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Elisabeth Kulman y el cielo abierto

Una de las cantantes clásicas más reconocidas en la escena musical decidió en 2014 detenerse y revisar su propio corazón. ¿Qué pasa cuando el éxito te atropella y despedaza?

Elisabeth Kulman
Kulman nació en Oberpullendorf, un pequeño pueblo de Austria.
Cortesía

Hay un video en Youtube publicado el 30 de octubre de 2011 en el que Elisabeth Kulman aparece en medio de una orquesta sinfónica interpretando Ave María, un lied compuesto por Franz Schubert en 1825. Kulman tiene un vestido azul con los hombros descubiertos y el cabello recogido. En las manos carga las partituras de la pieza.

Kulman nació en Oberpullendorf, un pequeño pueblo de Austria. Desde niña, como la mayoría de los músicos clásicos, dedicó su vida a aprender. Estudió canto en la Universidad de Viena con Helena Lazarska. En 2001 debutó exitosamente como Pamina en La flauta mágica en la Volksoper de Viena, interpretando los siguientes años roles principales de Mozart como Condesa en Las bodas de Fígaro y Doña Elvira en Don Giovanni, así como diversos conciertos. Es una solista muy reconocida en los centros más importantes del mundo de la música: Viena, París, Londres, Múnich, Berlín, Tokio, Salzburgo y Moscú.
En 2005 comenzó a cantar el repertorio para mezzosoprano y contralto y ha realizado interpretaciones extraordinarias que la han llevado a ser una de las solistas favoritas del público en la Ópera Estatal de Viena. Entre sus roles más importantes se incluyen Fricka (El oro del Rin, La Walkiria), Waltraute (El ocaso de los dioses), Carmen, Marina (Boris Godúnov), Quickly (Falstaff), Herodias (Salomé), Ulrica (Un baile de máscaras) y Orlofsky (El murciélago).

Además, ha sido ovacionada como Gora en el estreno mundial de Medea de Reimann, y como Smeton en Ana Bolena, junto a Netrebko y Garança. En 2010 debutó con gran éxito en el Festival de Salzburgo como Orfeo en Orfeo y Eurídice, dirigida por Riccardo Muti, papel que ya ha interpretado en la Ópera Nacional de París. Su intervención en el Festival de Schwetzingen (2007) con el rol titular en Il Giustino, del compositor barroco Giovanni Legrenzi, le valió el reconocimiento como artista revelación del año por la revista Opernwelt.

Pero esta mayoría de datos se pueden encontrar a dos clics de distancia. Los conciertos y los papeles que ha interpretado Kulman parecen reunidos en una torre de naipes a los que, a duras penas, pueden reconocérseles las caras. El ir y venir de Kulman dentro de la escena clásica se convirtió en un huracán que la consumió. En el año 2014 la austriaca, como las cartas, se desplomó. “En mi profesión como cantante clásica he logrado todo lo que uno puede lograr. Pero el precio que pagué a nivel personal fue alto”. Después de muchos altibajos y de atravesar una depresión que la mantuvo alejada de los escenarios durante meses, en 2014 pudo aceptar que su cuerpo estaba en un nivel de agotamiento preocupante.
En ese video de Youtube, tres años antes de verse atropellada por sí misma, su voz era un órgano más del cuerpo, como si dijéramos el corazón o el cerebro, una voz lúcida, bárbara, imposible. Y esa misma voz, digamos que ese don, fue el que se vino contra ella. El éxito tiene eso: es una carrera contra el cuerpo que lo padece. Kulman se detuvo durante un año.

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En abril de 2015 se centró en conciertos. “Como resultado, cambié mi vida radicalmente. Decidí no cumplir más con las expectativas de los demás y no apuntar más a objetivos que no son míos”. Según ella, comenzó a crear una vida de acuerdo con sus propios estándares y necesidades, a dar espacio a sus gustos —viajar, construir su propia casa—, a ser auténtica. “Necesitaba ser la criatura que realmente soy y a la que le debo fidelidad. Este acto de liberación aún llena mi corazón de felicidad y me da poder para seguir mi camino con alegría y confianza. Tengo curiosidad por lo que vendrá”.

Después de ese retiro, en el primer concierto que tuvo Kulman interpretó una pieza de Schubert. Estaba ahí, parada en la mitad de la orquesta con el cabello corto y los ojos llenos de agua y solo estaba cantando, cantando como podría hacerlo en su propia habitación. No parecía intentar nada. No parecía esforzarse. Simplemente cantaba y ese canto era hermoso, amable e inocente. Pero ese canto era sobre todo la esperanza. Entonces alguien escribió después: “Y luego Elisabeth Kulman comienza a cantar y el cielo abre sus puertas”.