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Sor Juana Inés de la Cruz, el fuego hecho poesía

Sor Juana Inés de la Cruz es la última gran poeta de los Siglos de Oro de la literatura en español. Su vida intelectual fue muy intensa y escribió numerosos poemas líricos, cortesanos y filosóficos para las principales catedrales del Virreinato.

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Sor Juana Inés nació el 12 de noviembre de 1651. Respira por su primera herida: la ilegitimidad. Sus padres no estaban unidos en matrimonio.
Cortesía

El nombre de Sor Juana es pronunciado con familiaridad por los mexicanos. Algunos de sus versos (las redondillas imprecatorias a la necesidad masculina, por ejemplo) han pasado a engrosa el archivo de las sentencias populares y el repertorio de los más ínfimos aficionados a la recitación. La figura de Sor Juana, en lo que tiene de novelesco, ha despertado la imaginación de algunos de los más ilustres escritores de habla hispana, desde Amado Nervo hasta Emilio Abreu Gómez y Octavio Paz.

Los eruditos se han mostrado más remisos a su encanto. Hubo de intervenir el celo de un sacerdote, Alfonso Méndez Plancarte para que se dispusiera de un retrato de la monja jerónima, de su vocación intelectual y religiosa, del ambiente en el que se forjó, de los obstáculos ante los que adquirió la reciedumbre, de sus particularidades y sus frustraciones, de la manera en como su obra se entroncó con la tradición y de los matices con que las enriquece; de la multiplicidad de los temas que solicitan su pluma; de los géneros en que ejercita su destreza; de su cultura; de sus renunciamientos cada vez más extremos y de su muerte, como la preconizaba Rilke, escogida y asumida con entera voluntad. Lea también: "Esta es la voz de Carlos Fuentes".

Sor Juana Inés de la cruz nació el 12 de noviembre de 1651. Respira por su primera herida: la ilegitimidad. Sus padres no estaban unidos en matrimonio. De sus cinco hermanos, tres llevaron su apellido. Sor Juana crece con su abuelo materno, al pie de los volcanes, en Amecameca; antes de cumplir los tres años aprende a leer y a los ocho, compone una loa en honor al Santísimo Sacramento. En 1667 ingresa en el Convento de San José de Carmelitas Descalzas, pero tres meses más tarde lo abandona porque la fragilidad de su salud, no soporta el rigor de la orden.

Sus biógrafos la describen como una mujer diligente, cumplida con sus oficios de contadora y archivista; hábil para cocinar y una humilde molendera de chocolate. Aunque lo auténtico de Sor Juana Inés no está en las anécdotas sino su obra, su peor enemigo es ella misma. Su índole reflexiva es su talón de Aquiles. Se toma como objeto de meditación, se pone entre paréntesis para dilucidar si lo que constituye su personalidad es verdaderamente valioso.

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El silencio último de la poetisa, de la intelectual, de la monja, no significa sabiduría, ni sobreabundancia de bienes, gozo y plenitud. Su silencio último no es alusión a lo inefable. La obra de Sor Juana es casi siempre impersonal, hecha por encargo, ceñida a las circunstancias. La distancia en es alma de lo bello, dice Simone Weil. Pero también la condición del humor. Y esta artista, más que admirable y conmovedora, más allá de su soledad del fracaso de su vuelto más alto, supo sonreír.