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"Nada" de Carmen Laforet elegida la mejor novela española del siglo XX

En una encuesta de la Escuela de Escritores que incluyó una selección de 32 títulos, el debut literario de Carmen Laforet con el que ganaría la primera edición del Premio Nadal en 1944 cuando tenía 23 años fue elegida como la mejor novela española del siglo XX. Lea un fragmento de la novela aquí.

Carmen Laforet
Carmen Laforet, 1951. Canarias, España.

La Escuela de Escritores de Madrid a través de sus redes sociales realizó una serie de encuestas con 32 títulos seleccionados para elegir mediante el voto de sus seguidores, la mejor novela española del siglo XX. La ganadora, sería el debut literario de la escritora Carmen Laforet, publicada en 1945 y galardonada con la primera edición del reconocido Premio Nadal que la catapultaría a la fama literaria cuando tenía tan solo 23 años.

Según Germán Solís, vocero de la Escuela, en declaraciones para el portal "El Confidencial" esperaba que fuese ganadora algunas de las obras obligatorias para leer en el bachillerato. Sin embargo, la obra de Laforet superó a "Los gozos y las sombras" de Torrente Ballester; "La ciudad de los prodigios" de Eduardo Mendoza, "Los santos inocentes" de Miguel Delibes, "Malena es un nombre de tango" de Almudena Grandes, para superar en la final a "El árbol de la ciencia" de Pío Baroja siempre con porcentajes de votos superiores al 68%.

"Nada" ha sido denominada en constantes ocasiones como autobiográfica, existencialista y ponderada como la obra que abriría las puertas a la generación de escritoras posguerra. En la edición de 2001 de la obra por Ediciones Destino (donde fue publicada originalmente en 1945) Rosa Montero, escribe en el prólogo de la novela: "Cuando Carmen Laforet escribió, a los 23 años, su asombrosa primera novela Nada, estaba sin duda tocada por la gracia. Aunque tal vez fuera más exacto decir por la desgracia, y no ya tocada, sino herida, partida, atravesada por un sufrimiento tan profundo y tan vasto que llegó a impregnar todo su universo. Nada, como sucede casi siempre con las obras escritas por autores muy jóvenes, es una novela autobiográfica, de manera que el mundo atroz que describe Andrea, la protagonista y narradora, debe de estar muy cerca de la realidad vivida por Laforet, de una pesadilla marcada a sangre y lágrimas. Esto no resta ni un ápice del valor literario de Nada, sino que, por el contrario, lo multiplica. Porque sólo los escritores de verdadera talla, sólo los poseedores de un enorme talento son capaces de manejar un material totalmente biográfico sin hacer con ella costumbrismo barato, sino una obra independiente, emblemática y poderosa".

La novela de Laforet, narra "la historia de Andrea, una joven huérfana que recién terminada la Guerra Civil se traslada a Barcelona para estudiar y empezar una nueva vida en un país diezmado por el hambre, la violencia y el odio" según resume la Escuela de Escritores. Lea aquí, un fragmento de la primera parte de "Nada" (1945).

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Primera parte, capítulo XIV. (Fragmento)

El otro día fui a tu casa —dijo Ena—; quería verte. Te estuve esperando cuatro horas.
—No me dijeron nada.
—Es que subí al cuarto de Román para entretenerme. Fue muy amable conmigo. Hizo música. De cuando en cuando llamaba por teléfono a la criada a ver si habías llegado. Yo me quedé triste tan de repente, que Ena lo notó y se puso de mal humor también.
—Hay cosas en ti que no me gustan, Andrea. Te avergüenzas de tu familia... Y, sin embargo, Román es un hombre tan original y tan artista como hay pocos... Si yo te presentara a mis tíos, podrías buscar con un candil, que no encontrarías la menor chispa de espíritu. Mi padre mismo es un hombre vulgar, sin la menor sensibilidad... Lo cual no quiere decir que no sea bueno, y además, es guapo, ya le conoces, pero yo hubiera comprendido mucho mejor que mi madre se hubiera casado con Román o con alguien que se le pareciese... Esto es un ejemplo como otro cualquiera... Tu tío es una personalidad. Sólo con la manera de mirar sabe decir lo que quiere. Entender..., parece algo trastornado a veces. Pero tú también, Andrea, lo pareces. Por eso precisamente quise ser tu amiga en la Universidad. Tenías los ojos brillantes y andabas torpe, abstraída, sin fijarte en nada... Nos reíamos de ti; pero yo, secretamente, deseaba conocerte. Una mañana te vi salir de la Universidad bajo una lluvia torrencial... Era en los primeros días del curso (tú no te acordarás de esto). La mayoría de los chicos estaban cobijados en la puerta y yo misma, aunque llevaba impermeable y paraguas, no me atrevía a desafiar aquella furia torrencial. De pronto te veo salir a ti, con el mismo paso de siempre, sin bufanda, con la cabeza descubierta... Me acuerdo que el viento y la lluvia te alborotaban y luego te pegaban los rizos del cabello a las mejillas. Yo salí detrás de ti y el agua caía a chorros. Parpadeaste un momento, como extrañada, y luego, como a un gran refugio, te arrimaste a la verja del jardín. Estuviste allí dos minutos lo menos hasta que te diste cuenta de que te mojabas lo mismo. El caso era espléndido. Me conmovías y me hacías morir de risa al mismo tiempo. Creo que entonces te empecé a tomar cariño... Luego te pusiste enferma...

