cilíndrica. He aquí un rodillo de madera, cuya circunferencia es aproximadamente la de una garganta. Envuélvala con el dibujo y repita el experimento.Así lo hice, pero las dificultades eran aún mayores.-Esta marca -dije- no es la de una mano humana.-Lea ahora -replicó Dupin- este pasaje de Cuvier.Era una minuciosa descripción anatómica y descriptiva del gran orangután leonado de las islas de la India oriental. La gigantesca estatura, la prodigiosa fuerza y agilidad, la terrible ferocidad y las tendencias imitativas de estos mamíferos son bien conocidas. Instantáneamente comprendí todo el horror del asesinato.-La descripción de los dedos -dije al terminar la lectura-concuerda exactamente con este dibujo. Sólo un orangután, entre todos los animales existentes, es capaz de producir las marcas que aparecen en su diseño. Y el mechón de pelo coincide en un todo con el pelaje de la bestia descrita por Cuvier. De todas maneras, no alcanzo a comprender los detalles de este aterrador misterio. Además, se escucharon dos voces que disputaban y una de ellas era, sin duda, la de un francés.-Cierto, Y recordará usted que, casi unánimemente, los testigos declararon haber oído decir a esa voz las palabras: Mon Dieu! Dadas las circunstancias, uno de los testigos (Montani, el confitero) acertó al sostener que la exclamación tenía un tono de reproche o reconvención. Sobre esas dos palabras, pues, he apoyado todas mis esperanzas de una solución total del enigma. Un francés estuvo al tanto del asesinato. Es posible -e incluso muy probable- que fuera inocente de toda participación en el sangriento episodio. El orangután pudo habérsele escapado. Quizá siguió sus huellas hasta la habitación; pero, dadas las terribles circunstancias que se sucedieron, le fue imposible capturarlo otra vez. El animal anda todavía suelto. No continuaré con estas conjeturas (pues no tengo derecho a darles otro nombre), ya que las sombras de reflexión que les sirven de base poseen apenas suficiente profundidad para ser alcanzadas por mi intelecto, y no pretenderé mostrarlas con claridad a la inteligencia de otra persona. Las llamaremos conjeturas, pues, y nos referiremos a ellas como tales. Si el francés en cuestión es, como lo supongo, inocente de tal atrocidad, este aviso que deje anoche cuando volvíamos a casa en las oficinas de Le Monde (un diario consagrado a cuestiones marítimas y muy leído por los navegantes) lo hará acudir a nuestra casa.Me alcanzó un papel, donde leí:Capturado.-En el Bois de Boulogne, en la mañana del… (la mañana del asesinato), se ha capturado un gran orangután leonado de la especie de Borneo. Su dueño (de quien se sabe que es un marinero perteneciente a un barco maltés) puede reclamarlo, previa identificación satisfactoria y pago de los gastos resultantes de su captura y cuidado. Presentarse al número… calle… Faubourg Saint-Germain… tercer piso.-Pero, ¿cómo es posible -pregunté- que sepa usted que el hombre es un marinero y que pertenece a un barco maltes?-No lo sé -dijo Dupin- y no estoy seguro de ello. Pero he aquí un trocito de cinta que, a juzgar por su forma y su grasienta condición, debió de ser usado para atar el pelo en una de esas largas queues de que tan orgullosos se muestran los marineros. Además, el nudo pertenece a esa clase que pocas personas son capaces de hacer, salvo los marinos, y es característico de los malteses. Encontré esta cinta al pie de la varilla del pararrayos. Imposible que perteneciera a una de las víctimas. De todos modos, si me equivoco al deducir de la cinta que el francés era un marinero perteneciente a un barco maltes, no he causado ningún daño al estamparlo en el aviso. Si me equivoco, el hombre pensará que me he confundido por alguna razón que no se tomará el trabajo de averiguar. Pero si estoy en lo cierto, hay mucho de ganado. Conocedor, aunque inocente de los asesinatos, el francés vacilará, como es natural, antes de responder al aviso y reclamar el orangután. He aquí cómo razonará: «Soy inocente y pobre; mi orangután es muy valioso y para un hombre como yo representa una verdadera fortuna. ¿Por qué perderlo a causa de una tonta aprensión? Está ahí, a mi alcance. Lo han encontrado en el Bois de Boulogne, a mucha distancia de la escena del crimen. ¿Cómo podría sospechar alguien que ese animal es el culpable? La policía está desorientada y no ha podido encontrar la más pequeña huella. Si llegaran a seguir la pista del mono, les será imposible probar que supe algo de los crímenes o echarme alguna culpa como testigo de ellos. Además, soy conocido. El redactor del aviso me designa como dueño del animal. Ignoro hasta dónde llega su conocimiento. Si renuncio a reclamar algo de tanto valor, que se sabe de mi pertenencia, las sospechas recaerán, por lo menos, sobre el animal. Contestaré al aviso, recobraré el orangután y lo tendré encerrado hasta que no se hable más del asunto.»En ese momento oímos pasos en la escalera.-Prepare las pistolas -dijo Dupin-, pero no las use ni las exhiba hasta que le haga una seña.La puerta de entrada de la casa había quedado abierta y el visitante había entrado sin llamar, subiendo algunos peldaños de la escalera. Pero, de pronto, pareció vacilar y lo oímos bajar. Dupin corría ya a la puerta cuando advertimos que volvía a subir. Esta vez no vaciló, sino que, luego de trepar decididamente la escalera, golpeó en nuestra puerta.-¡Adelante! -dijo Dupin con voz cordial y alegre.El hombre que entró era, con toda evidencia, un marino, alto, robusto y musculoso, con un semblante en el que cierta expresión audaz no resultaba desagradable. Su rostro, muy atezado, aparecía en gran parte oculto por las patillas y los bigotes. Traía consigo un grueso bastón de roble, pero al parecer ésa era su única arma. Inclinóse torpemente, dándonos las buenas noches en francés; a pesar de un cierto acento suizo de Neufchatel, se veía que era de origen parisiense.-Siéntese usted, amigo mío -dijo Dupin-. Supongo que viene en busca del orangután. Palabra, se lo envidio un poco; es un magnífico animal, que presumo debe de tener gran valor. ¿Qué edad le calcula usted?El marinero respiró profundamente, con el aire de quien se siente aliviado de un peso intolerable, y contestó con tono reposado:-No podría decirlo, pero no tiene más de cuatro o cinco años. ¿Lo guarda usted aquí?-¡Oh, no! Carecemos de lugar adecuado. Está en una caballeriza de la rue Dubourg, cerca de aquí. Podría usted llevárselo mañana por la mañana. Supongo que estará en condiciones de probar su derecho de propiedad.-Por supuesto que sí, señor.-Lamentaré separarme de él -dijo Dupin.-No quisiera que usted se hubiese molestado por nada -declaró el marinero-. Estoy dispuesto a pagar una recompensa por el hallazgo del animal. Una suma razonable, se entiende.-Pues bien -repuso mi amigo-, eso me parece muy justo. Déjeme pensar: ¿qué le pediré? ¡Ah, ya sé! He aquí cuál será mi recompensa: me contará usted todo lo que sabe sobre esos crímenes en la rue Morgue.Dupin pronunció las últimas palabras en voz muy baja y con gran tranquilidad. Después, con igual calma, fue hacia la puerta, la cerró y guardó la llave en el bolsillo. Sacando luego una pistola, la puso sin la menor prisa sobre la mesa.El rostro del marinero enrojeció como si un acceso de sofocación se hubiera apoderado de él. Levantándose, aferró su bastón, pero un segundo después se dejó caer de nuevo en el asiento, temblando violentamente y pálido como la muerte. No dijo una palabra. Lo compadecí desde lo más profundo de mi corazón.-Amigo mío, se está usted alarmando sin necesidad -dijo cordialmente Dupin-. Le aseguro que no tenemos intención de causarle el menor daño. Lejos de nosotros querer perjudicarlo: le doy mi palabra de caballero y de francés. Estoy perfectamente enterado de que es usted inocente de las atrocidades de la rue Morgue. Pero sería inútil negar que, en cierto modo, se halla implicado en ellas. Fundándose en lo que le he dicho, supondrá que poseo medios de información sobre este asunto, medios que le sería imposible imaginar. El caso se plantea de la siguiente manera: usted no ha cometido nada que no debiera haber cometido, nada que lo haga culpable. Ni siquiera se le puede acusar de robo, cosa que pudo llevar a cabo impunemente. No tiene nada que ocultar ni razón para hacerlo. Por otra parte, el honor más elemental lo obliga a confesar todo lo que sabe. Hay un hombre inocente en la cárcel, acusado de un crimen cuyo perpetrador puede usted denunciar.Mientras Dupin pronunciaba estas palabras, el marinero había recobrado en buena parte su compostura, aunque su aire decidido del comienzo habíase desvanecido por completo.-¡Dios venga en mi ayuda! -dijo, después de una pausa-. Sí, le diré todo lo que sé sobre este asunto, aunque no espero que crea ni la mitad de lo que voy a contarle… ¡Estaría loco si pensara que van a creerme! Y, sin embargo, soy inocente, y lo confesaré todo aunque me cueste la vida.En sustancia, lo que nos dijo fue lo siguiente: Poco tiempo atrás, había hecho un viaje al archipiélago índico. Un grupo del que formaba parte desembarcó en Borneo y penetró en el interior a fin de hacer una excursión placentera. Entre él y un compañero capturaron al orangután. Como su compañero falleciera, quedó dueño único del animal. Después de considerables dificultades, ocasionadas por la indomable ferocidad de su cautivo durante el viaje de vuelta, logró finalmente encerrarlo en su casa de París, donde, para aislarlo de la incómoda curiosidad de sus vecinos, lo mantenía cuidadosamente recluido, mientras el animal curaba de una herida en la pata que se había hecho con una astilla a bordo del buque. Una vez curado, el marinero estaba dispuesto a venderlo.Una noche, o más bien una madrugada, en que volvía de una pequeña juerga de marineros, nuestro hombre se encontró con que el orangután había penetrado en su dormitorio, luego de escaparse de la habitación contigua donde su captor había creído tenerlo sólidamente encerrado. Navaja en mano y embadurnado de jabón, habíase sentado frente a un espejo y trataba de afeitarse, tal como, sin duda, había visto hacer a su amo espiándolo por el ojo de la cerradura. Aterrado al ver arma tan peligrosa en manos de un animal que, en su ferocidad, era harto capaz de utilizarla, el marinero se quedó un instante sin saber qué hacer. Por lo regular, lograba contener al animal, aun en sus arrebatos más terribles, con ayuda de un látigo, y pensó acudir otra vez a ese recurso. Pero al verlo, el orangután se lanzó de un salto a la puerta, bajó las escaleras y, desde ellas, saltando por una ventana que desgraciadamente estaba abierta, se dejó caer a la calle.Desesperado, el francés se precipitó en su seguimiento. Navaja en mano, el mono se detenía para mirar y hacer muecas a su perseguidor, dejándolo acercarse casi hasta su lado. Entonces echaba a correr otra vez. Siguió así la caza durante largo tiempo. Las calles estaban profundamente tranquilas, pues eran casi las tres de la madrugada. Al atravesar el pasaje de los fondos de la rue Morgue, la atención del fugitivo se vio atraída por la luz que salía de la ventana abierta del aposento de madame L’Espanaye, en el cuarto piso de su casa. Precipitándose hacia el edificio, descubrió la varilla del pararrayos, trepó por ella con inconcebible agilidad, aferró la persiana que se hallaba completamente abierta y pegada a la pared, y en esta forma se lanzó hacia adelante hasta caer sobre la cabecera de la cama. Todo esto había ocurrido en menos de un minuto. Al saltar en la habitación, las patas del orangután rechazaron nuevamente la persiana, la cual quedó abierta.El marinero, a todo esto, se sentía tranquilo y preocupado al mismo tiempo. Renacían sus esperanzas de volver a capturar a la bestia, ya que le sería difícil escapar de la trampa en que acababa de meterse, salvo que bajara otra vez por el pararrayos, ocasión en que sería posible atraparlo. Por otra parte, se sentía ansioso al pensar en lo que podría estar haciendo en la casa. Esta última reflexión indujo al hombre a seguir al fugitivo. Para un marinero no hay dificultad en trepar por una varilla de pararrayos; pero, cuando hubo llegado a la altura de la ventana, que quedaba muy alejada a su izquierda, no pudo seguir adelante; lo más que alcanzó fue a echarse a un lado para observar el interior del aposento. Apenas hubo mirado, estuvo a punto de caer a causa del horror que lo sobrecogió. Fue en ese momento cuando empezaron los espantosos alaridos que arrancaron de su sueño a los vecinos de la rue Morgue. Madame L’Espanaye y su hija, vestidas con sus camisones de dormir, habían estado aparentemente ocupadas en arreglar algunos papeles en la caja fuerte ya mencionada, la cual había sido corrida al centro del cuarto. Hallábase abierta, y a su lado, en el suelo, los papeles que contenía. Las víctimas debían de haber estado sentadas dando la espalda a la ventana, y, a juzgar por el tiempo transcurrido entre la entrada de la bestia y los gritos, parecía probable que en un primer momento no hubieran advertido su presencia. El golpear de la persiana pudo ser atribuido por ellas al viento.En el momento en que el marinero miró hacia el interior del cuarto, el gigantesco animal había aferrado a madame L’Espanaye por el cabello (que la dama tenía suelto, como si se hubiera estado peinando) y agitaba la navaja cerca de su cara imitando los movimientos de un barbero. La hija yacía postrada e inmóvil, víctima de un desmayo. Los gritos y los esfuerzos de la anciana señora, durante los cuales le fueron arrancados los mechones de la cabeza, tuvieron por efecto convertir los propósitos probablemente pacíficos del orangután en otros llenos de furor. Con un solo golpe de su musculoso brazo separó casi completamente la cabeza del cuerpo de la víctima. La vista de la sangre transformó su cólera en frenesí. Rechinando los dientes y echando fuego por los ojos, saltó sobre el cuerpo de la joven y, hundiéndole las terribles garras en la garganta, las mantuvo así hasta que hubo expirado. Las furiosas miradas de la bestia cayeron entonces sobre la cabecera del lecho, sobre el cual el rostro de su amo, paralizado por el horror, alcanzaba apenas a divisarse. La furia del orangután, que, sin duda, no olvidaba el temido látigo, se cambió instantáneamente en miedo. Seguro de haber merecido un castigo, pareció deseoso de ocultar sus sangrientas acciones, y se lanzó por el cuarto lleno de nerviosa agitación, echando abajo y rompiendo los muebles a cada salto y arrancando el lecho de su bastidor. Finalmente se apoderó del cadáver de mademoiselle L’Espanaye y lo metió en el cañón de la chimenea, tal como fue encontrado luego, tomó luego el de la anciana y lo tiró de cabeza por la ventana.En momentos en que el mono se acercaba a la ventana con su mutilada carga, el marinero se echó aterrorizado hacia atrás y, deslizándose sin precaución alguna hasta el suelo, corrió inmediatamente a su casa, temeroso de las consecuencias de semejante atrocidad y olvidando en su terror toda preocupación por la suerte del orangután. Las palabras que los testigos oyeron en la escalera fueron las exclamaciones de espanto del francés, mezcladas con los diabólicos sonidos que profería la bestia.Poco me queda por agregar. El orangután debió de escapar por la varilla del pararrayos un segundo antes de que la puerta fuera forzada. Sin duda, cerró la ventana a su paso. Más tarde fue capturado por su mismo dueño, quien lo vendió al Jardin des Plantes en una elevada suma.Lebon fue puesto en libertad inmediatamente después que hubimos narrado todas las circunstancias del caso -con algunos comentarios por parte de Dupin- en el bureau del prefecto de policía. Este funcionario, aunque muy bien dispuesto hacia mi amigo, no pudo ocultar del todo el fastidio que le producía el giro que había tomado el asunto, y deslizó uno o dos sarcasmos sobre la conveniencia de que cada uno se ocupara de sus propios asuntos.-Déjelo usted hablar -me dijo Dupin, que no se había molestado en replicarle-. Deje que se desahogue; eso aliviará su conciencia. Me doy por satisfecho con haberlo derrotado en su propio terreno. De todos modos, el hecho de que haya fracasado en la solución del misterio no es ninguna razón para asombrarse; en verdad, nuestro amigo el prefecto es demasiado astuto para ser profundo. No hay fibra en su ciencia: mucha cabeza y nada de cuerpo, como las imágenes de la diosa Laverna, o, a lo sumo, mucha cabeza y lomos, como un bacalao. Pero después de todo es un buen hombre. Lo estimo especialmente por cierta forma maestra de gazmoñería, a la cual debe su reputación. Me refiero a la manera que tiene de nier ce qui est, et d’ expliquer ce qui n’est pas.FINTraducción de Julio Cortázar