—Sí, me acuerdo.
—Sé que te molesta que yo sea amiga de Román. Ya te había pedido que me lo presentaras hace tiempo... Comprendí que si quería ser tu amiga no había ni que pensar en tal cosa... Y el día en que fui a buscarte a tu casa, cuando nos encontraste juntos no podías disimular tu irritación y tu disgusto. Al día siguiente vi que venías dispuesta a hablar de aquello... A pedirme cuentas, quizá. No sé... No me apetecía verte. Tienes que comprender que yo puedo escoger mis propios amigos, y Román (yo no lo niego) me interesa mucho...
—Es una persona mezquina y mala.
—Yo no busco en las personas ni la bondad ni la buena educación siquiera..., aunque creo que esto último es imprescindible para vivir con ellas. Me gustan las gentes que ven la vida con ojos distintos que los demás, que consideran las cosas de otro modo que la mayoría... Quizá me ocurra esto porque he vivido siempre con seres demasiado normales y satisfechos de ellos mismos... Estoy segura de que mi madre y mis hermanos tienen la certeza de su utilidad indiscutible en este mundo, que saben en todo momento lo que quieren, lo que les parece mal y lo que les parece bien... Y que han sufrido muy poca angustia ante ningún hecho.
—¿Tú no quieres a tu padre?
—Claro que sí. Esto es aparte... Y estoy agradecida a la Providencia de que sea tan guapo, ya que me parezco a él... Pero nunca he acabado de comprender por qué se ha casado con él mi madre. Mi madre ha sido la pasión de toda mi infancia. He notado desde muy pequeña que ella era distinta de todos los demás... Yo la acechaba. Me parecía que tenía que ser desgraciada. Cuando me fui dando cuenta de que quería a mi padre y de que era feliz me entró una especie de decepción... Ena estaba seria. —Y no lo puedo remediar. Toda mi vida he estado huyendo de mis simples y respetables parientes... Simples pero inteligentes a la vez, en su género, que es lo que les hace tan insoportables... Me gusta la gente con ese átomo de locura que hace que la existencia no sea monótona, aunque sean personas desgraciadas y estén siempre en las nubes, como tú... Personas que, según mi familia, son calamidades indeseables.

Yo la miré.
—Prescindiendo de mi madre... con mamá no se sabe nunca lo que va a pasar y éste es uno de sus atractivos..., ¿qué crees que dirían mi padre o mi abuelo de ti misma si supieran tu modo real de ser? Si supieran, como yo sé, que te quedas sin comer y que no te compras la ropa que necesitas por el placer de tener con tus amigos delicadezas de millonaria durante tres días... Si supieran que te gusta vagabundear sola por la noche. Que nunca has sabido lo que quieres y que siempre estás queriendo algo... ¡Bah! Andrea, creo que se santiguarían al verte, como si fueras el diablo. Se acercó a mí y se quedó enfrente. Me puso sus dos manos en los hombros, mirándome.
—Y tú, querida, esta tarde y siempre que se trata de tu tío o de tu casa eres igual que mis parientes... Te horrorizas sólo de pensar que yo estoy allí. Te crees que no sé lo que es ese mundo tuyo, cuando lo que sucede es que me ha absorbido desde el primer momento y que quiero descubrirlo completamente.
—Estás equivocada. Román y los demás de allí no tienen ningún mérito más que el de ser peores que las otras personas que tú conoces y vivir entre cosas torpes y sucias. Yo hablaba con brusquedad, dándome cuenta que no podría convencerla.
—Cuando llegué a tu casa el otro día, ¡qué mundo tan extraño apareció a mis ojos! Me quedé hechizada. Jamás hubiera podido soñar, en plena calle de Aribau, un cuadro semejante el que ofrecía Román tocando para mí, a la luz de las velas, en aquella madriguera de antigüedades... No sabes cuánto pensaba en ti. Cuánto me interesabas por vivir en aquel sitio inverosímil. Te comprendía mejor... Te quería. Hasta que llegaste... Sin darte cuenta me mirabas de un modo que estropeabas mi entusiasmo. De modo que no me guardes rencor por querer entrar yo sola en tu casa y conocerlo todo. Porque no hay nada que no me interese... Desde esa especie de bruja que tenéis por criada, hasta el loro de Román... »En cuanto a Román, no me dirás que sólo tiene el mérito de estar metido en ese ambiente. Es una persona extraordinaria. Si lo has oído interpretar sus composiciones, tendrás que reconocerlo. Bajamos a la ciudad en el tranvía. El aire tibio de la tarde levantaba los cabellos de Ena. Estaba muy guapa. Me dijo aún:
—Ven a casa cuando quieras... Perdóname por haberte dicho que no vinieras. Eso es otro asunto. Ya sabes que eres mi única amiga. Mi madre me pregunta por ti y parece alarmada... Estaba contenta de que al fin simpatice con una chica; desde que tengo uso de razón me ha visto rodeada de muchachos únicamente...

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