Nadie piensa nunca que algo realmente malo les va a pasar. Hasta que lo haga. Y nadie regresa de un intestino perforado, neumonía por aspiración y una máquina ECMO. Hasta que alguien lo hizo.A mí.Estoy escribiendo esto en una casa alquilada con vista al Océano Pacífico. (Mi casa real está al final de la calle en proceso de renovación; dicen que llevará seis meses, así que calculo que alrededor de un año). Un par de halcones de cola roja vuela en círculos debajo de mí en el cañón que lleva al Palisades al agua. Es un hermoso día de primavera en Los Ángeles. Esta mañana he estado ocupada colgando obras de arte en mis paredes (o más bien haciéndolas colgar, no soy tan manitas). Realmente me he metido en el arte en los últimos años, y si miras lo suficientemente cerca, encontrarás uno o dos Banksy extraños. También estoy trabajando en el segundo borrador de un guion. Hay Coca-Cola Light fresca en mi vaso y un paquete completo de Marlboro en mi bolsillo. A veces, estas cosas son suficientes.A veces.Sigo volviendo a este hecho singular e ineludible: estoy vivo. Dadas las probabilidades, esas tres palabras son más milagrosas de lo que puedas imaginar; para mí, tienen una cualidad extraña y brillante, como rocas traídas de un planeta lejano. Nadie puede creerlo del todo. Es muy extraño vivir en un mundo en el que si mueres, la gente se escandalizaría pero no sorprendería a nadie.Lo que esas tres palabras, estoy vivo, me llenan, por encima de todo, es un sentimiento de profunda gratitud. Cuando has estado tan cerca de lo celestial como yo, realmente no tienes otra opción acerca de la gratitud: se sienta en la mesa de tu sala de estar como un libro de mesa de café, apenas lo notas, pero está ahí. Sin embargo, acechando esa gratitud, enterrada profundamente en algún lugar del tenue regaliz anisado de la Coca-Cola Light, y llenando mis pulmones como cada calada de cada cigarrillo, hay una agonía persistente.No puedo evitar hacerme la abrumadora pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué estoy vivo? Tengo una pista para la respuesta, pero aún no está completamente formada. Está cerca de ayudar a la gente, lo sé, pero no sé cómo. Lo mejor de mí, sin excepción, es que si un compañero alcohólico se me acerca y me pregunta si puedo ayudarlo a dejar de beber, puedo decir que sí, y realmente hacer un seguimiento y hacerlo. Puedo ayudar a un hombre desesperado a recuperar la sobriedad. La respuesta a "¿Por qué estoy vivo?" Creo que vive en algún lugar de allí. Después de todo, es lo único que he encontrado que realmente se siente bien. Es innegable que allí está Dios.Pero, verá, no puedo decir que sí a esa pregunta "¿Por qué?" cuando siento que no soy suficiente. No puedes regalar algo que no tienes. Y la mayor parte del tiempo tengo estos pensamientos persistentes: no soy suficiente, no importo, estoy demasiado necesitado. Estos pensamientos me hacen sentir incómodo. Necesito amor, pero no confío en él. Si abandono mi juego, mi Chandler, y te muestro quién soy realmente, es posible que me notes, pero peor aún, es posible que me notes y me dejes. Y no puedo tener eso. No sobreviviré a eso. Ya no. Me convertirá en una mota de polvo y me aniquilará.Entonces, te dejaré primero. Fabricaré en mi mente que algo salió mal contigo, y lo creeré. Y me iré. Pero algo no puede salir mal con todos ellos, Matso. ¿Cuál es el denominador común aquí?Y ahora estas cicatrices en mi estómago. Estos amores rotos. Dejando a Raquel. (No, esa no. La verdadera Rachel. La ex novia de mis sueños, Rachel.) Me persiguen mientras estoy despierto a las 4:00 am, en mi casa con vista a Pacific Palisades. Tengo cincuenta y dos. Ya no es tan lindo.Cada casa en la que he vivido ha tenido una vista. Eso es lo más importante para mí.Cuando tenía cinco años, me enviaron en un avión desde Montreal, Canadá, donde vivía con mi mamá, a Los Ángeles, California, donde visitaría a mi papá. Yo era lo que se llama “un menor no acompañado” (en un momento ese fue el título de este libro). En ese entonces, era típico enviar niños en aviones: volar niños solos a esa edad era algo que la gente hacía. No estuvo bien, pero lo hicieron. Tal vez por un milisegundo pensé que sería una aventura emocionante, y luego me di cuenta de que era demasiado joven para estar solo y que todo esto era completamente aterrador (y una mierda). ¡Uno de ustedes venga a buscarme! Tenía cinco. ¿Están todos locos?¿Los cientos de miles de dólares que me costó esa elección particular en terapia? ¿Puedo recuperar eso, por favor? Obtiene todo tipo de ventajas cuando es un menor sin acompañante en un avión, incluido un pequeño cartel alrededor de su cuello que dice MENOR SIN ACOMPAÑANTE, además de embarque anticipado, salones solo para niños, refrigerios en el ying-yang, alguien que lo acompañe. al avión... tal vez debería haber sido increíble (luego, como una persona famosa, obtuve todos estos beneficios y más en los aeropuertos, pero cada vez me recordaba a ese primer vuelo, así que los odiaba). Se suponía que las azafatas me cuidarían, pero estaban ocupadas sirviendo champán en la clase económica (eso es lo que hacían en la década de 1970). El máximo de dos bebidas se había eliminado recientemente, por lo que el vuelo se sintió como seis horas en Sodoma y Gomorra. El hedor a alcohol estaba por todas partes; el tipo a mi lado debe haber tenido diez old-fashioned. (Dejé de contar después de un par de horas.Presionaba el pequeño botón de servicio cuando me atrevía, lo cual no sucedía muy a menudo. Los asistentes de vuelo, con sus botas calientes de la década de 1970 y sus pantalones cortos, pasaban, me revolvían el pelo y seguían adelante.Estaba jodidamente aterrorizado. Traté de leer mi revista Highlights, pero cada vez que el avión golpeaba un bache en el aire, sabía que estaba a punto de morir. No tenía a nadie que me dijera que estaba bien, nadie a quien mirar para tranquilizarme. Mis pies ni siquiera llegaban al suelo. Estaba demasiado asustado para reclinar el asiento y tomar una siesta, así que me quedé despierto, esperando el próximo bache, preguntándome una y otra vez cómo sería caer desde diez mil metros de altura.No me caí, al menos no literalmente. Finalmente, el avión comenzó su descenso hacia la hermosa tarde de California. Podía ver las luces parpadeando, las calles extendidas como una gran alfombra mágica brillante, amplias franjas de oscuridad que ahora sé que eran las colinas, la ciudad latiendo hacia mí mientras pegaba mi carita contra la ventanilla del avión, y recuerdo tan vívidamente pensando que esas luces y toda esa belleza significaban que estaba a punto de tener un padre.No tener un padre en ese vuelo es una de las muchas cosas que llevaron a un sentimiento de abandono de por vida... Si hubiera sido suficiente, no me habrían dejado solo, ¿verdad? ¿No es así como se suponía que funcionaba todo esto? Los otros niños tenían padres con ellos. Tenía un cartel y una revista.Es por eso que cuando compro una casa nueva, y ha habido muchas (nunca subestimes una geográfica), tiene que tener una vista. Quiero la sensación de que puedo menospreciar la seguridad, un lugar donde alguien piensa en mí, un lugar donde hay amor. Allá abajo, en algún lugar de ese valle, o en ese vasto océano más allá de la Carretera de la Costa del Pacífico, en las relucientes alas primarias del colirrojo, ahí es donde está la paternidad. Ahí es donde está el amor. Ahí es donde está el hogar. Puedo sentirme seguro ahora.¿Por qué ese niño pequeño estaba solo en un avión? ¿Quizás volar a Canadá y recogerlo? Esa es una pregunta que a menudo me hago pero nunca me atrevería a hacer.No soy el mayor fanático de la confrontación. Hago muchas preguntas. Simplemente no en voz alta.Durante mucho tiempo, traté de encontrar cualquier cosa y alguien a quien culpar por el lío en el que me encontraba.He pasado gran parte de mi vida en hospitales. Estar en hospitales hace que hasta el mejor de nosotros tenga autocompasión, y yo he hecho un sólido esfuerzo por autocompadecerme. Cada vez que me acuesto allí, me encuentro pensando en la vida que he vivido, cambiando cada momento de esta manera, como un hallazgo confuso en una excavación arqueológica, tratando de encontrar alguna razón por la que he pasado tanto tiempo. mi vida en el malestar y el dolor emocional. Siempre entendí de dónde venía el verdadero dolor. (Siempre supe por qué tenía dolor físico en ese momento; la respuesta fue, bueno, no puedes beber tanto, imbécil).Para empezar, quería culpar a mis amorosos y bien intencionados padres... amorosos, bien intencionados y fascinantemente atractivos, para empezar.Volvamos al viernes 28 de enero de 1966: el escenario es la Universidad Luterana de Waterloo en Ontario.Estamos en la quinta competencia anual de Miss Reina de las Nieves de la Universidad Canadiense ("evaluada sobre la base de la inteligencia, la participación en actividades estudiantiles y la personalidad, así como la belleza"). Esos canadienses no repararon en gastos para anunciar una nueva Miss CUSQ; iba a haber un "desfile de antorchas con carrozas, bandas y los concursantes", además de "una comida al aire libre y un partido de hockey".La lista de candidatos para el honor incluye a Suzanne Langford, que figura en el undécimo lugar y representa a la Universidad de Toronto. Contra ella se han dispuesto bellezas con nombres maravillosos como Ruth Shaver de la Columbia Británica; Martha Quail de Ottawa; e incluso Helen "Chickie" Fuhrer de McGill, quien presumiblemente había agregado "Chickie" para mitigar el hecho de que su apellido era un poco desafortunado solo dos décadas después del final de la Segunda Guerra Mundial.Pero estas jóvenes no eran rival para la hermosa señorita Langford. Esa gélida noche de enero, la ganadora del año anterior ayudó a coronar a la quinta Miss Reina de las Nieves de la Universidad Canadiense, y con ese honor vino una banda y una responsabilidad: ahora sería el trabajo de Miss Langford entregar la corona al año siguiente.El concurso de 1967 fue igualmente emocionante. Este año iba a haber un concierto de los Serendipity Singers, una especie de combo de Mamas & the Papas que casualmente tenía un cantante principal llamado John Bennett Perry. The Serendipity Singers fueron una anomalía incluso en la década de 1960, su mayor (y único) éxito, "Don't Let the Rain Come Down", fue un refrito de una canción de cuna británica, incluso así, alcanzó el número 2 en la lista de adultos contemporáneos y el número 6 en Billboard Hot 100 en mayo de 1964. Pero ese logro se pone en perspectiva porque los Beatles tenían los cinco primeros: "Can't Buy Me Love", "Twist and Shout", " Ella te ama”, “Quiero tomar tu mano” y “Por favor, compláceme”. No le importaba a John Perry: estaba de gira, un músico en activo, cantando para su cena, y ¿qué podría ser mejor que tener un concierto en la gala de Miss Reina de las Nieves de la Universidad Canadiense en Ontario? Allí estaba él, felizmente cantando, "Ahora este hombrecito torcido y su gato y ratón torcidos. Todos viven juntos en una casita torcida", y coqueteando a través del micrófono con la Miss Reina de las Nieves de la Universidad Canadiense del año pasado, Suzanne Langford. En ese momento, eran dos de las personas más hermosas sobre la faz del planeta, deberías ver fotos de ellos de su boda, solo quieres golpearlos en sus rostros perfectamente cincelados. No tuvieron oportunidad. Cuando dos personas se ven tan bien, simplemente se transforman entre sí. ” y coqueteando a través del micrófono con la Miss Reina de las Nieves de la Universidad Canadiense del año pasado, Suzanne Langford. En ese momento, eran dos de las personas más hermosas sobre la faz del planeta, deberías ver fotos de ellos de su boda, solo quieres golpearlos en sus rostros perfectamente cincelados. No tuvieron oportunidad. Cuando dos personas se ven tan bien, simplemente se transforman entre sí. ” y coqueteando a través del micrófono con la Miss Reina de las Nieves de la Universidad Canadiense del año pasado, Suzanne Langford. En ese momento, eran dos de las personas más hermosas sobre la faz del planeta, deberías ver fotos de ellos de su boda, solo quieres golpearlos en sus rostros perfectamente cincelados. No tuvieron oportunidad. Cuando dos personas se ven tan bien, simplemente se transforman entre sí.El coqueteo se convirtió en baile una vez que John terminó su actuación, y eso podría haber sido todo, de no ser por la enorme tormenta de nieve kismética que acechaba la noche e hizo imposible que los Serendipity Singers salieran de la ciudad. Entonces, ese es el encuentro lindo: un cantante de folk y una reina de belleza se enamoran en una ciudad canadiense cubierta de nieve en 1967... el hombre más guapo del planeta conoce a la mujer más guapa del planeta. Todo el mundo allí también podría haberse ido a casa.John Perry se quedó a pasar la noche, y Suzanne Langford estaba bastante feliz por eso, y aproximadamente un año o dos después, después de la escena del montaje, se encontró en Williamstown, Massachusetts, de donde es John, y las células dentro de ella se dividían y vencían. Tal vez algo salió mal en esas divisiones simples, quién puede decir, todo lo que sé es que la adicción es una enfermedad y, como mis padres cuando se conocieron, no tuve ninguna oportunidad.Nací el 19 de agosto de 1969, un martes, hijo de John Bennett Perry, difunto de los Serendipity Singers, y Suzanne Marie Langford, ex Miss Canadian University Snow Queen. Hubo una gran tormenta la noche que llegué (por supuesto que la hubo); todos estaban jugando Monopoly esperando que yo apareciera (por supuesto que lo estaban). Golpeé el planeta aproximadamente un mes después del alunizaje, y un día después de que Woodstock terminara, así que, en algún lugar entre la perfección cósmica de los orbes celestiales y toda esa mierda en Yasgur's Farm, me convertí en vida, interrumpiendo la oportunidad de alguien de construir hoteles. en Malecón.Salí gritando, y no paré de gritar. Por semanas. Yo era un niño con cólicos, mi estómago fue un problema desde el principio. Mis padres se estaban volviendo locos por la cantidad de lágrimas que lloraba. ¿Loco? Preocupado, me llevaron a un médico. Esto es 1969, un tiempo prehistórico en comparación con ahora. Dicho esto, no sé cuán avanzada tiene que ser la civilización para entender que darle fenobarbital a un bebé que acaba de entrar en su segundo mes de respirar el aire de Dios es, en el mejor de los casos, un enfoque interesante de la medicina pediátrica. Pero no era tan raro en la década de 1960 dar a los padres de un niño con cólicos un barbitúrico importante. Algunos médicos mayores juraron por él, y por eso, quiero decir, "recetar un barbitúrico importante para un niño que apenas nace y que no deja de llorar".Quiero ser muy claro en este punto. NO culpo a mis padres por esto. Tu hijo está llorando todo el tiempo, claramente algo anda mal, el médico te receta un medicamento, no es el único médico que piensa que es una buena idea, le das el medicamento al niño, el niño deja de llorar. Era un tiempo diferente.Allí estaba yo, sobre las rodillas de mi estresada madre, gritando por encima de su hombro de veintiún años como un dinosaurio con bata blanca, apenas levantando la vista de su amplio escritorio de roble, chasqueando la lengua por lo bajo con su mal aliento a “los padres de estos días”, y escribió un guion para un importante barbitúrico adictivo.Yo era ruidoso y necesitado, y fue respondido con una pastilla. (Hmm, eso suena como mis malditos veinte años). Me dijeron que tomé fenobarbital durante el segundo mes de mi vida, entre los treinta y los sesenta días. Este es un momento importante en el desarrollo de un bebé, especialmente cuando se trata de dormir. (Cincuenta años después, todavía no duermo bien). Una vez que el barbitúrico estaba a bordo, simplemente me desmayaba. Aparentemente, estaría llorando, y la droga me golpearía, y me dejaría inconsciente, y esto haría que mi padre estallara en carcajadas. No estaba siendo cruel; Los bebés drogados son divertidos. Hay fotos mías de bebé en las que se nota que estoy jodidamente drogado, asintiendo como un adicto a la edad de siete semanas. Lo cual es extrañamente apropiado para un niño nacido el día después de que Woodstock terminó, supongo. estaba necesitado; No era el lindo bebé sonriente que todos esperaban. Tomaré esto y cerraré la puta boca.Irónicamente, los barbitúricos y yo hemos tenido una relación muy extraña a lo largo de los años. La gente se sorprendería al saber que la mayor parte del tiempo he estado sobrio desde 2001. Excepto por unos sesenta o setenta pequeños contratiempos a lo largo de los años. Cuando ocurren estos contratiempos, si quieres estar sobrio, lo que siempre hice, te darían medicamentos para ayudarte. ¿Qué droga se puede pedir? Lo has adivinado: ¡fenobarbital! Los barbitúricos te calman mientras intentas sacar cualquier otra mierda que tengas en el cuerpo; y bueno, comencé a tomar uno a los treinta días, así que como adulto simplemente retomé donde lo había dejado. Cuando estoy en una desintoxicación, me siento muy necesitado e incómodo; lamento decir que soy el peor paciente del mundo.La desintoxicación es un infierno. La desintoxicación es acostarse en la cama, ver pasar los segundos, sabiendo que no estás cerca de sentirte bien. Cuando me estoy desintoxicando, siento que me estoy muriendo. Siento que nunca terminará. Mis entrañas se sienten como si estuvieran tratando de salir de mi cuerpo. Estoy temblando y sudando. Soy como ese bebé al que no le dieron una pastilla para mejorar las cosas. Elegí estar drogado durante cuatro horas, sabiendo que luego estaré en ese infierno durante siete días. (Te dije que esta parte de mí está loca, ¿verdad?) A veces, tengo que estar encerrado durante meses para romper el ciclo.Cuando me estoy desintoxicando, "OK" es un recuerdo lejano, o algo reservado para las tarjetas Hallmark. Estoy rogando como un niño por cualquier tipo de medicamento que ayude a aliviar los síntomas: un hombre adulto, que probablemente se ve muy bien en la portada de la revista People al mismo tiempo, rogando por alivio. Renunciaría a todo, cada automóvil, cada casa, todo el dinero, solo para detenerlo. Y cuando finalmente termina la desintoxicación, te bañas en alivio, jurando arriba y abajo que nunca volverás a pasar por eso. Hasta ahí estás, tres semanas después, exactamente en la misma posición.Es una locura. Estoy loco.Y como un bebé, no quería hacer el trabajo interno por tanto tiempo, porque si una pastilla lo arregla, bueno, eso es más fácil, y eso es lo que me enseñaron.Alrededor de mi noveno mes, mis padres decidieron que ya habían tenido suficiente el uno del otro, me escondieron en un asiento de automóvil en Williamstown y los tres condujimos hasta la frontera con Canadá, cinco horas y media. Puedo imaginarme el silencio de ese viaje en auto. No hablé, por supuesto, y los dos ex tortolitos en el asiento delantero estaban hartos de hablar entre ellos. Y, sin embargo, ese silencio debe haber sido ensordecedor. Algo importante estaba pasando. Allí, con el sonido lejano de las Cataratas del Niágara como fondo, mi abuelo materno, el militar Warren Langford, nos esperaba, paseándose de un lado a otro, pateando para calentarse, o frustrado, o ambas cosas. Habría estado saludándonos cuando nos detuvimos, como si estuviéramos a punto de embarcarnos en una especie de vacaciones divertidas. Hubiera estado emocionado de verlo, y luego, me dijeron, mi padre me sacó del asiento del automóvil, me entregó en los brazos de mi abuelo y, con eso, en silencio nos abandonó a mí ya mi madre. Luego, mamá también salió finalmente de nuestro auto, y yo, mi mamá y mi abuelo nos quedamos escuchando las aguas precipitarse sobre las cataratas y rugir en el desfiladero del Niágara y observamos cómo mi padre se alejaba a toda velocidad, para siempre.Parece que después de todo no íbamos a vivir juntos en una casita torcida. Me imagino que en ese entonces me dijeron que mi papá regresaría pronto.“No te preocupes”, probablemente dijo mi madre, “solo va a trabajar, Matso. Él estará de vuelta."“Vamos, amiguito”, habría dicho el abuelo, “vamos a buscar a Nanny. Ha hecho tus espaguetis favoritos para la cena.Todos los padres se van a trabajar y siempre regresan. Esa es la forma normal de las cosas. Nada de que preocuparse. Nada que me provoque un ataque de cólico, o una adicción, o una vida de abandono, o que no soy suficiente, o una continua falta de consuelo, o una necesidad desesperada de amor, o que no importa.Mi padre se fue a toda velocidad, a Dios sabe dónde. No volvió del trabajo ese primer día, ni el segundo. Tenía la esperanza de que estaría en casa después de tres días, luego tal vez una semana, luego tal vez un mes, pero después de unas seis semanas dejé de tener esperanzas. Era demasiado joven para entender dónde estaba California, o lo que significaba "ir a seguir su sueño de ser actor": ¿qué diablos es un actor? ¿Y dónde diablos está mi papá?Mi padre, que más tarde se convirtió en un padre maravilloso, estaba dejando a su bebé solo con una mujer de veintiún años que sabía que era demasiado joven para criar a un hijo sola. Mi madre es maravillosa y emotiva, y era demasiado joven. Ella, como yo, también había sido abandonada, allí mismo, en el estacionamiento del cruce fronterizo entre Estados Unidos y Canadá. Mi madre se había quedado embarazada de mí cuando tenía veinte años, y cuando cumplió los veintiuno y fue madre primeriza, era soltera. Si hubiera tenido un bebé a los veintiún años, habría intentado beberlo. Hizo lo mejor que pudo, y eso dice mucho sobre ella, pero aun así, simplemente no estaba lista para la responsabilidad, y yo no estaba listo para lidiar con nada, solo por haber nacido.Mamá y yo fuimos abandonados, de hecho, incluso antes de que nos conociéramos.Sin papá, rápidamente entendí que tenía un papel que desempeñar en casa. Mi trabajo consistía en entretener, engatusar, deleitar, hacer reír a los demás, calmar, complacer, ser el Loco de toda la corte. Incluso cuando perdí una parte entera de mi cuerpo. En realidad, especialmente entonces.El fenobarbital detrás de mí, su uso se desvaneció como mis recuerdos del rostro de mi padre, me lancé con toda mi piel a un niño pequeño, en el que aprendí a ser el cuidador.Cuando estaba en el jardín de infantes, un niño tonto me cerró la puerta en la mano y, después de que los grandes destellos de sangre dejaran de saltar como fuegos artificiales, alguien pensó en vendarme y llevarme al hospital. Allí, estaba claro que, de hecho, había perdido la punta de mi dedo medio. Llamaron a mi madre y corrieron al hospital. Entró sollozando (comprensiblemente) y me encontró de pie sobre una camilla con un vendaje gigante en la mano. Antes de que pudiera decir algo, le dije: "No tienes que llorar, yo no lloré".Allí estaba ya: el intérprete, el complaciente de la gente. (Quién sabe, ¿tal vez incluso hice un pequeño sobresalto de Chandler Bing solo para aterrizar la línea?) Incluso a los tres años había aprendido que tenía que ser el hombre de la casa. Tuve que cuidar a mi madre, aunque me acababan de cortar el dedo. Supongo que a los treinta días había aprendido que si lloraba me quedaba inconsciente, así que mejor no llorar; o sabía que tenía que asegurarme de que todos, incluida mi madre, se sintieran seguros y bien. O bien, era simplemente una gran línea para que un niño pequeño dijera parado en una camilla como un jefe.No ha cambiado mucho. Si me das todo el OxyContin que puedo soportar, me siento atendido, y cuando me cuidan, puedo cuidar de todos los demás y mirar hacia afuera y estar al servicio de alguien. Pero sin medicación, siento que me ahogaría en un mar de nada. Esto, por supuesto, significa que es prácticamente imposible para mí ser útil o estar al servicio de una relación porque solo estoy tratando de llegar al próximo minuto, la próxima hora, el próximo día. Está esa enfermedad del miedo, el regaliz de la insuficiencia. Un toque de esta droga, una gota de eso, y estoy bien, no sabes nada cuando estás drogado con algo.(En los días previos al 11 de septiembre, a los niños y adultos curiosos en los aviones a veces se les permitía subir a la cabina para echar un vistazo. Cuando tenía alrededor de nueve años, me llevaron a una cabina y estaba tan hipnotizado por los botones y el capitán y toda la información que olvidé para meter la mano en el bolsillo por primera vez en seis años. Nunca lo había mostrado; estaba tan avergonzado. Pero el piloto se dio cuenta y dijo: "Déjame ver tu mano". Avergonzado, se lo mostré. Luego dijo: "Aquí, echa un vistazo". Resultó que le faltaba exactamente la misma parte del dedo medio de la mano derecha.Aquí estaba este hombre, capitaneando todo el avión y sabiendo lo que hacían todos esos botones y comprendiendo toda la información cautivadora en una cabina, y también le faltaba parte de su dedo. Desde ese día, ahora tengo cincuenta y dos años, nunca he escondido mi mano. De hecho, debido a que fumé durante tantos años, mucha gente lo notó y la gente preguntaba qué pasó.Al menos obtuve una buena mordaza del incidente con la puerta; durante años me quejé de que, desde que perdí medio dedo, solo podía decirle a la gente: "A la mierda..."Puede que no haya tenido un padre, o los diez dedos, pero lo que sí tenía era una mente rápida y una boca rápida, incluso entonces. Combine eso con una madre que estaba muy ocupada e importante, y que también tenía una mente y una boca rápidas... bueno, hubo momentos en los que estaba feliz de sermonear a mi madre sobre su falta de atención, y digamos que no funcionó. está bien. Es importante señalar aquí que nunca pude obtener suficiente atención, sin importar lo que hiciera, nunca fue suficiente. Y no olvidemos que ella estaba haciendo el trabajo de dos personas, mientras que el querido padre estaba ocupado luchando con sus propios demonios y deseos en Los Ángeles.Suzanne Perry (conservó el nombre de papá profesionalmente) era básicamente Allison Janney de The West Wing, una maestra de dirección. Ella era la secretaria de prensa de Pierre Trudeau, quien entonces era el primer ministro canadiense y un gallivanter general. (The Toronto Star subtituló una foto de los dos de esta manera: "La asistente de prensa Suzanne Perry trabaja para uno de los hombres más conocidos de Canadá, el primer ministro Pierre Trudeau, pero ella misma se está convirtiendo rápidamente en una celebridad; simplemente apareciendo a su lado.”) Imagínese eso: usted es una celebridad simplemente por estar al lado de Pierre Trudeau. Era el PM afable y socialmente conectado que una vez había salido con Barbra Streisand, Kim Cattrall, Margot Kidder... su embajador en DC una vez se quejó de que había invitado no a una, sino a tres novias distintas a una cena, por lo que se necesitaba mucha información. para un hombre tan enamorado de las mujeres. Por lo tanto, el trabajo de mi madre significaba que ella estaba mucho tiempo fuera del trabajo, y yo tenía que competir con las preocupaciones actuales de una importante democracia occidental y su carismático líder espadachín si quería un poco de atención. (Creo que la frase en ese momento era "niño llavín", un término soso para que lo dejen jodidamente solo). En consecuencia, aprendí a ser gracioso (caídas, frases rápidas, ya conoce el ejercicio) porque tenía que ser... mi madre estaba estresada por su trabajo estresante, y ya muy emocional (y abandonada), y el hecho de que yo fuera gracioso tendía a calmarla lo suficiente como para que preparara algo de comida, se sentara a cenar conmigo y me escuchara, después. La escuché, por supuesto. Pero no la culpo por trabajar, alguien tenía que traer el tocino a casa. Solo significaba que pasaba mucho tiempo sola. (Le diría a la gente que era un niño solitario,Entonces, yo era un niño con una mente rápida y una boca aún más rápida, pero como dije, ella también tenía una mente rápida y una boca rápida (me pregunto de dónde lo saqué). Discutíamos mucho y yo siempre tenía que tener la última palabra. Una vez, estaba discutiendo con ella en el hueco de una escalera y me hizo sentir la mayor rabia que he sentido en mi vida. (Tenía doce años, y no puedes pegarle a tu madre, así que la ira se volvió hacia adentro, como cuando era adulto, al menos tuve la decencia de convertirme en un alcohólico y un adicto y no culpar a otras personas.)Siempre me han abandonado. Tanto es así que le preguntaba a mi abuela, cuando un avión pasaba por encima de nuestra casa en Ottawa, “¿Está mi madre en ese avión?”. porque siempre me preocupó que ella desapareciera, tal como lo había hecho mi padre (nunca lo hizo). Mi madre es hermosa; ella era una estrella en cada habitación en la que entraba. Y ella es ciertamente la razón por la que soy gracioso.Con papá en California, mamá, siendo hermosa, inteligente, carismática y la estrella en cada habitación en la que entraba, salía con chicos, y ellos salían con ella de inmediato, y efectivamente, convertía a cada uno de esos hombres en mi papá. Una vez más, cuando un avión pasó por encima de nuestra casa, le preguntaba a mi abuela: "¿Ese [Michael] [Bill] [John] [inserte el nombre del último novio de mamá] se va volando?" Perdía continuamente a mi padre; Continuamente me dejaban en la frontera. El rugido del río Niágara estuvo para siempre en mis oídos, y ni siquiera una dosis de fenobarbital podía enmudecerlo. Mi abuela me arrullaba, me abría una lata de Coca-Cola Light, ese tenue anís y distante regaliz llenando mis papilas gustativas con pérdida.En cuanto a mi verdadero padre, llamaba todos los domingos, lo cual era agradable. Después de su paso por Serendipity Singers, transformó sus habilidades interpretativas en actuación, primero en Nueva York y luego en Hollywood. Aunque era lo que a veces llaman un oficial, trabajaba de manera bastante constante y eventualmente se convertiría en el chico de Old Spice. Vi su rostro más a menudo en la televisión o en las revistas que en la realidad. (Tal vez por eso me convertí en actor.) “¿Qué clase de hombre silba la melodía de Old Spice? ¡Él es mi papá!” dice la voz en off de un anuncio de 1986 cuando un niño rubio con un corte de tazón pone sus brazos alrededor del cuello de mi verdadero padre. “Mi esposo prácticamente perfecto”, entona la sonriente esposa rubia, y aunque es una especie de broma, nunca fue muy divertido para mí. “Puedes contar con él, es un amigo...”Luego, cuando había pasado suficiente tiempo que era indecoroso, me ataron al cuello un cartel que decía MENOR SIN ACOMPAÑANTE y me llevaron al aeropuerto para que me enviaran a Los Ángeles. Cada vez que lo visitaba allí, me daba cuenta una vez más de que mi padre era carismático, divertido, encantador, hiperguapo.Era perfecto, e incluso a esa edad, me gustaban cosas que no podía tener.Sin embargo, la conclusión era: mi padre era mi héroe. De hecho, era mi superhéroe: cada vez que íbamos a caminar, le decía “tú eres Superman y yo seré Batman”. (Un psicólogo inteligente podría decir que interpretamos papeles en lugar de papá y Matthew, porque nuestros roles reales eran demasiado confusos para mí. Pero no podría comentar sobre eso).De vuelta en Canadá, una vez más, la imagen de su rostro y el olor de su apartamento se desvanecerían con los meses. Entonces, sería mi cumpleaños una vez más, y mi madre haría lo que pudiera para compensar el hecho de que mi padre no estaba allí, y cuando apareció el pastel demasiado grande, cubierto de muchas velas que goteaban, todas y cada una año desearía una cosa: en mi cabeza susurraría, quiero que mis padres vuelvan a estar juntos. Tal vez si mi vida hogareña hubiera sido más estable, o si mi papá hubiera estado presente, o si él no hubiera sido Superman, o si yo no hubiera tenido una mente y una boca rápidas, o si Pierre Trudeau... no sería tan malditamente incómodo todo el tiempo.Estaría feliz. Y la Coca-Cola Light sería deliciosa en lugar de simplemente necesaria.Sin la medicina adecuada, durante toda mi vida me sentí incómodo todo el tiempo y muuuuy jodido por el amor. Para citar al gran Randy Newman, "Me toma mucha medicina fingir que soy otra persona". Supongo que no fui el único.No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Con libros y pancartas cientos de miles de estudiantes y ciudadanos de Argentina salieron a las calles de Buenos Aires, y al menos catorce provincias, para exigir el derecho a la educación y protestar frente a los recortes presupuestales a la educación superior del Gobierno presidido por Javier Milei.“Hasta mayo o junio podemos funcionar con muchos recaudos y cuidando el dinero”, dijo Ricardo Gelpi, rector de la Universidad Buenos Aires, una de las más prestigiosas de ese país durante una entrevista en la emisora local Radio Mitre el 29 de marzo.Estas declaraciones se enmarcan en la crisis financiera que vive el sector de la educación superior argentina tras el anuncio del Gobierno en el que les asignó el mismo presupuesto que en 2023.Aunque no suene una medida “extrema”, si se tiene en cuenta la inflación de ese país, el anuncio significa una reducción de más del 60 % en el presupuesto de las universidades públicas del país.Las calles de Buenos Aires al unísono de "La UBA no se vende, la UBA se defiende" nos recuerda parte de la historia del país de Mercedes Sosa. Episodios oscuros de violencia y represión que marcaron a la Argentina, como la dictadura militar que se instauró en 1976, rememoran el poder que ha tenido el arte y la música para resistir, antes, frente a la violencia estatal, violencia física y ahora, frente al riesgo que se manifiesta en medidas políticas.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.En enero de este año, se dio a conocer una carta titulada “La cultura está en peligro”, en la que Charly García, Fito Páez, León Gieco, Cecilia Roth, Claudia Piñeiro y Leonardo Sbaraglia y más de 20.000 argentinos rechazan las reformas en el sector cultural impulsadas por Milei, otro de los sectores afectados por su política presupuestal de “motosierra”."La cultura es identidad. La cultura es lo único que no se puede importar. La hacen los pueblos. Queremos seguir teniendo una identidad propia como Nación. De otro modo solo nos quedará el destino triste de no ser. De eso se trata esta lucha. Un país es tan grande o tan pequeño como la medida de su proyecto cultural", se lee en la misiva.Ese pedido por preservar su identidad a través de la cultura, de hacer memoria y de ser también lo han manifestado en su arte y en sus canciones. Piero, María Elena Walsh y Charly García son solo algunos de los artistas que han entregado mensajes que se oponen a la violencia y represión, que recuerdan su historia y que la gente ha adoptado como suyas. Sus letras son himnos a través de los que Argentina ha construido una memoria colectiva, estas son algunas de las más representativas.“Como la cigarra” (1973), María Elena WalshEsta obra es una de las canciones más icónicas de la reconocida compositora, escritora y cantante argentina María Elena Walsh. Su letra está cargada de metáforas poéticas que hablan sobre la fuerza del espíritu humano y la capacidad de renacer a pesar de las adversidades.Pese a que fue publicada en 1973, no fue popular de inmediato, durante la dictadura militar argentina fue prohibida y a la par que la represión crecía, el significado de esta canción cambiaba para representar la situación del país. Walsh fue exiliada, al igual que Mercedes Sosa, quien la grabó en 1978, convirtiéndola en un himno.“Para el pueblo lo que es del pueblo” (1973), PieroLa letra de está canción es una crítica a la injusticia social, la opresión y la desigualdad. Piero habla de la pobreza, la represión política y la lucha de clases, instando a la población a levantarse contra la injusticia y reclamar lo que legítimamente les pertenece. Al igual que el álbum homónimo del que hace parte, fue prohibido durante la dictadura militar, y al igual que muchos artistas, tuvo que exiliarse. Solo hasta 1983, cuando regresó la democracia a Argentina, el disco fue reeditado.“Los dinosaurios” (1983), Charly GarcíaUna metáfora, en los años en los que Argentina vivió los últimos días oscuros de la dictadura militar, García hablaba de la desaparición de los dinosaurios, también de la desaparición de seres queridos, de los amigos del barrio o de los cantores de radio. Todo está dicho.“Sobreviviendo” (1984), Victor HerediaLa letra de esta canción relata la experiencia de un pueblo que ha sufrido la opresión y la violencia, pero que aún así encuentra la fuerza para resistir y seguir adelante. La canción es un testimonio de la lucha y la perseverancia del pueblo argentino en tiempos de adversidad, y al igual que varias de las canciones de esta lista, solo pudo ver la luz una vez terminaron los años de censura.“Nunca más” (2005), Teresa ParodiLa necesidad de seguir alzando la voz y manifestarse, en la calles, en la academia, o en la música la manifestó acertadamente Teresa Parodi, cantante y la primera ministra de Cultura de Argentina en una entrevista con el medio uruguayo Brecha, en octubre de 2023:“Quizás nosotros nos creímos que había cosas sobre las que ya no había necesidad de seguir hablando. Es muy ahora lo que nos pasa como para pensarlo en perspectiva, y quizás tenga que pasar un poco de tiempo para mirar más de lejos esta situación, pero creo que tiene que ver con que, a lo mejor, dejamos de repetir algunas cosas. Que existieron las torturas, los centros clandestinos. Que la democracia, si bien tiene 40 años, es algo nuevo. Y aunque estén las madres y las abuelas, aunque aparezcan los nietos recuperados, la militancia no debe parar nunca”.“Desapariciones” (1992), Los Fabulosos CadillacsQue alguien me diga si ha visto a mi hijoEs estudiante de pre medicinaSe llama Agustín y es un buen muchachoA veces es terco cuando opinaLo han detenido, no sé qué fuerzaPantalón blanco, camisa a rayasPasó anteayerEn 1984 Rubén Blades presentó Desapariciones, una canción habla del dolor de los secuestros, las desapariciones y los asesinatos extrajudiciales que aún hoy siguen siendo una realidad de muchos de los países sudamericanos.Caso tras caso, la letra de esta canción habla del dolor de las personas buscadoras, y en la voz de Vicentico y los Fabulosos Cadillacs, quienes hicieron su versión en 1992, nos remonta a la lucha incansable de las Madres de Plaza de Mayo por recuperar a los desaparecidos.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Este martes, 23 de abril, miles de personas de toda Argentina salieron a las calles a marchar por la propuesta de reducir el presupuesto para la educación superior pública en el país. El presidente Javier Milei desea implantar la política de la “motosierra” para reducir la participación del Estado en áreas públicas, como la educación, para estabilizar la economía argentina.El presupuesto destinado para la educación será el mismo del 2023 son contar que Argentina tiene una inflación del 290%, esto implica reducir costos en salarios, despido de funcionarios y afectaciones en la calidad de la educación.“ ‘Vamos a tener que dejar de funcionar’, dijo a una emisora local Ricardo Gelpi, el rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA), la institución pública que cuenta con más de 300.000 alumnos y que está catalogada entre las mejores de América Latina”, según la BBC.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Según el rector ese recorte de presupuesto tendría repercusiones en los salarios, en la calidad de la educación y en los cinco hospitales que están bajo el cargo de la Universidad de Buenos Aires."Al ritmo al que nos están dando dinero, solo podremos funcionar entre dos y tres meses", aseguró el rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA), a la agencia AFP. En Argentina, alrededor de 2,2 millones de jóvenes estudian en universidades públicas como la de Buenos Aires, la Universidad de La Plata o la Universidad Nacional de Rosario.El estudiante Pablo Vicenti, de 22 años y en tercer año de Medicina en la UBA, se dijo indignado por "el ataque brutal del gobierno" a la universidad pública. "Quieren desfinanciarla con un cuento falso de que no hay plata. Sí tienen, pero eligen no gastarla en la educación pública", declaró a la AFP.El rector de la Universidad Nacional de San Luis, Víctor Moriñigo le mencionó lo siguiente a la AFP: "de las cuatro categorías docentes, tres han caído bajo la línea de pobreza", al dar cuenta de una escala salarial docente cuyo piso es de 100.000 pesos mensuales (112 dólares).Portavoces de la Universidad de Buenos Aires anunciaron que el martes se reunió medio millón de personas en la capital argentina para exigir una educación pública digna para toda la comunidad educativa.El presidente Javier Milei anunció en la red social X que no cerrarán las universidades y proclamó una carta en contra de la oposición que salió a marchar el día martes: “En ningún momento el gobierno nacional insinuó la intención de cerrar las universidades nacionales. Lejos de eso, ya el día anterior a la manifestación de ayer estaban hechos los giros de recursos para los gastos de funcionamiento de todas las universidades nacionales. Pero como la clase política no deja pasar ninguna oportunidad para defender sus privilegios, montaron sobre una consigna justa un acto netamente político de oposición al gobierno”.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Luego del reciente anuncio de la gira de conciertos de Coldplay por toda Europa, la Fundación 1+1 y la Orquesta Filarmónica de Medellín se unen en una noche de color, amigos y britpop para cantar los grandes éxitos de la banda británica en tributo sinfónico. Esta será una oportunidad de vivir la música de Coldplay en una nueva experiencia, un viaje sonoro y emocional.En Coldplay tributo sinfónico se escucharán canciones como A sky full of stars, Clocks, Viva la vida y The scientist, entre otros grandes éxitos, este evento presenta en escena a más de 100 músicos de la Orquesta Filarmónica de Medellín y la Banda 1+1. Cuenta con arreglos musicales de Julio César Sierra y Juan David Osorio, director del concierto.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.“...se tributará a una banda icónica que sigue vigente en la actualidad, que ha marcado un camino, no sólo sonoro, sino también con su postura social y ambiental. Además del poderoso sonido de Filarmed, vamos a tener la participación de la Banda 1+1 integrada por artistas colombianos con voces y talentos impresionantes”, menciona Juan David Osorio, director de la banda. La Orquesta estará acompañada por la Banda 1+1, integrada por los cantantes Alejandro Cuevas, Carlos Andrés Agudelo y Eliana Piedrahíta; los guitarristas Pablo Castaño y David Escobar; el baterista Diego Vásquez, el bajista David Sánchez y en el teclado Cristian Hernández y Adelaida Oesch.El concierto será el próximo sábado 27 de abril a las 8:00 p.m. en el Teatro Metropolitano de Medellín, la boletería se divide en $107.000 y $154.000 y están disponibles en tuboleta.com y taquilla del Teatro. No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Una banda y un artista que han marcado el nuevo tropicalismo latinoamericano de los últimos 20 años. Cultura Profética y Vicente García compartirán tarima el próximo 14 de diciembre en el Movistar Arena de Bogotá. Cultura Profética y Vicente García se han consolidado como dos de los actos favoritos del público bogotano y su concierto en conjunto será un encuentro definitivo con el destino, una muestra de fanatismo y romanticismo tropical como ninguna en 2024.“Mi balcón” fue esa primera colaboración entre Cultura Profética y Vicente García, una canción que en 2011 nos mostró la química musical entre el cuarteto puertorriqueños y el cantautor dominicano. Trece años después, se encontrarán, en vivo, en un único concierto para celebrar las canciones, los momentos sonoros y las voces de dos monstruos latinoamericanos.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.La dulzura y Camino al sol, que ganó el Latin Grammy 2023 a Mejor Álbum Folklórico, son los últimos discos de estos artistas.“Nos emociona confirmar el show de una de las bandas de reggae más importantes de Latinoamérica. Una vez más, gracias a Experiencias Aval, los clientes de los bancos Aval y dale! podrán acceder a la preventa exclusiva pagando con sus tarjetas débito y crédito.” expresó María Fernanda Sánchez, Gerente de Mercadeo & ESG de Grupo Aval en un comunicado.La venta para el público general está abierta desde el 24 de abril a las 10:00 a.m., a través de TuBoleta.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
La Filarmónica de Viena anunció este miércoles que el director alemán Christian Thielemann ha sido reconocido como "miembro de honor" por su vinculación con la orquesta desde hace 24 años.Thielemann ha dirigido el prestigioso concierto de Año Nuevo en dos ocasiones, 2019 y 2024, y ha sido una presencia constante en los últimos años tanto en los conciertos de los filarmónicos en el Musikverein como en el Festival de Salzburgo, además de liderar giras por Japón, China, Europa y Estados Unidos."Christian Thielemann nos ha acompañado durante muchos años en una profunda colaboración artística, especialmente destacada en el repertorio sinfónico", señaló Daniel Froschauer, presidente de la Filarmónica, en un comunicado."Es uno de los directores que más se identifica con nuestra orquesta", agregó Froschauer.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Con Thielemann, la orquesta grabó varias sinfonías de Beethoven y, durante la pandemia, inició el trabajo en estudio para un ciclo de sinfonías del compositor austríaco Anton Bruckner.En 2024, coincidiendo con el 200 aniversario de Anton Bruckner, se lanzó por primera vez en la historia de la orquesta el ciclo completo de 11 sinfonías del compositor.Thielemann es uno de los directores de orquesta más importantes de la actualidad. Desde 2012 ha sido director musical de la Staatskapelle de Dresden, cargo que también tuvo en el Festival de Bayreuth de 2015 a 2020.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.